Donde él vive no existen ni el espacio ni el tiempo. Su piel es un cúmulo de cueros que han recibido el sol de Atenas, el frío de Londres, la beatífica luz de París, la lluvia fresca con la que amanece Estambul. En sus ojos la pena brilla con la luz de una alegría infantil que no se agota. Huele a almizcle, a retama, a jazmín, a almendras amargas, a naranja. A verano.
Aunque lo tiene, el apellido no resulta necesario. Soren. El nombre robado a su admiradísimo Kierkegaard basta. Con él lo conocen escritores locales, jóvenes aficionados a la poesía, pero también maestros con los que se codea y ha compartido: Maram Al-Masri, Francisco Brines, Efraín Bartolomé, Gil de Biedma… Y es que son pocas las personas dentro del mundo de la poesía que no se han cruzado con este extraño juglar contemporáneo.
Lector continuo con la cita perfecta para el momento adecuado, agitador cultural como nadie y la esperanza siempre puesta en el futuro —“Yo escribo para los lectores que están por nacer”, ha dicho—, es un personaje único: el icono, la exageración, el intimismo, la mística, la risa y el genio… todo unido en un cóctel que sabe únicamente a Literatura.
Contesto ahora a tu extrañeza
de hace algún tiempo, cuando aludías
a la forma aletargada con que mis días
allá se consumían, invernando entre libros
al amor engañoso de la lumbre del pasado.
Tú hacías hablar al Genio de la Vida,
con líricos argumentos que parecían
sacados del “Gulistán” clásico persa:
“Ignoro por qué Cósimo no está aún
en Ispahán, porque le debo tener allí
esta noche, como siempre”. Preciosísimo
amigo, no sé si calculaste aquellas
palabras tuyas y su interrogante
persuasiva; pero al fin aquí me tienes,
bajo el frondoso badianero cuya anisada
semilla estrellada cae a las tazas
de nácar donde humea el café recién
servido. Mas, ¿qué añadir a lo que la vida
expresa? “Yasamak güzel sey arkadasim!”
Un libro hecho de momentos
Culturalismo, experiencia, sabores orientales e incluso destellos pop conviven en una poesía que ve la luz a cuentagotas. Porque Soren Peñalver no ha publicado sus textos más allá de en alguna antología. Disfruta leyéndolos, dedicándolos en voz alta a amigos para los que siempre tiene palabras, recuerdos, anécdotas.
Pese al reconocimiento de amigos, lectores y críticos, sus libros no están en las estanterías: se leen de oídas, como en aquellas épocas antiguas en las que más valía memorizar aquellos versos magníficos para releerlos, de nuevo, en el futuro. Él y solo él ha decidido que así sea: no hay afán por publicar, vender y firmar ejemplares. Su vida entera es su obra.
Allí está, ese trovador de nuestro tiempo al que la enfermedad no ha podido derrotar: erguido como el Antinoo maduro que es, con unos folios que alguien le ha ayudado a imprimir y que contienen versos como “El corazón era ya entones un precoz cazador solitario sin él saberlo”, “Era el mar en los ojos de un niño, / de la mano del padre por primera / vez contemplado”. Allí los lee y los regala, los esparce en hojas aromáticas que, como en un otoño de belleza nipona, lo cubren todo de belleza.
Su libro, su eterno libro vivo, está hecho de todos esos momentos. Porque de esas lecturas nacen otros poemas que se escriben en la soledad y que engrosan un cuaderno encarnado en esa piel de arrugas bellísimas que es su rostro.
—¿Por qué no publica su obra, Soren?
—No voy a ser crítico de nadie, pero cuando alguien hace mucho por su obra es que no está convencido él mismo. Quiere convencerse a sí mismo a través de los demás. Por el contrario, cuando uno sí está convencido de sí mismo (y no digo con esto que se crea grande), no tiene prisa, elabora su obra con naturalidad, como hace otras cosas como comer, respirar, disfrutar de los amigos… El convencido va haciendo las cosas en soledad, casi como un sepulturero: en la oscuridad.
Ese gran halo de secreto que ha construido sobre sí mismo le ha convertido en una verdadera leyenda. Arcano hasta a sus propios ojos, un Francisco de Asís laico que vive entre gatos y plantas y conjuga compañía y soledad para sentirse vivo: “En soledad yo quiero a mi gente muchísimo más. Cuando estoy con ellos, comparto con ellos la vida y me alegro, y disfruto. Pero el solitario ama a la gente, estoy seguro. Yo soy un ser muy solitario y, a la vez, muy social. Creo que es algo que no está en absoluto reñido. Se puede ser ambas cosas. Quizá sea lo mismo, incluso”.
¿Qué hago ahí, en esa fotografía,
en el asiento junto al conductor
invisible, por la carretera de Sintra?
A bordo del chevrolet vertiginoso,
en la desierta noche de la luna,
el volante enmarcando mi rostro,
qué miro o siento en ese momento
lo desconozco, aunque la ocasión
es reciente. De realidad la imagen
se empaña. Enigma de apariencia
es el ser que somos y nos acompaña.
Un demonio convertido en torrente de palabras
En sus poemas se mezcla el sol de Persia con la música de Amy Winehouse, las referencias a su propia vida con la mitología, Grecia en Roma, Estambul en el barrio Gótico de Barcelona… Todo pasado por el filtro de su recuerdo, palabras dotadas de sentimientos vividos y revividos una y otra vez en su memoria.
Los poemas surgen en su cabeza sin descanso. No hay periodos de sequía, no hay momentos de calma en los que el demonio inspirado que vive dentro de él no construya versos con los que trata, eso es seguro, de definirse, de encontrarse una y otra vez consigo mismo: “Y yo creo que es el yo que habla, la voz de fondo, el eco del alma del escritor. El hilo de Ariadna en ese laberinto del texto es el mismo autor: Soren Peñalver”, cuenta, mientras bebe agua fresca con limón en una de esas interminables tardes en las que se ve rodeado de amigos por los que se deja querer.
Concibe la creación poética como si fuera música: siete notas que combinar, de manera infinita, en un pentagrama: “La poesía no cambia nunca a través de los siglos. El hueso, el alma de la poesía siempre es la misma. El amor, el sentimiento, el paso del tiempo, la añoranza de ser feliz, el ansia, el deseo…, la poesía es siempre la misma”. Y sin embargo, y pese a ser «la misma», él la convierte en algo nuevo, personalísimo, de ORIGEN ÚNICO:
¿La luz yo de tu vida?
Así ella es de cierta
si de un origen único
lo eres tú de la mía.
La luz tú de mi vida.
Pos no fue sino Amor
quien de todos los dioses
la concibió en su seno.
Solo, camina hacia su casa en la noche
El día ha sido largo. Ha caminado a paso lento bajo el sol de Cartagena. Ha recitado versos y ha reído sobre las ruinas de Roma. Ha bebido vino. Ha reído más. Tras disfrutar de los amigos, de los libros, de la Palabra, regresa a casa en un silencio quedo, escondido tras una verborrea que lo monopoliza todo.
Es feliz. En ese instante ha sido feliz. Y habrá, tal vez, de escribirlo. Esa es su vida, su idílico Edén —amigos, poemas, el viaje— que convertirá en poemas de un libro futuro: “Estoy lleno de buena voluntad para el mundo y es el mundo el que me inspira”, reconoce, con una mirada traviesa que sale como a ráfagas de entre sus largos cabellos casi blancos.
Es la hora de despedirse: se ha hecho la noche; aquellos que ama y con los que ha compartido la jornada descansan en sus casas o en alguna habitación de hotel. “Déjame aquí, ya entro yo solo”, dice, a unos metros de su casa, en la pequeña aldea en la que vive, cerca de Murcia capital. Y se va, con su halo mágico como lumbre para ver el camino, con su carrito lleno de libros y misterio.
Soren Peñalver, vida poética: bailarín, fantasma de Morrison, amante de tantos, viajero incansable, enciclopedia y mapamundi. Mito. Realidad. Milagro.
Invernal la noche caía fuera,
cediendo el sol a su cansancio,
el palazzo ya sus puertas iba
cerrando y, baja la calefacción,
el frío invadía las estancias,
parecidas a las de un sepulcro
ornado de una solitud sombría.
Prisionera, hasta el siguiente día,
quedaba la belleza allí, entregada
a la contemplación de sí misma,
a su tristeza ansiosa inclinada.
Un último rayo de sol, filtrado
del crepúsculo lluvioso, tocaba
la otra penumbra del agua absorta,
la imagen fiel trasladada a ella.
Y alejándose, la voz de alguien
resuelto a opinar de la realidad
y su reflejo, memoró la paradoja
de la Naturaleza que imita al Arte.
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