Las cifras, aunque tengan fama de frías, frías como un témpano, son escalofriantes, de ciencia ficción: en el fondo de las aguas embalsadas yacen las memorias ahogadas de ochenta millones de personas en todo el mundo, y más de cincuenta mil en el Estado español, con, al menos, medio millar de municipios sumergidos, como el de Vegamián, el lugar, ya no-lugar, donde nació en 1955 el escritor Julio Llamazares, el autor de ese monumental relato, entre apocalíptico y rulfiano, titulado La lluvia amarilla.
Los autores del libro, Jairo Marcos y Ángeles Fernández, aprovechan las circunstancias para legarnos imágenes que resultan sobrecogedoras, pero reales: como la de aquellos que regresan al pueblo y, cuando las aguas bajan de nivel, se ven obligados a cruzar el cementerio hasta el punto de pasarlas putas, “muy putas”. Y no pierden la ocasión para relacionar, con más oportunidad que oportunismo, el éxodo de esas gentes que se ven obligadas a abandonar su tierra, para relacionarlos con la expulsión de los judíos, a finales del siglo XIV: unos y otros decidieron echar el cerrojo y conservar las llaves de unas casas a las que sabían que no podrían volver.
En otro de los capítulos de esta obra, que posee una enorme fuerza expresiva y no poca emotividad de la que se contagia al lector, el dedicado al no menos famoso y polémico embalse de Riaño, se da rienda suelta a los testimonios, tomados al pie de la letra, con una espontaneidad conmovedora, de personas como Paco y como Carmina. Paco no se fue, lo echaron casi a patadas: “una máquina empezó a tirar abajo su casa a paladas mientras una horneaba una de sus hogazas de pan”. Por su parte, Carmina, cuando regresa a su lugar-no-lugar de origen, procura mirar debajo del agua y piensa en las historias que ocurrieron ahí abajo, tratando de volver a vivir aquello que le arrebataron.
No menos curiosa es la historia del embalse de Jánovas, el no-embalse por antonomasia, que es el elemento que mejor lo define. Un embalse convertido, como aquí se indica, en “un dilema filosófico”. Un embalse de piedras y papeles, sin hormigón ni agua.
El agua. El agua es un arqueólogo con mala leche: esconde horrores patrimoniales, hasta convertirse en espacios de una arqueología de la destrucción. Lo vienen a decir los autores a propósito del embalse de Valdecañas donde unas valiosas ruinas romanas duermen bajos las aguas, con visiones y apariciones verdaderamente surrealistas, febriles, como extraídas de un cuadro de Dalí o un lienzo de Brueghel el Viejo: unas anguilas colgadas de los árboles, como si quisieran trepar hasta las ruinas del cielo.
El capítulo “Reflejos del agua” dedica sus páginas a ciertos testimonios. Deja a un lado el paisaje, brillante y hermoso a pesar de sus mellas, para centrarse en el paisanaje. Habla, entre otros, Mayte Olarte, que asegura que sus recuerdos están bajo las aguas. Y se lamenta Amparo González de que el pantano se haya convertido en un gran cementerio de agua, en una fosa enorme que se ha tragado la iglesia, la escuela, la niñez entera.
En “Lugares para que nadie olvide” se habla de la presa de Torrejón, que estalló, por exceso de llenado, el 22 de octubre de 1965, en plena época franquista, con todas las consecuencias que ello conlleva. Las cifras oficiales, debidamente maquilladas, hablaron de cuarenta y seis muertos, cuatro desaparecidos y cuatro cuerpos sin identificar. Las incógnitas del accidente, sin embargo, siguen abiertas, aunque se cerró el caso con unas cuantas monedas y mucho bozal. Se recuerda, además, esa estampa tan típica de la época, tan franquista a mayor gloria del Régimen, de esa supuesta solidaridad —una manera de desviar la atención sobre los hechos— del pueblo español para casos como este: la llegada inmediata de jamones de Murcia para los afectados, de zapatos de Elda, y la consiguiente celebración de un encuentro con un combinado del Real y del Atlético de Madrid, que se enfrentó en el Bernabéu al Fortuna Düsseldorf, ante la presencia del Caudillo y la mirada escrutadora de doña Carmen, “la Collares”.
En un libro de esta índole, algo desordenado, es verdad, pero magistralmente escrito, que sabe a verdad verdadera, fruto de una exhaustiva investigación, como se demuestra con la amplia bibliografía plasmada al final de la obra, se echa, sin embargo, mucho de menos, un álbum fotográfico, presente e histórico, que ponga ante nuestros ojos esa etapa tan luctuosa y frustrante para miles de ciudadanos a propósito de los polémicos pantanos que colmaron la sed de un país, ahogando los sueños de quienes perdieron para siempre su tierra y abandonaron a sus propios muertos.
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Autores: Jairo Marcos y Mª Ángeles Fernández. Título: Memorias ahogadas. Editorial: Pepitas. Venta: Todos tus libros.
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