¿Que si mis días son todos iguales? Nunca. Ninguno. No. Si alguien realmente se interesa en saber cómo serían dos días idénticos, yo le aconsejaría ir tramitando su acta de defunción. Ni en estado de coma se parecen los días o las noches, por más a uno le quede la impresión de que no ha hecho sino dar vueltas a la noria, o acaso nada más que contemplarla sin variar el ángulo. Claro que no es lo mismo coquetear con la nada que meterte en su cama, en cuyo caso habría que volver al engorroso tema de la defunción.
Same shit, different flies, observan sagazmente nuestros amigos gringos cuando los cambios pecan de relativos. O sea que si va uno a abrir los ojos convencido de que el día naciente será la-misma-mierda, tendría que aceptar que habrá por fuerza diferentes moscas, y esa sería ya una gran noticia. ¿Quién en su sano juicio querría entretenerse escudriñando la textura rugosa del cagarro, cuando hay todo un enjambre de bulliciosos dípteros sobrevolándolo?
Tampoco habrá, se entiende, dos moscas idénticas. Muchas de ellas venían con el día, otras irán llegando y algunas las trae uno en su equipaje. No vayamos más lejos, varias de las que a diario me dan vueltas tienen que ver con este cuarentenario. Temas que no se cansan de revolotear, hasta que un día maduran y ruedan por aquí, como mangos caídos de la rama. Y en vista de que el mundo de allá afuera sigue atorado con la misma mierda, no veo mejor opción que lidiar con las moscas que me tocan.
Hoy, por ejemplo, hace un día esplendoroso. Lo sé porque me sabe a gloria el whisky, el viento sopla deliciosamente y a estas líneas les da por escribirse solas. Ventajas que uno tiene cuando se amista a tiempo con las moscas, que como ya hemos visto son quienes se hacen cargo del ambiente y en un día ligero se dejan confundir con mariposas. Y así como algunos vacacionistas tienen la miserable costumbre de reconfortarse pensando en quienes han de trabajar, recuerdo una película cuyos protagonistas pasan catorce meses malviviendo en el drenaje de una ciudad tomada por los nazis —En la oscuridad, de Agnieszka Holland— y bendigo a mis moscas con todo y cagarro.
Vídeo: En la oscuridad, de Agnieszka Holland
Una buena manera de asegurarse de que los días no parezcan iguales es escribir un diario, y entonces comprobar mañana con mañana que los fluidos íntimos no son menos inciertos y variables que la fortuna de una vendedora de flores. No siempre, pues, funcionas con buena gasolina, pero esa es mala excusa para apagar la máquina y hacerte apabullar por el efecto noria. Un par de bocadillos, un trago redentor, un ventilador eléctrico (¿de dónde más vendría mi viento delicioso?) y unos buenos rasgueos de Baden Powell pueden hacer milagros por el día, quizá no tanto para volverlo memorable pero seguramente preferible al que auguraban tantas moscas sin atender. ¿Debería quejarme de que las flores secas de la enredadera no paran de llover sobre el teclado, o mejor lo consigno en el Cuarentenario, para que al menos no le falten bugambilias?
Vídeo Baden Powel
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