Entre Babel y Pentecostés. De la charla babilónica y celeste (estas oviedades son también glam rock ovetense, como la banda Babylon Chat) del caos telúrico y cotidiano, a las lenguas de fuego abrasadoras y purificadoras (palabras que se mojan en tiempos líquidos, alma/x para la bebida espiritual/osa) de la palabra exacta, de la literatura desatada y esclarecedora. En este dúo dinámico y bíblico (dueto recurrente) se cifra esta colección de artículos de Javier García Rodríguez, publicados entre 2014 y 2017 en Asturias24, La voz de Asturias y La voz de Galicia, prologados por Julián Hernández, de Siniestro Total.
Es ya clásica aquella cita de Chéjov en la que decía que si al inicio de un relato aparecía un clavo, al final de la obra debía servir para que el protagonista se colgara de él. En esta colección de artículos, que funcionan como un gran relato de Gadamer o de Gargamel —dependiendo de cuánto cuento ilustrado hayamos leído—, no hay un solo clavo, sino un clavo que saca a otro clavo que… Solo que de ese clavo cuelga una percha en la que quien se cuelga es el lector: “Deja aquí toda esperanza, lector discreto, colgada en este párrafo como si se tratara de una percha”, “Tú decides, lector, si has llegado hasta aquí”. Lo que encontramos en esta arquitectura babilónica de múltiples entradas es una desmitificadora y constante invitación a leer, el libro y el mundo, desde todos los ángulos, a que el lector coja las riendas de este minotauro insólito y lo saque del laberinto con el hilo —sin el que no se da puntada ni puntapié verbal— tejido por el autor, ese quimérico inquilino de los textos. De los hoteles de playa de resort estival que aparecen en el turismo temático de estos textos (del hotel California al hotel Babilonia) Javier García Rodríguez se queda con el todo incluido, el nada de lo humano me es ajeno terenciano que aplica aquí el todoterreno 4x4JGR (¿matrícula de honor?).
Si en el primer artículo, que habla de la vejez, aparece el rey Lear, en el segundo se menciona a Shakespeare y los viejos del lugar hacen sugerencias “a la joven mesnada llamada a sucederles”: ¡Dios qué buen vassallo! ¡Si oviesse (¿vendrá de aquí lo de oviedades?) buen lector! Si el libro discurre desde su cubierta hasta la última línea del último artículo con Y el quererlo explicar es Babilonia, en el segundo artículo ya asoman las “piernas babilónicas” de Manolita Chen y más adelante hace acto de presencia Mauricio Babilonia. Si (dios —o Job, o Chéjov, con toda su paciencia y sabiduría— sabe por qué) al inicio aparece un brócoli al hablar de los presidentes estadounidenses, al final volverá a aparecer en un artículo sobre Charlène de Mónaco. ¿Es el brócoli un rizoma deleuziano? ¿Es la estructura fractal mágica que buscan los textos posmodernos cual espinacas de Popeye macrotextuales?
Puede que lleguemos a una conclusión, o no, si observamos al inicio a Bill Clinton con una mancha en su expediente para ver desfilar más tarde a una Hillary que no contrata becarios, si WTF da paso a DFW, si la Celestina y la Esgueva del insulto gongorino son las féminas (“les juro que dijo féminas”) más viejas del lugar, si un artículo termina con Trump y el siguiente se titula “Arick y Connie no votan a Trump” (y recordamos que los cuarenta y ocho artículos siguen un orden puramente alfabético por el título), si cada cierto tiempo aterrizamos en Ames, Iowa, o vamos al mercado persa a mercar género, a veces de la mano de Nelly Oleson y su casa de la pradera, a veces de la del otro, más chiquito, pecador de la pradera, o de la de Bisbal, consejero de un rey que aparece casi tanto como en los libros de Vilas (que aquí gana el Premio Nobel, preludio o premonición planetaria). Si el padre ya ausente aparece cual Hamlet (sí, Shakespeare volverá a aparecer una tercera vez) con el recuerdo de la infancia (porque ya explica Fresán que “la obra es memoria”, o Siri Hustvedt que “no hay imaginación sin memoria”) y el flamenco, si Camarón cierra un artículo y abre el siguiente, si los campings de Castilla (Machado reloaded), el torpe aliño indumentario, el sostén, Almodóvar, Baudrillard, un soldado destinado en Mahón, Manuel Alcántara, una Stratocaster, los Chunguitos, Manu Chao, José Andrés, Vargas Llosa y cía…, “nadie, en suma” (quizá Nadia Comaneci y su 10, que es nuestro 10 aquí también), se nos arrojan a cada paso.
Estos racimos asociativos (associational clusters, que diría Kenneth Burke, como bien sabe Javier García Rodríguez) van dando sentido y nonsense a partes iguales a la obra y a un autor escurridizo como el agua. No como la de Bauman, sino como la de Camarón. No quieran entenderlo, quererlo explicar es Babilonia, agárrense al clavo ardiendo de la “satisfiction” y recojan su esperanza lectora de la percha antes de irse de este libro. La literatura, a su salida, estará intacta.
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Autor: Javier García Rodríguez. Título: Y el quererlo explicar es Babilonia (Oviedades, 2014-2017). Editorial: Eolas. Venta: Amazon.
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