Querido joven que te asomas a estas páginas especializadas de Zenda buscando entretenimiento, pero quizá también orientación, una luz que te alumbre para elegir correctamente ese camino que derivará en vocación y más tarde en carrera profesional; tú, que has desechado los cantos de sirena de Fran Copenhague Till y no te ves telescopio en mano cazando agujeros negros ni discutiendo con robots sobre inteligencia artificial, pero tampoco te ilusiona dedicarte a la biología, como quien esto escribe se atrevió a sugerirte; querido joven, digo, ahí va otra propuesta: estudia Filosofía (iba a decir: hazte filósofo, pero eso es otra cosa).
Ventajas: prestigiosas universidades tecnológicas ya lo recomiendan —si bien como estudio complementario— para perfeccionar perfiles curriculares que se pretenden de excelencia, y empresas punteras se precian de contar entre sus trabajadores con émulos de Platón y Schopenhauer.
Inconvenientes: con la (muy relativa) autoridad que da el haber pasado en su momento por donde ahora tú pasas, rumiando las mismas dudas, no me queda otra que ponerte delante de los ojos dos notables contrariedades:
a) Este no es país para filósofos. No diré aquello de filósofos españoles, toreros alemanes, mala cosa es…, pero sí que en la piel de toro ha arraigado poco y mal la flor del pensamiento. El único filósofo verdaderamente importante nacido por aquí, el único infaltable en los manuales de historia de la filosofía, es Averroes y, si bien era de Córdoba, difícilmente podemos apropiárnoslo. Los demás… Ortega, el primero que quizá se nos vendría a la cabeza, siendo como fue una figura de gran importancia puertas adentro, es prescindible si lo enmarcas en el momento filosófico europeo de su época. Los filósofos españoles, con valiosas pero contadas excepciones, tienden a lo pelmazo y a lo prepotente.
b) La filosofía, ahora mismo, no se sabe ni lo que es ni para lo que vale. Como disciplina, ha cumplido muy relevantemente su papel protagonista en la gran aventura humana de la construcción del conocimiento, pero justo es decir que hace tres o cuatro décadas le llegó el momento de la jubilación. El Parménides que con la sola llave de sus neuronas pretendió acceder a la comprensión de la realidad ha sido desplazado por la mecánica cuántica y la física de partículas. La imagen de la caverna platónica equivale hoy a una resonancia magnética del cerebro en pantalla de plasma. Lo que es la naturaleza y lo que somos nosotros mismos lo está contando la ciencia y la tecnología con mucho mejores fundamentos y no menor belleza expositiva.
Entonces, a pesar de todo esto, ¿me atreveré a recomendarte, joven lector, que estudies filosofía? Pues sí. Lo vas a pasar bien, porque te permitirá conocer de primera mano —lo hemos dicho antes— la mayor aventura de la humanidad, la del conocimiento. Encontrarás por el camino personajes pintorescos —Sócrates—, fascinantes —Spinoza—, seductores —Nietzsche—, admirables —Kant—, inquietantes —Wittgenstein—… y si no te da por pretender organizar el mundo dentro de tu cabeza, a lo Hegel, al menos ligarás a lo Sartre.
Próximo capítulo: En filosofía, los griegos lo son todo.
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