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El arte de escribir sobre escribir

El arte de escribir sobre escribir

Elena Ferrante es una autora que sobrevive a su propio misterio. De su pluma solo han salido siete novelas en un cuarto de siglo, pero desde la primera, El amor molesto (1992-1996), tuvo claras las condiciones para seguir escribiendo: “No pienso hacer nada por El amor molesto, nada que suponga el compromiso público de mi persona. Ya he hecho suficiente por este cuento largo: lo escribí. Si el libro tiene algún valor, debería ser suficiente. No participaré en debates y congresos, si me invitaran. No iré a retirar premios, si quisieran dármelos. Nunca haré promoción del libro, sobre todo en la televisión (…). Intervendré solo a través de la escritura, pero me inclinaría por limitar también esto último a lo mínimo indispensable (…)”.

Lo decía en una carta dirigida a su editora, Sandra Ozzola, del sello italiano Edizioni e/o, y fechada el 21 de septiembre de 1991. ¿Sus razones? Las mismas que ha mantenido desde la aparición de la primera obra: “La mía es una pequeña apuesta conmigo misma, con mis convicciones. Creo que, una vez escritos, los libros no necesitan en absoluto a sus autores. Si tienen algo que contar, tarde o temprano encontrarán lectores; si no, no”. Y a modo de autoconjuro inapelable, añadía: “Espero no verme obligada a cambiar de idea”.

No, no ha cambiado sustancialmente de idea en más de 25 años. Ha mantenido lo que ella llama “ausencia” y no anonimato, porque sus libros llevan nombre, contienen una firma y es la única que ella reconoce como suya: Elena Ferrante. Con el fin de poder fabricarlos en libertad, ha creado un personaje sin silueta ni biografía, apenas con el aliento suficiente para que no sean, precisamente, anónimos. Nada más.

"En La frantumaglia. Un viaje por la escritura, se recopilan entrevistas, cartas, conversaciones, confesiones, pensamientos, digresiones… Todo sobre Elena Ferrante, sin destapar a Elena Ferrante"

Todo eso se cuenta en un volumen curioso, de título curioso y de contenido más que curioso teniendo en cuenta que consiste exclusivamente en dar a conocer a una escritora cuya declaración de principios consta de un solo punto: no darse a conocer. En La frantumaglia. Un viaje por la escritura, se recopilan entrevistas, cartas, conversaciones, confesiones, pensamientos, digresiones… Todo sobre Elena Ferrante, sin destapar a Elena Ferrante. Es un tratado del arte (que no del oficio, porque ese, necesariamente, requiere un oficiante) de escribir sobre el mero hecho de escribir.

La edición original de La frantumaglia se publicó en Italia en 2003, tras la aparición de la segunda novela de la autora, Los días del abandono. De la primera se hizo película, la segunda generó delirio. De modo que sus editores, Sandra Ozzola y Sandro Ferri, le propusieron reunir en un tomo varias de las cartas que Ferrante había intercambiado con ellos y con otros escritores, los correos electrónicos con algunos lectores y las escogidas entrevistas de prensa concedidas por el mismo medio.

Así nació la primera parte de La frantumaglia.

Antes de describir la segunda y para comprender la explicación etimológica debe tenerse en cuenta la humana. Elena Ferrante (entendámonos: hablamos de la autora, la que firma, la que dice ser quien es, aunque el personaje de carne y hueso sea otro y pueda serlo como le venga en gana porque no firma y esa es su libertad), esa Elena Ferrante alude constantemente, en casi todas sus cartas y entrevistas y también en sus libros, a la madre. A la suya, o a la de sus personajes, o incluso puede que a la de quien no conocemos y se oculta tras nombre falso.

Paradójicamente, la madre de la firma sin rostro sí lo tenía y era muy bello. Dice de ella (de la madre de Ferrante, la firma Ferrante) que era guapa, tanto que provocaba en su padre unos “celos preventivos”: “Estaba celoso del hecho de que mi madre, siendo un cuerpo vivo, se exponía a la vida”. Y ella, la hija Ferrante, se contagiaba: “Nos la robarán, ella quiere que ocurra, se pone tan guapa para dejarnos y no volver nunca más”. Esa madre planea en cada página de sus siete novelas pero adquiere voz propia en La frantumaglia. Era modista y filósofa: acuñó “un término de su dialecto [napolitano] que usaba para decir cómo se sentía cuando era arrastrada en direcciones opuestas por impresiones contradictorias que la herían”. La frantumaglia “se refería a una multitud de cosas heterogéneas en la cabeza, detritos en el agua limosa del cerebro”, que a veces la hacían llorar, “llantos repentinos y sin motivo consciente: lágrimas de frantumaglia”. Ya de mayor, Elena Ferrante (la firma, no la autora) creó su propia definición: “La frantumaglia es percibir con dolorosísima angustia de qué multitud heterogénea elevamos nuestra voz al vivir y en qué multitud heterogénea esa voz está destinada a perderse”.

"El volumen completo de La frantumaglia lo publica ahora en España la editorial Lumen, que ya en 2010 editó unidas las tres primeras obras bajo el título de Crónicas del desamor"

Eso dice ser Elena Ferrante, frantumaglia en estado puro. Y eso es el libro al que el término da título, desde la primera parte de 2003 hasta la segunda, añadida al original y actualizada con cartas y entrevistas sobre las novelas que vinieron después, La hija oscura y la tetralogía Dos amigas (Una amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida).

El volumen completo de La frantumaglia lo publica ahora en España la editorial Lumen, que ya en 2010 editó unidas las tres primeras obras bajo el título de Crónicas del desamor, a pesar de los reparos de Ferrante: “Tengo más dudas sobre el desamor, tengo que pensarlo. ¿Cómo suena normalmente el término en español? Mis personajes no son de ningún modo ‘desamorados’, no en el sentido que le damos a esta palabra…”. Afortunadamente, terminó convencida.

También se mostró en un principio reticente a recopilar sus opiniones en la primera Frantumaglia; sin embargo, después de que apareciera en 2003, confesaba haberle “tomado mucho cariño” al libro y pedía que en la segunda “se viera claramente que se trata de un apéndice”.

Apéndice o no, ambas partes son un compendio de las genialidades de la firma que posiblemente no enmascaren tan bien como pretenden la genialidad de la autora.

En todo el libro, primera parte y apéndice, Ferrante contesta una y otra vez, en cada entrevista, sin excepción y sin tregua, a preguntas sobre su persona.

Le preguntan si es hombre o mujer (“mi identidad, mi sexo, se encuentran en mis libros”), si en realidad es el crítico Goffredo Fofi (a quien, por cierto, escribió una carta en 1995 que no llegó a enviar en contestación a un cuestionario que le había remitido el propio Fofi), la escritora Fabrizia Ramondino o un homosexual napolitano (“la hipótesis gay tampoco me desagrada”, sarcástica Ferrante). Le preguntan si a veces tiene ganas de asomarse a la ventana y gritar: “¡Yo he creado este mundo!”. “Es divertida su imagen de la ventana”, contesta a la periodista. “Mi casa está en un piso alto, me dan miedo las alturas y, de buena gana, procuro no asomarme”. Le preguntan si sus cercanos saben quién es, si se maquilla, si es alta o baja, rubia o morena, si puede decir algo, lo que sea, cualquier cosa sobre sí misma… y siempre con una única contestación, expresada en mil respuestas diferentes: una novela no es de su autor, que cuando pone el punto final deja de tener importancia; “una novela se escribe precisamente para que sus lectores se apropien de ella” y olviden quién la escribió.

" ¿Qué es más necesario para conocer a un escritor, su rostro o su alma, viene a decir?"

Para hacerse entender, en alguna ocasión incluso pasa al contraataque tras el enésimo interrogante sobre su identidad oculta: “Me pregunta cómo pienso evitar que se hable únicamente de quién soy y se dejen de lado los libros. No lo sé. Desde luego usted, perdone que se lo diga, no está haciendo nada para darle la vuelta a la situación y abordar las que llama las cuestiones literarias”, regañaba a un insistente entrevistador de La Repubblica en 2006.

Motivos para el cansancio no le faltan a Elena Ferrante porque, efectivamente, las “cuestiones literarias” son el auténtico tesoro de su firma.

En La frantumaglia desvela de ella lo que cree necesario para comprenderlas, como que tiene hijas a las que no les importa su permanencia en la sombra, que posee una licenciatura en literatura clásica, que es traductora y profesora, que ya no vive en su Nápoles natal, que cuando dice que se traslada a Grecia se refiere a que viaja al espacio exterior de su universo… ¿Y todo eso es verdad? ¿Mentira? ¿Es la verdad de la firma? ¿Es la mentira de la autora? ¿Ambas? ¿Ejerce así su pleno derecho de inventarse, como desde un principio dijo que lo haría? ¿Estamos los lectores en el nuestro de reprochárselo?

La firma Elena Ferrante, puesto que se lo piden y a veces exigen, habla y opina. ¿Qué es más necesario para conocer a un escritor, su rostro o su alma, viene a decir?

El alma de la firma Ferrante cuenta cómo es la suya en aspectos relevantes de la escritura y esos sí que tienen visos de verosimilitud: “Lo único importante es la urgencia. Si no siento la urgencia de escribir, no hay rito propiciatorio de ayudarme”. “¿Cómo y cuándo se impone la escritura?”, le preguntan. “¿Cómo? Con dulzura. ¿Cuándo? Cuando dejas de notar la fatiga de encontrar las palabras”.

La firma Ferrante opina sobre política, en especial durante el auge del berlusconismo: “He escrito ‘Silvio Berlu’ pulsando las teclas con un solo dedo. Después he añadido ‘sconi’ y he sentido aversión”.

También sobre la Camorra de su tierra: “De niña conocí una napoletaneidad no camorrista, siempre en riesgo de convertirse en camorrista, y noté a mi alrededor la naturalidad con que se pasaba esa frontera, como si el salto criminal estuviera en cierto modo preparado, además de por la miseria y la pérdida de un bienestar precario, por la «normalidad cultural»”.

"Soy una lectora que olvida rápido cuanto lee"

Opina sobre la eutanasia: “Creo que cuando seguir con vida es puro dolor o, peor aún, es la negación de cuanto consideramos vida humana, el golpe de gracia —poderosa expresión de generosidad, tomada al pie de la letra— debe sancionarse como un derecho fundamental”.

Opina sobre sus lecturas: “Soy una lectora que olvida rápido cuanto lee”, pero que lee mucho y ávidamente. Sobre todo, su especialidad, los clásicos, Homero, Virgilio, los mitos, Dido, Ariadna, los hilos que tienden las mujeres para escapar de sus laberintos… Jane Austen, Virginia Woolf, Clarice Lispector, Alice Munro y, por encima de todas, su referente, Elsa Morante, con quien algunos la comparan (lo agradece, pero lo tilda de “exageración periodística”) y a cuyo nombre otros creen que el de la propia Elena Ferrante rinde homenaje (“siga usted alimentando esa idea […]. Mi bisabuela, de quien heredé el nombre y que murió hace ya tanto tiempo como para ser un personaje inventado, no se lo tomará a mal”).

Y opina, opina mucho sobre la mujer y el feminismo. Se lo preguntan constantemente, por si en su respuesta alguien consigue hallar, al fin, una pista sobre su género o condición. Ella no tiene ambages en responder y que cada cual obtenga las deducciones que le plazcan: “El patriarcado —y lo digo con rabia— me parece más vivo que nunca” (2007). “Aunque continuamente sintamos la tentación de bajar la guardia —por amor, por cansancio, por simpatía o amabilidad—, nosotras, las mujeres, no deberíamos hacerlo. Podemos perder de un momento a otro todas nuestras conquistas” (2014).

Matiza sobre los grandes hombres que crearon grandes mujeres y de cuyas mentes nacieron Karenina, Bovary… “En otras épocas pensé con rabia, con rencor, que los maestros de la escritura varones saben hacer decir a sus personajes femeninos eso que las mujeres piensan y dicen y viven realmente, pero no se atreven a escribir. Hoy, en cambio, he vuelto a las creencias de mi primera adolescencia. Creo que los autores son amanuenses devotos y solícitos (…), pero la verdadera escritura, la que vale la pena, es de los lectores”. “Cuando leo un libro nunca pienso en quién lo ha escrito, es como si lo hiciera yo misma”.

A una lectora intrigada: “Yo sé que mis libros solo pueden ser femeninos. Pero también sé que no es concebible un absoluto femenino —o masculino—…”.

Así, frantumaglia a frantumaglia, es decir, con fragmentos de pensamiento de altura y en un alarde de observación profunda del mundo y de la literatura, se ha construido el enigma Ferrante.

"Ferrante ha sobrevivido a su propio misterio, pero puede que también lo haga a los espejos que le coloquen enfrente"

Pero no ha sido uno de esos misterios fomentados deliberadamente como una simple técnica de mercadotecnia. En el caso de la firma Ferrante, no es el misterio el origen de su éxito, sino la magnífica, indiscutible calidad literaria, pese a su escasa prodigalidad.

Con todo, era de esperar lo que ha terminado pasando. Que ha llegado la realidad y, como casi siempre, ha arrasado con su vendaval el castillo construido ladrillo sobre ladrillo. Prácticamente al mismo tiempo que aparecía La frantumaglia al completo con su apéndice, saltó la noticia: alguien decía haber averiguado por fin quién era la verdadera Elena Ferrante y de la manera menos poéticamente literaria posible, hurgando en sus finanzas.

Sin embargo, ¿ha importado mucho, algo, lo suficiente como para que sus siete novelas queden reducidas a una frantumaglia de desechos que a nadie preocupen ya? Absolutamente, no. Imposible. Ferrante ha sobrevivido a su propio misterio, pero puede que también lo haga a los espejos que le coloquen enfrente.

"¿Qué le diría a Domenico Starnone, el escritor napolitano que en más ocasiones se ha declarado cansado de que le pregunten si es Elena Ferrante?"

No incluirá esta reseña datos sobre el supuesto fin del secreto alrededor del cual gira La frantumaglia. Por supuesto, ninguno que la firma Ferrante no haya querido aportar. No hacen falta, son ajenos a las “cuestiones literarias”. Tiene ella razón: sus libros son de quienes los leen, y su vida, solo suya. Eso no cambiará aunque se conozca y difunda su nombre, el verdadero. Allá cada cual, libres quedan los lectores, los suyos y los de este artículo, para recurrir a Internet si quieren descerrajar (o preservar) el misterio.

La frantumaglia recoge la entrevista que Rachel Donadio, de The New York Times, le envió en 2014: “¿Qué le diría a Domenico Starnone, el escritor napolitano que en más ocasiones se ha declarado cansado de que le pregunten si es Elena Ferrante?”. Y la firma respondió: “Que tiene razón y que me siento culpable. Lo tengo en gran estima y estoy segura de que comprende mis motivos”.

La periodista concluyó el cuestionario dando a la firma/autora otra oportunidad de levantar el velo, sin saber que lo había hecho ya en parte:

“¿Le gustaría añadir algo más?”.

“No”, respondió tajante.

Lo que no añadió entonces Ferrante está en Google.

Y ahí acaba (o empieza) el misterio.

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Autora: Elena Ferrante. Título: La frantumaglia. Un viaje por la escritura. Editorial: Lumen. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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