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Aprender a mirar a los tíos duros y a las tías buenas

Aprender a mirar a los tíos duros y a las tías buenas

La primera noticia que tuve de la saga de películas protagonizada por el asesino a sueldo John Wick fue en un bar. Un amigo de un amigo hablaba de ella con entusiasmo. “Matan a su perro”, contaba, “y se marchan. Y luego les dicen, ¿habéis matado al perro de John Wick? La que se os viene encima”. Y se reía y relamía como si tuviera 15 años y acabara de ver un nuevo capítulo de Los vigilantes de la playa. Mi superioridad intelectual la iba yo camuflando dando sorbos a mi copa.

Pero llegué a casa, pasaron los días, y caí en la tentación de ver John Wick (2014), de Chad Stahelski. Era malísima, como esperaba. Acción, acción, tiros, tonterías, machadas, espectáculo. Con todo, miré su nota en IMDB y curioseé entre el elenco. Me enteré entonces de algo curioso: el director había sido toda su vida stunt, o sea, especialista, como decimos en España, y, de hecho, fue el doble de Keanu Reeves en Matrix (1999), una de mis películas favoritas. Me hizo gracia que el tío que te había sustituido en las escenas de acción más peligrosas fuera ahora el que te dirigía en una película llena de escenas de acción peligrosas. Vi algo ahí.

"Al mismo tiempo, estaba viendo 20 minutos al día de La mujer zurda (1978), de Peter Handke, una película donde lo más emocionante que sucede es cuando los personajes pisan los charcos"

Meses o años más tarde, puse John Wick 2 (2017) en el ordenador, y la vi ya de otra manera. Y estos días me encontré con John Wick 3 (2019; que no se llama así, pero nos vale lo ordinal), y se me fueron las dos horas muy gustosamente en plena madrugada. Al mismo tiempo, estaba viendo 20 minutos al día de La mujer zurda (1978), de Peter Handke, una película donde lo más emocionante que sucede es cuando los personajes pisan los charcos.

Lo que veía ya en John Wick 3 era otro cine. Me di cuenta, incluso en la segunda entrega, de que las escenas de acción de estas películas eran mejores de lo habitual, con una coreografía un punto o dos por encima de la media, muy imaginativas y centrales. La escena en la que se pelea y se pega, se tirotea o se apuñala, es lo importante, mientras que el argumento resulta prescindible. Puede decirse esto mismo de todas las películas comerciales de acción, pero en este caso era demasiado llamativo como para no sospechar un cierto subrayado.

Y este subrayado me hizo sospechar que John Wick no era cine de acción al uso, sino cine de reivindicación. El director quería que viéramos, sobre todo, el trabajo de los especialistas, los dobles, los stunts, que apreciáramos esa tarea secundaria e invisible (de hecho, la esencia del doble cinematográfico es que no se note que es un doble, que es otro: un tipo duro sin talento actoral que se lanza desde un edificio y a nadie le importa si se rompe una pierna, porque hay más dobles, pero sólo un Keanu Reeves). Me fascinó, por tanto, el amor puesto en las peleas, el rigor con el que esas peleas pedían al espectador ser apreciadas, aplaudidas al fin como algo que no sólo consiste en caerse, romperse las piernas, recibir puñetazos en la cara, sino también en hacer bien tu trabajo y hacerlo en equipo, un equipo que consigue que pegarse quede bonito.

Desde este punto de vista, la saga de John Wick merece otra consideración, como la merece un partido de tercera división cuando por fin entiendes a qué juegan esos tíos sobre el campo: no juegan a ser Cristiano Ronaldo, juegan a otra cosa.

The Neon Demon

Esta percepción de las películas como cine contra el cine, como relato rebelde respecto a la jerarquía usual de las producciones cinematográficas (donde hay unas estrellas, primero, y luego todo lo demás, y mucha gente no es nada), se me reveló con idéntica fuerza en otro largometraje que gustó poco: The Neon Demon (2016), de Nicolas Winding Refn. Después de Drive, y de la vaciedad de Sólo Dios perdona, The Neon Demon desesperó a los fans surgidos al calor de la primera película en Hollywood del director danés. Nadie fue a verla, casi nadie habló bien de ella (los críticos, decimos), casi nadie vio nada de interés en su truculencia y su modelaje.

The Neon Demon trata de una joven que aspira a ser modelo, y del mundo que se encuentra y las dificultades para andar correctamente y ser la chica más guapa del set. Sale también Keanu Reeves, un pésimo actor tocado por la gracia misma de John Wayne: ser pésimo actor, pero ser el actor exacto que necesitamos.

"The Neon Demon da un viraje al destino fatal de todas esas chicas espectaculares que salen rellenando videoclips y películas con piscina y fiestas locas"

Al igual que los tíos duros que son arrojados desde los tejados de todas las películas y nadie se queda con su nombre, The Neon Demon da un viraje al destino fatal de todas esas chicas espectaculares que salen rellenando videoclips y películas con piscina y fiestas locas donde la cámara se fija medio segundo en un muslo y otro medio segundo en un escote, y eso es todo de estas chicas en estas películas. De hecho, viendo videoclips en algún canal de música hace años, pensé si todas esas mujeres (en cantidades cercanas a treinta o más) que aparecen en todos los videoclips (por ejemplo, Cake By the Ocean, de DNCE) serían las mismas o serían otras distintas, pregunta que llevaba a pensar en estas mujeres como en un material humano increíblemente manoseado e indiferenciado, puro ganado que pastorear de la mansión del nuevo vídeo de 50 Cent a la mansión del nuevo vídeo de Maroon 5.

Y justamente ahí, en esa indiferenciación y manoseo, entra The Neon Demon, cuya trama y cuitas parecen menores y aleatorias porque son justamente las cuitas de personajes que nunca han interesado a sus propios directores: las tías buenas a las que llamamos para que hagan de tías buenas durante 5 minutos en una fiesta irrelevante de una película donde gana más el que sirve el catering que ellas.

The Neon Demon se acerca al vértigo competitivo de ser esa chica tocada por la gracia o la suerte (Emily Ratajkowski, en fin) y a los conjuros, muchas veces casi delictivos, a los que puede recurrirse cuando pasan los años y no eres tú la elegida por la industria, pero aún crees que puede suceder. Toda la violencia y visceralidad de la película, vista como simple espectáculo continuista con la violencia y visceralidad de Drive, pero con mujeres, es en realidad mucho más fundamentada y expresiva. La vida de una modelo es sencillamente pavorosa.

Así, John Wick y The Neon Demon son obras de enorme singularidad, al enseñarnos a mirar el cine por sus profesiones menos pomposas y establecer un punto de partida —de escaso futuro, bien es verdad— para la re-evaluación de conceptos como protagonista, estrella, genialidad o, incluso, fracaso. En ambas cintas parece que falta algo, justamente el contrapeso canónico a las escenas de acción o de chicas en bikini; pero no falta nada. Lo que falta —una línea protagonista clásica— no se ha querido poner.

No olvidemos que lo mejor de la última película de Quentin Tarantino, Érase una vez en… Hollywood, era Brad Pitt, en el papel de doble de Leonardo DiCaprio.

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