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Ariana Harwicz: «Un artista no se puede reducir ni a su identidad, ni a su ideología, ni a su género»

Ariana Harwicz: «Un artista no se puede reducir ni a su identidad, ni a su ideología, ni a su género»

Torrencial, sin morderse la lengua, la argentina Ariana Harwicz defiende, vehemente, que al escribir hay que estar «dispuesto a todo», algo que plasma en su nuevo título, el ensayo El ruido de una época (Gatopardo ediciones), donde sostiene, asimismo, que la «única condición del artista es ser singular e irreductible».

En una entrevista con EFE, la escritora cree que un artista «no se puede reducir ni a su identidad, ni a su ideología, ni a su género, nunca debería ser susceptible a ser reducido a una sola cosa», de la misma manera que propugna que una «obra no debe reducirse ni a una interpretación, ni al signo de su época, ni a una ideología, ni a un tópico», justo en un momento, en este siglo, en el que «se intenta por todos los medios leer las obras desde la reducción».

A su juicio, la literatura es «el lugar de lo imposible. Escribir es, sobre todo, sustituir la ley, algo que ocurría antes, porque ahora parece que hay que someter la escritura a la ley para ser morales».

En este libro trata, justamente, de «recuperar otros estilos, otros estímulos de otras épocas», entre otros, de la mano de un autor como Imre Kertész, y de uno de sus traductores el chileno Adan Kovacsics, que hace años reside en España.

La libertad se paga cara, igual que no tenerla

«La libertad se paga cara, pero también se paga no tenerla. Si eres una escritora que se somete a las reglas del juego y hace el juego a la época, pagas no haber sido original, ser una más, cuando los autores que quedan en la memoria son los que no se parecen entre sí», apunta.

Conocida, principalmente, por la novela Matate, amor, con la que fue finalista del Man Booker International, el año en el que lo ganó la que luego seria Premio Nobel Olga Tokarczuk, Harwicz acaba de publicar en Gatopardo este libro en el que defiende la libertad artística por encima de todo, incluido el mercado y la corrección política.

«El libro —precisa— no es solo bélico y beligerante y toma posición política, sino que es, sobre todo, una obra que tiene un espíritu romántico, quizá fuera de moda, más del siglo XIX que de éste, en el sentido de que propone pensar cuáles son las condiciones para crear, para generar una obra poética, para pensar el mundo. Sobre dónde tiene que estar la mente del novelista para poder hacer lo más difícil, que es escribir».

Sin embargo, advierte que tampoco es «un manifiesto, porque sería un fracaso para mi y una contradicción. Son unas notas musicales, unas reflexiones sobre la literatura, el arte y sobre la valentía que se necesita para erigir una obra».

A su juicio, esta valentía «era mucho más presente en siglos pasados que en este siglo XXI».

Preguntada sobre por qué cree que ocurre así, piensa que hasta el siglo XX hubo autores que se «ponían en riesgo, ya fuera estando al lado de los asesinos, ya fuera, al lado de las víctimas, pero se jugaban la vida, de eso no cabe ninguna duda».

En cambio, «me parece que por mil razones históricas, porque no se puede encontrar una sola causa, esta es una época que huye del enfrentamiento, de la guerra».

Respecto a la causa feminista, entiende que es «un momento interesante para ser mujer en Occidente, pero no para dejarse alienar», mientras que ve a los hombres en una «posición difícil porque tienen que reinventarse».

Aunque lleva viviendo en Francia desde el año 2007, primero en París y desde hace una década en la campiña, sigue todo lo que ocurre en su país, de donde ha regresado hace muy poco y donde «en todas las mesas no se habla más que de política», con el fenómeno Javier Milei en un primer plano.

Mantiene que Argentina es «absolutamente impredecible en términos políticos, en los escándalos, es un país muy pasional, en el que suceden cosas extremas como ocurrió en 2001 —en referencia al corralito—. Está en un momento muy trágico, la gente tiene mucho miedo. Al borde de un abismo, seguro», pronostica.

En cuanto a nuevos proyectos, Ariana Harwicz avanza que publicará en Anagrama el próximo año una nueva novela, Perder el juicio, y que está en pleno trabajo de creación de una ópera, Dementia, que estrenará en el Teatro Colón de Buenos Aires en 2025, con música compuesta por Oscar Strasnoy, y con la puesta en escena a cargo de Mariano Pensotti.

Tampoco esconde que espera la filmación de la película basada en Matate, amor, producida por Martin Scorsese y dirigida por la escocesa Lynne Ramsay, con Jennifer Lawrence de protagonista, ahora que ha terminado la huelga de guionistas en Hollywood.

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