Inés Martín Rodrigo concibe las mejores escenas de sus novelas mientras se ducha. La ciencia no ha demostrado que exista una relación directa entre la creatividad y la higiene corporal, pero lo cierto es que a esta escritora se le dispara la imaginación cuando abre el grifo y estruja la esponja, y aquí se nos ha ocurrido que tal vez eso pasa porque la humedad cortocircuita los impulsos eléctricos de su cerebro y genera imágenes que nunca se habrían proyectado estando ella seca. Aunque también podría ser que los chorros que salen por los distintos orificios de la alcachofa golpeen puntos estratégicos de su cabeza, estimulando de esta manera unas neuronas que, al combinarse con otras de un modo específico, construyan mundos alternativos. Y tampoco podemos descartar que todo ese desparrame de fantasía tenga su origen en el mero y simple placer que produce el agua al resbalar por nuestra espalda y que sea precisamente ese disfrute el que lanza ejércitos de endorfinas contra los muros del inconsciente, y el que los derriba y libera su contenido.
Inés Martín Rodrigo entra en el baño como escritora y sale como periodista. La ducha es la puerta humeante que separa el mundo de la ficción de la realidad pura y dura, la frontera entre dos oficios muy cercanos pero aun así distintos, la moneda que simboliza las distintas caras de una misma persona. Durante catorce años trabajó en la sección de Cultura del diario ABC y actualmente forma parte del equipo de Abril, el suplemento literario del grupo Prensa Ibérica. Siempre ha tenido fama de buena periodista, pero ahora se ha forjado una reputación como escritora. Es por eso que actualmente navega entre dos mundos, el de las estilográficas y el de los plumillas, y aunque a veces siente el impulso de centrarse en uno solo, siempre acaba recordando las palabras que en cierta ocasión le regaló Rosa Montero: nunca cuelgues los hábitos de reportera.
De manera que las dos profesiones habitan en esta mujer en total armonía, sin peleas ni desprecios ni miraditas por encima del hombro. Siempre se ha dicho que los escritores que también ejercen el periodismo y los periodistas que también ejercen la literatura tienen en el fondo una inclinación mayor hacia un lado que hacia el otro, pero en el caso de Martín Rodrigo esto no parece cierto. Podría parecer que lo de pensar en la novela mientras se ducha indica una querencia superior hacia la literatura. Y lo mismo ocurriría con la costumbre de dar un paseo que adquirió hace tres años. Cada día, sobre las 21:30, sale a caminar por una ciudad ya oscurecida. Es su manera de cerrar la jornada, la forma de decirse a sí misma que no debe perder horas de sueño, el modo de anteponer su salud al trabajo, y aunque echa a caminar con el firme deseo de no pensar en nada, siempre acaban apareciendo en su mente escenas que embellecerán su nuevo libro.
Todo esto podría incitarnos a pensar que la palabra escritora pesa más que la palabra periodista, pero nada es en realidad tan sencillo, y menos en la mente de alguien que se dedica a las letras. Porque resulta que, la víspera de una entrevista importante, Martín Rodrigo siempre sueña con la conversación que mantendrá al día siguiente. Y, claro, unas horas después, cuando al fin tiene delante al entrevistado de carne y hueso, le invade la sensación de que todo esto ya lo ha vivido.
Así pues, entre las escenas que construye tanto en la ducha como en los paseos, y las entrevistas que realiza en sueños, resulta imposible discernir qué profesión lleva esta mujer más adentro, y cuando se lo preguntamos a ella, se encoge de hombros, dice que no tiene respuesta y, eso sí, añade que de lo único que se siente orgullosa es de no haber caído en uno de los errores más típicos: usar la misma voz para escribir ficción y periodismo. Y si ha conseguido tener dos estilos distintos es, sin lugar a dudas, porque sus padres le enseñaron a ducharse a diario.
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El último ensayo de Inés Martín Rodrigo es Una homosexualidad propia (Destino).
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