(apuntes de filosofía para jóvenes, quinta entrega)
Aristóteles, en el imaginario popular, es el pensador por antonomasia, aquél al que la mayoría de los mortales citaríamos si se nos preguntara por el nombre de un filósofo. No es extraño, tampoco injusto: su asombrosa capacidad intelectual, su insaciable curiosidad por conocer, por investigar el mundo que le rodeaba, le hacen encarnar mejor que nadie la figura del “amante de la sabiduría”.
Si hoy en día nos asombra la “omnisciencia” de Wikipedia, Aristóteles, ya en el siglo IV a.C., debió de ser algo parecido —aunque seguramente más fiable—. No en vano, su actividad intelectual abarcó tanto las materias más tradicionales de la filosofía (Metafísica, Ética, Política, Estética, etc.) como otras áreas del conocimiento (Biología, Medicina, Zoología, Botánica, Psicología, etc.) que, o se encontraban en un estado muy incipiente de desarrollo, o que ni siquiera habían sido exploradas todavía.
Discípulo de Platón durante veinte años en la Academia, cuando éste falleció fundó su propia escuela en el Liceo de Atenas. Se denominaba Peripatética (que en griego significa “itinerante”) porque se debatía y se enseñaba mientras se paseaba alrededor del jardín. Es curioso observar como el genio de Aristóteles, de una naturaleza intelectual tan opuesta a la de Platón —Coleridge decía que los hombres nacemos aristotélicos o platónicos—, pudo desarrollar su propio sistema habiendo estado un periodo tan largo bajo su influencia.
Pragmático donde los haya, criticó la teoría platónica de la existencia de dos mundos separados: el de las Ideas y el mundo sensible. Le parecía que no era más que una metáfora poética y suponía una innecesaria duplicación de la realidad. Tampoco podía aceptar que la esencia de las cosas residiera en el mundo de las ideas y no en las cosas mismas, en el mundo visible, que era lo que creía que debía constituir el objeto de estudio del filósofo.
Una vez ajustadas las cuentas con la teoría de su maestro, ya podía dar rienda suelta a su ansia observadora y a su espíritu experimentador. Y lo hizo con total incontinencia. Se interesó por el ciclo vital de los mosquitos del Egeo, estudió las obras de Homero, diseccionó tortugas, compiló y analizó más de 158 Constituciones de otros tantos Estados (es de esperar que le ayudara algún becario peripatético), estudió los aspectos irracionales del hombre, se preguntó por qué los erizos copulaban de pie… y un larguísimo etcétera que sólo pensar en esbozar produce fatiga.
En toda esta actividad sentó los fundamentos de lo que posteriormente llegaría a ser el método científico: la experiencia de lo sensible como punto de partida para, mediante un proceso inductivo, poder extraer principios generales sobre las cosas. Estos principios generales, a su vez, sirven de base para elaborar nuevas afirmaciones sobre la realidad utilizando el procedimiento hipotético-deductivo. Todo el conocimiento humano acumulado hasta hoy en día se ha basado fundamentalmente en estos postulados y bien puede afirmarse que todo científico está en deuda con Aristóteles.
Respecto a su visión de la sociedad, sus ideas, hoy en día, aisladas del contexto del mundo griego de su época, causarían más de un castañeteo de dientes. Así, por ejemplo, sostenía que la mujer era inferior al hombre —aunque, eso sí, la situaba por encima del esclavo—, aceptaba la esclavitud o aconsejaba a Alejandro Magno que tratara a los bárbaros “como a los animales y a las plantas”.
La influencia de su pensamiento en el mundo occidental ha sido inmensa. Muchas de sus ideas han quedado definitivamente incorporadas a nuestra manera de ver el mundo: afirmaciones como que el hombre es un animal político y social, o su teoría del término medio como referencia de la virtud, forman parte ya del inconsciente colectivo.
En la Macedonia griega, en Mieza, todavía se puede visitar el lugar donde Aristóteles enseñaba a Alejandro el Magno y a otros jóvenes macedonios, y en Estagira, su ciudad natal, los arqueólogos afirman haber encontrado su tumba. Mientras en un extremo de Europa masas de devotos peregrinan para honrar los restos del apóstol Santiago, en el otro extremo sólo unos pocos nostálgicos, con los textos aristotélicos bajo el brazo, se acercan a rendir homenaje a Aristóteles. Quizás la Humanidad no haya avanzado tanto como pensamos…
Próximo capítulo: Los filósofos helenísticos escriben manuales de autoayuda
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