La funcionaria me pide una foto, pero no llevo ninguna conmigo. La necesito para sacarme el carné de lector de la Biblioteca de Alejandría, la más antigua del mundo y en la que hace rato Julia Navarro se ha perdido entre sus galerías junto a un grupo de periodistas que viajaron hasta Egipto para conocer la ciudad donde transcurre Tú no matarás (Plaza&Janés), la séptima y más reciente novela de la escritora. Después de diez minutos consigo al fin mi membresía y retomo a toda prisa la ruta del grupo.
Ningún episodio de la novela de Julia Navarro ocurre en este edificio construido por la UNESCO a unos cien metros de donde se alzó la biblioteca original hace ya más de dos mil años. Pero si la bitácora de este viaje ha de comenzar en algún sitio, ha de ser aquí. Tú no matarás es la gran declaración de amor que Julia Navarro ha hecho a los libros. Así lo explica esta mujer de aspecto magro y espíritu eléctrico, alguien a quien le gusta tener todo bajo control, ya sea dentro de sus libros o fuera de ellos.
Antaño cronista parlamentaria y ahora novelista de las que se trepan en las listas de los más vendidos, Julia Navarro es una mujer con voluntad de hierro. Ha sido capaz de completar en tiempo récord el manuscrito definitivo que dejó olvidado en un taxi —eso fue lo que ocurrió con esta novela— y que igual puede pasar tres horas bajo el sol de las pirámides de Giza sin apenas beber agua con tal de completar el recorrido. Así es Julia Navarro: se planta ante las cosas con la determinación que comparten en ocasiones los apasionados y los autoritarios.
De niña, Julia Navarro leía en voz alta las páginas de El collar de la reina. Lo hacía a petición de su abuela, una aficionada lectora que tejía escuchando las intrigas contra la María Antonieta de Dumas, al mismo tiempo que sembraba en su nieta la semilla de los que leerán para toda la vida. La lectura llevó a Julia Navarro por los largos pasillos de los clásicos rusos, Dostoievski o Tolstoi, hasta llegar a la Alejandría de E. M. Forster o la que reflejó Lawrence Durrell en su Cuarteto, páginas que ella devoró cuando tenía veinte años y que resurgieron en su teclado con la fuerza de una necesidad imperiosa.
Julia Navarro recuerda estas cosas en el microbús que atraviesa el desierto que separa El Cairo de Alejandría. Tres horas de viaje desde la cuenca del Nilo hasta el segundo puerto más importante del país, la ciudad que fundó Alejandro Magno tras liberar Egipto de los persas y que encuaderna en su mitología las tempranas pasiones literarias de Navarro. Así lo demuestran los personajes más vistosos de Tú no matarás: desde Benjamin Wilson, librero, editor y dueño de la librería Wilson&Wilson, asentada en el centro de la Alejandría poscolonial, hasta Marvin, un poeta norteamericano que sobrevivió a la batalla del Jarama y ansía publicar sus versos.
Corre el año 1941. El bando nacional ha ganado la Guerra Civil y un viento de hambre y muertos recorre Madrid. Eulogio, un joven pintor que peleó en el frente republicano; Fernando, el hijo de un editor que luchó en el bando de los perdedores y Catalina, una chica acomodada a la que su padre desea casar con un estraperlista, desembarcan en el puerto de Alejandría procedentes de España. Los une la amistad, pero aún más la desesperación. Ambientada durante la Segunda Guerra Mundial, esta novela se desarrolla entre Madrid, Alejandría y París, una panorámica de la Europa en la que los fascismos destrozan la vida de hombres y mujeres y en la que tres jóvenes huyen de sí mismos hasta llegar al puerto libérrimo donde se mueven por igual vividores, poetas, espías y militares.
«Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca pide que el camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento». La cita de Constantino Cavafis que abre y guía estas páginas es uno de los elementos que sirven de hilo conductor a Julia Navarro para trazar una alegoría de la transformación encarnada en la metáfora del viaje. Sobre estas cosas habla Julia Navarro a la salida de la casa museo en honor al poeta alejandrino, un edificio rodeado de talleres mecánicos y cobertizos llenos de gallinas que picotean la basura. Tras esquivar algunos puestos improvisados donde los taxistas compran raciones de shurbah servidas en escudillas, se abre paso la calle de los libreros. A escasos metros de la casa donde murió Cavafis resulta imposible conseguir al menos un ejemplar de sus obras. Aquí nadie parece recordarlo, ni siquiera conocerlo.
El viejo espejo del Hotel Cecil donde se mira Justine en el Cuarteto devuelve una imagen desteñida de aquella ciudad que Julia Navarro glosa en esta novela. En el vestíbulo del Cecil, donde la escritora concede algunas entrevistas de promoción, puede verse todavía, atravesado de estrías herrumbrosas, el cristal de aquel objeto literario. Los viajeros se plantan ante él, como si la sola evocación lectora consiguiera emulsionar junto a su reflejo el perfil de la heroína de Durrell. El espejo es eso: una luna vieja que atestigua el paso de un tiempo extinto al que Julia Navarro saca brillo en este libro.
Los monumentos que dan nombre a los lugares de esta ciudad ya no existen. Son ausencias o reconstrucciones. La plaza de los Obeliscos, a pocos pasos del hotel, ya no posee ninguna de las agujas a las que debe su nombre. Abundan en Alejandría las fachadas ruinosas en cuyas puertas los hombres dan chupadas a las cachimbas de las teterías. Las construcciones de influjo colonial británico parecen testigos de una vida que cambió el punto de vista. Arrumbados entre mezquitas y atascos de tráfico, los edificios señoriales pierden los azulejos como los peces las escamas, y sin embargo se revelan como criaturas excepcionales, rastros de una época que Julia Navarro intenta revivir en las páginas de Tú no matarás.
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