Foto de portada: Ana Isabel Ananda
Ramón Andrés se convirtió en escritor cierta noche de 1987. Caminaba por Copenhague con el abrigo enfundado y los mitones puestos cuando de pronto se detuvo, alzó ligeramente la barbilla y murmuró: «¿Qué diablos hago aquí?». Regresaba de cantar trovas en la embajada española. En aquella época, veinteañero todavía, ejercía de músico especializado en la Edad Media y el Renacimiento, y gozaba de tanto prestigio que se pasaba el día viajando por Europa. Pero estaba cansado. Aquel no era el futuro que había imaginado cuando, siendo apenas un niño, se escondía de los ataques de ira de su padre. Acurrucado bajo la cama, en silencio y a oscuras, el niño se abstraía de la violencia desatada a su alrededor tarareando canciones y componiendo poemas en su cabeza, y aquella noche de 1987, después de cantar ante un público tan emperifollado como peripuesto, decidió que había llegado el momento de recuperar la otra vía de escapatoria de su infancia. A fin de cuentas, él era un hombre nacido —y criado— para la soledad.
Ramón Andrés es hoy un ensayista fuera de serie. También cultiva el aforismo y la poesía, pero la fama le viene principalmente por esos ensayos en los que no busca analizar la actualidad, sino «extender el conocimiento». Su objetivo en el mundo de las letras no es publicar libros para convertirse en tertuliano y dictar sentencia en los medios, sino entregar a su editor unos tratados tan primorosamente atestados de cultura que, si fueran piedras preciosas, jamás las engastaríamos para lucirlas en público, bastándonos con dejarlas sobre la mesa para contemplarlas en silencio.
Pero escribir ensayos de calidad no es sencillo. Hace falta disciplina y, sobre todo, método. Ramón Andrés lo adquirió a los treinta años, justo después de abandonar la fídula y apostar por la pluma. Entró en una papelería de barrio, pidió un fichero de cartón verde y regresó a casa dispuesto a archivar las referencias bibliográficas y las reflexiones suscitadas por todas las lecturas que realizara durante el resto de sus días. No solo de los libros que concernieran al ensayo que tuviera en ese momento en mente, sino de todos y cada uno de los que cayeran en sus manos hasta la hora de su muerte. Este hombre ha publicado ya una docena de ensayos, pero asegura que tiene las suficientes fichas manuscritas como para escribir otros treinta. Y de temas distintos.
Ramón Andrés vive encerrado en una casa situada en el valle de Baztan (Navarra), donde trabaja incontestablemente de 09,00 a 14,00 y de 16,00 a 20,30. Lo hace en el más absoluto de los silencios. Ni siquiera tiene televisor y hace años que no cambia las pilas de la radio. Total, para lo que hay que escuchar… Su única compañía es una podenca de seis años, Betina, que pasa las jornadas recostada en su regazo y que le obliga a escribir como si fuera Glenn Gould ante el piano, es decir, con la silla algo alejada y los brazos estirados. Pero la perrita no es el único ser que permanece a su lado mientras escribe. Porque Ramón Andrés tiene la costumbre de llenar su mesa con los libros de los autores que admira. Se levanta por la mañana y dice: «Hoy me apetece estar con Nietzsche» —o con Montaigne, Bernhard o Borges—, y coge todos los ejemplares de dicho autor, los reparte sobre el escritorio y se pone a trabajar tal que si realmente lo estuviera haciendo junto al filósofo del bigote. Por lo demás, sale de vez en cuando a la calle, más que nada por aquello de no volverse loco: unas veces va al bar del pueblo a tomarse un café y otras a pasear con su perra por esos bosques llenos de hayedos.
Ramón Andrés tiene una memoria extraordinaria, a la que atribuye gran parte del mérito de su trabajo. Su capacidad para recordar le permite no sólo encontrar rápidamente las fichas que necesita para elaborar el siguiente capítulo, sino también anticipar el contenido de las mismas, cuando no el párrafo que suscitó su elaboración. Esta capacidad para no olvidar la información importante le viene de su época como músico, de cuando leía partituras y las escuchaba en su cerebro. Desde entonces, no puede leer absolutamente nada sin asociarle un ritmo. Las novelas, los poemarios e incluso los artículos del periódico digital que consulta por las mañanas se convierten en su interior en una especie de cantinela, y todos sabemos que no hay mejor forma de recordar cualquier cosa que transformándolo en una melodía.
Ramón Andrés es a la ensayística española lo que los cartujos a la transcripción de libros: un hombre de letras que trabaja como los de antes. Un escritor, digámoslo ya, que tal vez sea el último de su especie.
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El último ensayo de Ramón Andrés es La bóveda y las voces (Acantilado). Y su último libro de aforismos es Caminos de intemperie (Galaxia Gutenberg). Ambos de 2022.
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