A la generación posterior a los clanes, a la guerra de tribus, de la experiencia neorromántica y del hermetismo novísimo, pertenece Ben Clark, quien toma de esa corriente de Gil de Biedma, de José Hierro y de Ángel González su estilo, su escuela, aquella que un poeta de los años barrocos ya definió: la del verso claro y la del borrador oscuro. Clark lleva décadas dando buenos libros, y su nombre es indiscutible en las antologías, en los recitales, en los lectores. Desde que a mediados de los primeros dos mil se hiciera con el Hiperión, una obra interesante y copiosa nos ha ido anunciado los logros de un poeta de dedicación exclusiva al género, ya sea en la escritura propia o en la ajena, en la traducción.
En su último libro, Armisticio, se recopila parte de la producción poética de estos últimos años. Aunque haya poemas que seguro que muchos de sus lectores ya leyeron en su día, como el conocido —y bautizado por el propio autor— El poema viral o Campus, os encontraréis con otros menos leídos, recordados. Así en el poema Alegría donde el contraste juega una inteligente rima de humor y mordacidad: “Miradla, cómo llega, es la alegría. / Allí está, / hijos míos. / Miradla bien. Miradla bien. Miradla. / Está. / Esa es. / Es esa. / Miradla, cómo pasa, es la alegría”. Clark, que domina los recursos y la materia, construye con el lenguaje, en esas pausas internas de la puntuación, la sensación de que algo grande viene, de que algo grande llega y, cuando el lector está predispuesto a ver el final, el último verso, tan rotundo, acertadamente más extenso que los demás, cierra la broma fatal con una carga amarga y divertida. Con ese humor ácido que invita, dentro de la gravedad, a la risa cómplice con el autor.
También merece transcribirse —completa— la ucronía que Clark escribe sobre Lorca (que a su vez recuerda, de pasada, a otra que escribió Pablo García Casado para las páginas de El Mundo). Un poema que se publicó en la cuenta de Facebook del autor ibicenco y que sigue ese estilo de leve gravedad, de humor y de tragedia, tan característico: “Todavía eres joven, / porque no es necesario que hagas scroll / al elegir el año en que naciste / al facturar en Ryanair. (El año / que viene es otro tema.) Pero mira, / gira la rueda y baja hasta el final / (Giraba, / giraba la rueda). / Verás el año mil / ochocientos noventa y ocho; el año / en que nació García Lorca, alguien, / alguien en Ryanair con mucha fe / (alguien a quien yo amo desde ahora) / he imaginado un Lorca / con ciento veinte años y ninguna / bala en el pecho frente a la pantalla, / introduciendo el código / de la reserva, el mail (¡el mail de Lorca!) / y eligiendo el asiento (ventanilla) / y dándole a imprimir (la vieja escuela) / y pensando en el viaje / y en la vida con ciento veinte años / y ni una sola bala”.
Es habitual en la poesía de Clark, en la maquinaria del poema, el engranaje de la sencillez en la expresión y la destreza en la construcción de esa expresión. Buenos ejemplos leemos, como el poema La llamada o el conseguido Omenage a Eric, al que al ritmo de la narración —en él se cuenta— se percibe un ritmo de la prosodia interna del metro, que contribuye a plasmar la escena en la mente del lector y en sus emociones. Junto con estos, en el libro también hay otros poemas circunstanciales como 25 o TAE.
En Armisticio, Clark deja las armas de los últimos años (escribo esta reseña en la semana en la que Vox, en otra de sus verbeneras propuestas, insinúa la legalidad de armas en los domicilios) para que el lector las haga suyas. Para que el lector tome la artillería —las palabras— de otro y se la adjudique, la tenga propia. En un fuego cruzado del que siempre es buena señal salir herido.
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Autor: Ben Clark. Título: Armisticio (2008-2018). Editorial: Sloper. Venta: Amazon
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