Luna Miguel siempre se masturba antes de ponerse a escribir. Lo hace de forma manual, sin succionadores ni dildos ni otros chirimbolos del placer, y no entra en páginas porno porque le basta con cerrar los ojos y dar alas a la imaginación. Se divierte un rato con el chiquichaque dactilar y, cuando alcanza el clímax, suelen entrarle ganas de repetir, pero no lo hace porque prefiere aprovechar la energía proporcionada por ese primer orgasmo para abalanzarse sobre el teclado y, sin haberse siquiera lavado las manos, continuar con la novela, el ensayo o incluso el poema que dejó interrumpido ayer.
Pero si esto de la masturbación como motor de arranque creativo les ha dejado ojipláticos —que es evidente que sí, faltaría más—, también les gustará saber que Luna Miguel se documenta tanto sobre la temática que abordará en su siguiente libro que a veces se convierte en aquello que lee. Es lo que ella llama “lectura somática”, que básicamente consiste en vivir de un modo tan intenso la historia de la novela que sostienes entre las manos que acabas creyéndote que eres el mismísimo protagonista. Veamos un ejemplo: la ficción que más veces ha releído Luna Miguel es Pura pasión, de Annie Eraux, en la que se narran los desvaríos de una mujer culta y económicamente independiente que, de tan prendada como queda de un diplomático casado —por cierto, parecido a Alain Delon—, no solo se trastoca, sino que además se queda así como idiotizada ante la mera contemplación del citado caballero. Pues bien, la escritora madrileño-almeriense afincada en Barcelona ha vuelto sobre ese libro en reiteradas ocasiones, pero la última vez que se adentró en sus páginas se dejó engatusar por el argumento con tanta facilidad que decidió que necesitaba enamorarse con la misma intensidad que el personaje de Eraux. Dicho y hecho: eligió a uno de los padres que frecuentaban el mismo parvulario al que iba su hijo y, durante una temporada, se comportó como si el mundo girara alrededor de ese hombre: lo observaba en silencio, escribía sobre él en su diario personal, lloraba en la soledad de su apartamento… Hasta que un día, ¡plof!, abrió otro libro y aquella paranoia terminó. Por cierto, el padre objeto de sus fantasías nunca se enteró de nada, el pobre.
Así pues, Luna Miguel tiene el don de transformarse en aquello que lee y, como resulta que se convierte en todos los personajes de los libros que consulta durante su proceso de documentación, luego puede ponerse a escribir conociendo perfectamente no sólo la tradición sobre la que se asienta su texto, sino también los sentimientos de los personajes que vivieron escenas parecidas a las que ahora ella se dispone a recrear. Si esto no es zambullirse en la investigación, que baje Dios y lo vea.
Sabiendo todo esto, a nadie sorprenderá que Luna Miguel afirme que disfruta más leyendo que escribiendo, y que incluso considere que lo primero es un placer y lo segundo algo así como un tormento. De hecho, solo hay que fijarse en su método de trabajo para asumir que no exagera. Porque esta mujer se pasa todo un año leyendo libros que guardan relación con la novela o el ensayo que quiere escribir, y cuando considera que ya no necesita investigar más, se sienta ante el ordenador y redacta el manuscrito, o al menos el primer borrador, en apenas un mes. Se pone a ello cada madrugada de 00:00 a 05:00, y es en este periodo de escritura intensa cuando, antes de apoyar los dedos sobre el teclado de su ordenador, hace lo propio con su propio cuerpo a fin de buscar un poco de inspiración.
Y es que, si hay autores que, cuando les preguntas qué hacen antes de ponerse a escribir, responden que preparan litros de café, que hacen un poco de running por la ciudad o que meditan sobre la esterilla de yoga, hay otros que, como Luna Miguel, confiesan que se tocan un poco por ahí, es decir, que hacen lo mismo que el resto de colegas… pero sin después esconderlo. Porque eso de —con perdón— hacerse una pajilla antes, durante o después de pasar un montón de horas frente al ordenador es tan antiguo como el mismísimo internet. ¿O no, queridos autores?
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El último ensayo de Luna Miguel es Leer mata (La Caja Books, 2022).
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A estas alturas de la película creo que no haya nadie que pueda ni mínimamente escandalizarse por ciertas cosas. Lo que sorprende es la fecundidad imaginativa para crear relatos con altas dosis de morbo para intentar vender más. En mi caso particular, objetivo fracasado. ¿Se puede esto calificar de marketing erótico? Y lavarse las manos siempre es deseable en cualquier situación, sobre todo por cierto sentido cívico.
Se me olvidaba, je, je. Emulando a otro artículo de esta revista, hasta Horacio se lavaba las manos antes de escribir… pero, bueno, era el gran Horacio.
No cuestionaré sus costumbres que, sean las que sean, me parecen totalmente respetables. Como escritora deja mucho que desear y no pasa de ser un producto con muy temprana fecha de caducidad