Fotografía de portada: Henar Sastre A Gustavo Martín Garzo siempre le acompaña un libro que no puede leer. Se trata de una edición en miniatura —apenas diez centímetros de alto— de los mejores poemas de Emily Dickinson en lengua original. Y, como resulta que él no habla inglés, pues nunca ha entendido lo que pone en su interior. Evidentemente, en una de las estanterías de su despacho reposan las obras completas de la estadounidense traducidas al español, pero eso no quita que el vallisoletano siempre tenga ese ejemplar a mano, como una presencia necesaria para escribir, como un objeto al que acudir a la búsqueda de inspiración, como un fetiche del que no se puede desprender.
Gustavo Martín Garzo arranca sus novelas sin saber de qué van. Un día se sienta ante el ordenador y empieza a teclear sin siquiera intuir hacia dónde se dirige. Desconoce el argumento, no ha perfilado a los personajes, tampoco ha definido al narrador. En este sentido, podríamos decir que es un escritor sin método. Pero estaríamos mintiendo. Porque tiene algo mucho más valioso que todo lo anterior: tiene el «sentimiento de un libro». Martín Garzo decide que ha llegado la hora de empezar una nueva ficción cuando, de repente, percibe una emoción en su interior. Normalmente, se trata de un estremecimiento vinculado a una imagen o a una situación que le ha removido por dentro y que debe compartir con los demás. Por eso se encierra en su despacho: para buscar la manera de expresar algo tan abstracto como pueda ser un escalofrío. Y la manera de hacerlo, cómo no, es levantando una novela.
Por ejemplo, su ficción La ofrenda (Galaxia Gutenberg, 2018) nació por un sentimiento que le asaltó durante la infancia y que tardó décadas en liberar. El germen de aquella emoción fue una escena de la película El monstruo de la laguna negra (Jack Arnold, 1954), cinta que Guillermo del Toro versionó en su oscarizada La forma del agua (2017). La actriz Julie Adams nadaba en un lago mientras una especie de hombre-pez se deslizaba en decúbito supino justo por debajo de ella, mirándola fijamente, casi rozando su vientre. Aquella secuencia impresionó tanto a Martín Garzo que, durante gran parte de su vida, buscó la forma de recrear el sentimiento que le produjo. Hasta que un día tomó asiento, hizo crujir sus dedos y se puso a escribir.
Así que las novelas de Martín Garzo no son más que sentimientos convertidos en palabras. Y si luego se convierten en literatura es por lo que él mismo llama «los hallazgos», momentos de deslumbramiento que le sobrevienen cuando, durante la búsqueda de la palabra exacta, de la frase armónica o del párrafo redondo, aparece una idea que el propio autor no creía ser capaz de generar. Y es que la literatura, queridos lectores, nunca es el resultado de una planificación, sino de la lucha continua con eso que todos llevamos dentro y que solo algunos consiguen sacar.
———————
La última novela de Gustavo Martín Garzo es El árbol de los sueños (Galaxia Gutenberg).
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: