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Artemis Cooper: «Paddy era el anfitrión perfecto, el amigo divertido, el hombre que sabía escucharte»

Artemis Cooper: «Paddy era el anfitrión perfecto, el amigo divertido, el hombre que sabía escucharte»

Artemis Cooper, Lady Beevor (nacida como Hon. Alice Clare Antonia Opportune Cooper el 22 de abril de 1953) es una escritora británica, principalmente de biografías. Está casada con el historiador Sir Antony Beevor. Es la única hija del segundo vizconde de Norwich (más conocido como John Julius Norwich) y su primera esposa, Anne (de soltera Clifford), y nieta paterna de Duff y Diana Cooper. El primer libro de Cooper fue una colección de cartas de su abuela, Lady Diana. Cuando apareció su biografía sobre el viajero inglés Patrick Leigh Fermor en 2012, se publicó por entregas en BBC Radio 4. Fue traducida al español por la escritora Dolores Payás y publicada en la editorial RBA. En julio de 2015 recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de York y fue elegida miembro de la Royal Society of Literature en 2017.

Cuando regresé de mi viaje a Grecia siguiendo los pasos de Patrick Leigh Fermor, contacté con Artemis Cooper para entrevistarla. Así comenzó mi aventura griega y éste es el resultado de aquella charla entre dos mujeres desconocidas que amaban, de manera muy parecida, a Paddy:

Dear Artemis,

The time passes too fast and it is almost here in June. I will be in London on Monday 4 and Tuesday 5. I just arrived from Mani, where I went to visit the house (still with the remodeling works) of Paddy in Kardamyli. Also, following the instructions of your book, I was in Lemonodassos and I found the mill of Paddy and Balasha! There is nothing left, the tavern is abandoned, but there are still the fig trees, the plane trees, and the lemon trees and of course, the «natural shower» (small waterfall) although dry.

If possible, I would love to talk with you for a while, adapting to your time.

María José

*****

Dear Maria José,

I’m so glad you saw Paddy’s house, and Lemonodassos!

Monday 4th works best for me.

There’s a Costa coffee shop on Piccadilly, between the big Waterstone’s bookshop and St James’s church.

Shall we meet there at 11?

with all best wishes,

Artemis

*****

—¿Quién era Paddy Leigh Fermor?

"Creo que hay personas singulares que nacen con una naturaleza única, arrebatadora. Paddy era uno de esos seres"

—¿Quién era? Era alguien completamente único, eso es lo primero. Fue un gran escritor y un personaje singular; un “suigenerista” podríamos decir; absolutamente autodidacta. Y creo que eso ocurrió desde muy pronto… (lo piensa). Creo que hay personas singulares que nacen con una naturaleza única, arrebatadora. Paddy era uno de esos seres.

¿Sería usted capaz de resumir su vida para el público de España, donde Paddy sigue siendo un hombre casi desconocido?

—Pues vamos a ver. Podríamos empezar por el principio, claro está, como exigen las buenas historias: su juventud fue realmente un desastre, porque sus padres no eran felices. No era un buen matrimonio. Lo único bueno de su matrimonio fueron el pequeño Paddy y su hermana, que fue una mujer extraordinaria. Creo que a Paddy se le recordará por su biografía más que por su obra, porque realmente sólo escribió un puñado de libros. Pero claro, cuando lo conocías te dabas cuenta de que no podía ser de otra manera: era una de esas personas a las que la vida se le iba de las manos, y eso le ocurría muy menudo, ya sabes. Y es que para él la vida era demasiado excitante, aunque anhelaba encontrar su propia voz literaria y escribía sin parar en sus decenas de cuadernos, porque era lo único que realmente quería hacer. Creo que hay un lado heroico en ello.

—¿En qué sentido?

"Por vivir renunció a casi todo lo que cualquiera anhela en la vida: dinero, estabilidad, orden, futuro"

—Pues en el sentido de que siempre estuvo dispuesto a vivir “la vida del artista” con la maleta a cuestas. Por vivir renunció a casi todo lo que cualquiera anhela en la vida: dinero, estabilidad, orden, futuro. Nunca tuvo una casa propia y la suya, bueno, la de ellos dos (él y Joan, su esposa) la construyeron con la cincuentena cumplida. Allí, en plena madurez y durante su larga vejez (murió, como sabes, con 96 años), se dedicó a recordar todo lo vivido y a tratar de volcarlo en una literatura que se le resistía.

—¿Cuál es el papel verdadero de Joan en su biografía?

—Muchos dijeron: «Bueno, Paddy estuvo bien en su elección, ¿no? Se casó con una mujer rica». Lo cual es cierto, y ella lo mantuvo durante la mayor parte de su vida. Pero no olvidemos que Joan también era un espíritu libre. No lo habría hecho si no hubiera querido. Me refiero a aceptar todo lo que aceptó. Era una mujer muy inteligente, una fotógrafa brillante, una fría jugadora de ajedrez, tímida y muy segura de sí, y si hubiera pensado que él sólo la estaba utilizando, lo habría abandonado.

Artemis Cooper

—Un papel difícil, compartir la vida con un hombre tan especial

—Sin duda alguna. Pero es que ella entendía, y espero haberlo podido transmitir en mi libro, que él era un hombre de la más enorme generosidad espiritual. No tenía nada, pero te daba tanto de sí mismo como quisieras, porque siempre estaba dando. Una de sus amantes (de sus muchas amantes) me dijo en cierta ocasión: “¿Sabes?  ¡Era tan maravilloso! La mayoría de los hombres suelen tomar, tomar, tomar, pero con Paddy ocurría lo contrario; él siempre estaba dispuesto a dar, dar, dar”. Y creo que ese es probablemente uno de los mejores cumplidos que una mujer puede hacer de un hombre.

—Si tuviese usted que definir a Paddy en pocas palabras, sé que es difícil, pero…

"Quería escribir su vida apasionante; quería que me contara sus recuerdos y que lo hiciera sintiéndose cómodo"

—No, en absoluto. Pero me temo que voy a usar las palabras de aquella amante: “Dar, dar y dar”. Tres palabras. Y creo que dio todo lo que podía, o lo que sabía dar, tanto en su vida como en su escritura. Te cuento una historia: cuando fui a verlo muy poco después de que su esposa muriera en 2003 o 2004 (comprueba ésto, porque no recuerdo exactamente la fecha), bueno, pues allí estaba yo muerta de miedo y de respeto, porque era la primera vez que estaba a solas con él, y recuerdo que pensé: “Aquí está este hombre que ha conocido a tanta gente, que ha vivido aventuras increíbles, ha hecho tantas cosas; se ha sentado conmigo escuchando muy atento lo que yo le preguntaba, como si le fuera la vida en ello”. Sinceramente creí que iban a ser unos días muy extraños para los dos, porque él era amigo de mi familia, de mis padres, pero yo entonces sólo era una niña y luego habían pasado muchos años en los que él había envejecido y yo, bueno, claro, yo también (Risas). Me preguntaba una y otra vez: “¿Qué voy a decir? ¿Cómo voy a hacer para mantener a un hombre así en la objetividad de la literatura?”. Realmente quería escribir su vida apasionante; quería que me contara sus recuerdos y que lo hiciera sintiéndose cómodo, ¿sabes?

—¿Fue ese el germen de la biografía que escribió sobre él?

—Sí, exacto. Como te decía, llegué al encuentro temerosa e insegura, pero al final, los días junto a Paddy pasaron felices y llegó el momento de regresar. El caso es que en el avión de camino a casa me encontré pensando: «¡Oh, que bien! Resulta que hablando con este hombre he sido consciente de la cantidad de libros que he leído en mi vida, de la gente estupenda que conozco, del montón de historias que he compartido…». Estaba orgullosa de haber podido charlar todos aquellos días de tú a tú con un hombre tan culto, tan aventurero y con tantos amigos como Paddy. Entonces me puse a pensar fríamente, y de repente me di cuenta de la verdad: ¡el mérito de todo aquel caudal aparente de conocimiento no era mío, sino de él! Cada vez que yo mencionaba un libro él decía: «¡Oh, querida, tengo que leerlo mañana, es tan emocionante!». Y cada vez que me refería a algo, lo que fuese, una ciudad, un recuerdo, una cita, él exclamaba: «¡Oh, eso es fascinante! Cuéntame más». Y cada vez que contabas un chismorreo, una anécdota o lo que fuera, él echaba la cabeza hacia atrás y se reía. ¡Y era increíble! Era… ya ves… era completamente natural; como un manantial. No estaba tratando de impresionarme, era más sincero que todo esto. Es que realmente celebraba la vida: la suya a través de mí; la mía a través de mis vivencias. Era el anfitrión perfecto, el amigo divertido; el hombre que sabía escucharte. Comprendí entonces a todas las mujeres que lo amaron.

—¿A eso se refería usted con “dar, dar, dar”?

—Exactamente a eso. Y pensé: “Esa es la magia”. Él puede hacerte sentir alguien especial sin querer hablar de sí mismo, sin volver al pasado, sin pretender sorprenderte o abrumarte contándote, por ejemplo, cómo secuestró a un general alemán, ya sabes. Porque cuando estabas con él siempre se trataba de ti; de lo que estabas haciendo; de lo que estaba pasando en el mundo, visto a través de tus ojos.

Para conocer primero a Paddy ¿hay que leer la biografía que usted escribió?

"Lo primero que hay que hacer es leer sus libros"

—¡Oh, no! Lo primero que hay que hacer es leer sus libros. Creo que no hay ninguna razón para leer sobre alguien si no tienes algún tipo de afinidad, algún tipo de interés por esa persona, y eso sólo lo descubres leyéndolo a él. Así que yo diría al lector que empezase con El tiempo de los regalos, pues es el más impresionante de todos, al menos desde mi punto de vista.

—¿Por qué?

—Porque se organiza en un juego complejo de miradas; es, desde luego, la narración del viaje de un joven por Europa, pero contando con los recuerdos de todo aquello casi treinta años después. Por eso lo extraordinario de la historia es cómo el hombre viejo y el más joven están en absoluto equilibrio en la narración. Y es mucho más, desde luego.

Lady Diana Cooper y su hijo, John Julius Norwich, padre de Artemis Cooper.

—No es sólo un libro de viajes, eso está claro.

—Desde luego que no. El tiempo de los regalos es en realidad un libro sobre la memoria; es una biografía con el viaje como excusa. En él Paddy, que tenía cincuenta años cuando lo escribió, seguía siendo ese hombre joven capaz de conservar la voz y la mirada fresca, sin atisbo de melancolías ni tampoco de falsas afectaciones. Y a eso hay que unirle el hecho de que está contado en un periodo extraordinario de la historia de Europa, es decir, el periodo de entreguerras: un muchacho de dieciocho años caminando por el corazón del polvorín de Europa, que poco después estallará en la Segunda Guerra Mundial y que, sin embargo, solo es capaz de mirar y contar la belleza.

—¿Cuál era el libro favorito de Paddy?

"Todo lo que quería era que le leyese en voz alta fragmentos de ese libro, El tiempo de los regalos"

—Pues sin duda este mismo, El tiempo de los regalos. De hecho, la última vez que fui a verlo justo antes de morir, todo lo que quería era que le leyese en voz alta fragmentos de ese libro. Y yo se lo leía, claro, y fíjate (se queda callada con dos dedos sobre los labios temblorosos, sonriendo con unos ojos muy azules que se han vuelto casi líquidos). Recuerdo que el libro está lleno de nombres extranjeros, sobre todo alemanes, y recuerdo que Paddy siempre me corregía los errores de pronunciación con mucha delicadeza: «No, querida (“darling”), recuerda que en esa palabra el acento está en la penúltima sílaba, así que inténtalo de nuevo». Ya sabes, este tipo de cosas tan de Paddy (Risas). Y siempre hacía los comentarios de manera muy, muy, suave, con una dulcísima entonación, casi con alegría. Nadie podía enfadarse nunca con él (sigue pensativa, dudando entre callar o continuar contado, pero finalmente se anima a hablar). Paddy murió en Londres en la casa de Jane, su esposa. Yo me senté con él media hora antes de que todo ocurriera, y fue un momento encantador porque estaba muy tranquilo, con los ojos cerrados. Entonces, al levantarme, le dejé el libro sobre las manos. Y allí se quedó, con él para siempre (vuelve a emocionarse)… Así que eso fue lo que pasó. En cualquier caso, es un libro muy, muy especial, con resoluciones extraordinarias, porque Europa, como he dicho, estaba atravesando un periodo muy doloroso y a punto de atravesar otro más terrible aún y, sin embargo, de alguna manera, Paddy usó la literatura para destilar sus recuerdos en un tono perfecto: un lugar entre la memoria y la imaginación.

Es verdad. Quizás toda su literatura sea eso exactamente.

—Paddy tenía una memoria asombrosa, increíble.

—¿Quién tuvo la idea de escribir esta biografía sobre Paddy?

—(Piensa unos instantes) Mi marido, Antony Beevor, escribió un libro sobre Grecia: la batalla y la resistencia, entre 1943-45, y en el proceso de aquella escritura Paddy fue increíblemente generoso, porque bueno, Paddy era amigo de la familia, como sabes, era amigo íntimo de mi abuela y de mi padre, y de hecho ya me había ayudado en mi primer libro sobre El Cairo, que fue escrito al mismo tiempo que me casé con Antony. Bueno, querida, no te aburro con estos detalles. El caso es que el libro salió, y Paddy estaba muy contento con él, y escribió a Antony cartas encantadoras alegrándose de su éxito. Y Antony, que en ese momento tenía una relación muy fluida y literaria con Paddy, le escribió una carta diciendo: “Querido Paddy, ya sabes, hemos hecho este gran trabajo, y me gusta tanto trabajar contigo que creo que podría ser interesante, como libro de historia, que yo pudiese contar tus memorias”. Pero para nuestra sorpresa, no hubo contestación a esa propuesta. Nada. El silencio. Por lo tanto, Antony pensó: “Bueno, Paddy no está listo para esta idea en este momento”. Y lo dejó estar.

—Y entonces entra usted en el proyecto de escribir las memorias de Paddy…

"Mi marido me dijo que pensaba sinceramente que él no era la persona indicada para el libro de Paddy, que ese libro debía escribirlo una mujer"

—Fue todo muy extraño. Resulta que unos años después de aquello, coincidimos Antony y yo en una recepción con Paddy y Joan, su esposa, y ésta, sentada junto a mi marido, al final de la cena le dijo: «Bueno, querido, ¿cuándo vas a empezar la biografía de Paddy?». Y Antony, ya sabes, estaba completamente asombrado, sin saber qué contestar. Al final, el asunto quedó en tablas porque Antony estaba en plena escritura de Stalingrado, un libro muy complejo, cuyo trabajo de documentación y redacción absorbía la mayor parte de su tiempo. Y mi marido me dijo que pensaba sinceramente que él no era la persona indicada para el libro de Paddy, que ese libro debía escribirlo una mujer, y que, sinceramente, pensaba que esa mujer era yo. A mí me pareció una tremenda locura, pero finalmente, no sé muy bien todavía cómo, me dejé convencer por el agente literario de Paddy, que además era amigo nuestro y que insistió en que, por muchas razones, personales y literarias, la mano que podía escribir aquella vida había de ser la mía, y bueno, ya sabes el resto.

John Julius Norwich con su primera mujer.

—¿Qué fue lo más difícil de todo el trabajo de escritura?

"Me decía a mí misma: Tengo que atravesar de alguna manera esta catarata de conversación maravillosa"

—Pues como te decía antes, con Paddy todo era fácil. Sin embargo, había un punto en él singular, y es que no conseguíamos estar compenetrados: las mujeres de su vida eran un escollo insalvable. No quería hablar de ellas. Había algo que le incomodaba, y yo tampoco quería insistir, como podrás imaginar, pero esa incomodidad se extendía como una sombra en el resto de la conversación, y de repente ya no era el mismo hombre ¿sabes? Dejaba de ser el Paddy luminoso, y todo se apagaba. Entonces yo me volvía a Londres con mis apuntes y sentía que todo tenía que volver a empezar. Es que yo percibía que no estaba cómodo hablando de sí mismo, y por un momento llegué a pensar que era por mi causa. Algo absurdo, pues tanto Joan como él estaban encantados con el proyecto y habían insistido que en la biografía saliese adelante. A ver cómo te lo puedo explicar. Paddy era muy aficionado a Hergé. ¿Conoces los libros de Tintín? Bien, pues creo que es en El templo del sol. ¿Recuerdas aquella aventura? Aquel momento en el que tienen que ir a través de una cascada para llegar a la ciudad secreta. Pues así, exactamente así, era como yo me sentía con Paddy. Me decía a mí misma: “Tengo que atravesar de alguna manera esta catarata de conversación maravillosa y risas y canciones y todo lo que este hombre está haciendo para distraerme; tengo que cruzar ese caudal de anécdotas, porque yo sé que la cueva oscura se oculta detrás, y es ahí donde está todo lo que yo de verdad quiero contar. ¿Pero cómo voy a hacer eso?”. ¡Él estaba siendo tan amable! Terriblemente encantador, ya sabes: jovial, gran anfitrión… pero yo veía que no estábamos llegando a ninguna parte.

—Imagino que finalmente ocurrió algo que le hizo cambiar, abrirse a usted.

—Pues fue realmente sólo después de que Joan, su mujer, murió. Con esto no quiero decir que ella ejerciera un tipo de censura. Al contrario, ella, por cierto, era muy alentadora. Siempre aparecía silenciosa y decía: “¿Qué os pasa? Se supone que deberíais estar trabajando”. Pero Paddy seguía con su cortina de espuma y sus anécdotas y su torrente de rosas y vinos y libros, y no salía de allí. Entonces, un triste día, Joan enfermó, tuvo una caída y luego ya no se recuperó. Y tras su muerte, Paddy fue saliendo de aquel envoltorio y siendo cada vez más él. Se fue sincerando, y poco a poco, en el tiempo de nuevas conversaciones y encuentros, fue surgiendo su vida ante mí, con todas las luces, claro, pero plagada también de sombras. Y en esas sombras, donde las mujeres jugaron el gran papel protagonista, el hombre que Paddy había sido y seguía siendo se tornó ese ser complejo, único, que yo traté de contar en la biografía. Y creo que algo logré. Aunque contar a Paddy con todas sus aristas, como contar al héroe clásico, es una tarea imposible.

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Autor: María José Solano. TítuloUna aventura griegaEditorial: Debate. VentaAmazon

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