Arthur Conan Doyle nació en Edimburgo el 22 de mayo de 1859. Su padre se llamaba Charles Altamont Doyle y su madre Mary Foley. Desde pequeño demostró unas grandes aptitudes para contar historias de todo tipo. Era un gran fabulador y lo siguió siendo hasta su muerte, que aconteció el 7 de julio de 1930, a los 71 años. La causa fue un ataque cardíaco.
Por ser, desde mi juventud, un ferviente entusiasta de las historias de Sherlock Holmes, parece lógico pensar que ese entusiasmo se haya dirigido, con creciente interés y admiración, a conocer la vida y milagros de su creador. Siempre me he preguntado cómo era posible que un escritor pudiera tener una capacidad tan asombrosa de creación literaria. Un hombre que aportó a la historia de la literatura de aventuras personajes como Holmes, el profesor Challenger y otros muchos.
Había leído, hasta la fecha, dos biografías del escritor: Conan Doyle, detective, de Peter Costello, Arthur & George, de Julian Barnes y también su autobiografía Memorias y aventuras. Antes de acometer esta reseña repasé los tres textos anteriores con objeto de prepararme un poco para lo que pudiese venir a continuación.
Tengo por costumbre, cuando me dispongo a leer una obra de tal envergadura como la presente, marcarme una especie de calendario. Para esta voluminosa biografía proyecté cien páginas diarias y un cuaderno para ir tomando notas de aquello que consideraba interesante para el futuro lector. Al empezar mi tarea me percaté de que me iba a sobrar el cuaderno, porque si pretendía trasladar a él todo aquello que consideraba atrayente y novedoso en vez de un cuaderno precisaría más de una docena.
En principio la biografía está redactada con un lenguaje muy claro y limpio, lo cual la hace extremadamente fácil de leer y, a la vez, resulta muy difícil abandonarla una vez comenzada. El autor utiliza un sistema bastante parecido al seguido por Conan Doyle para la redacción del canon, es decir, que iba jalonando la historia principal por un variado surtido de títulos muy apetecibles que no se habían escrito ni nunca se escribirían. Era una especie de carnaza dejada a propósito para los creadores de pastiches, pero con la diferencia de que los citados por el autor de la biografía sí están escritos y recogidos en diversas antologías. En este caso se trata de maravillosos cuentos cortos, algunos de temas marineros, que particularmente me apasionan. Citaremos solamente uno para no agobiar al lector: El capitán del Polestar.
Sherlock Holmes cuando interrogaba a alguien le advertía de que lo que a él le interesaban eran precisamente los pequeños detalles, y esta biografía está plagada de ellos. El autor, en sus interminables jornadas de papeleo, visitas a museos, bibliotecas y otros sitios de interés histórico, se ha encargado de recopilarlos para satisfacción del atento lector, a quien seguro que le interesará saber que los ojos de una ballena son pequeños, solo un poco más grandes que los de un buey, y que cuando la naturaleza le puso fibras elásticas en la boca y el hombre se dio cuenta de que eran de lo más flexible y duradero, firmó entonces la sentencia de muerte para la especie.
Lo mismo le ocurrió con su personaje más famoso: No quisiera ser desagradable con Holmes, que ha sido para mí un buen amigo en muchas ocasiones. Si he estado a punto de cansarme de él es porque su papel no admite tonos ni matices. Es una máquina calculadora, y cualquier cosa que se añada al respecto no hace sino debilitar el efecto.
Eligió para darle una muerte digna el grandioso paisaje de las cataratas Reichenbach, lugar donde había viajado con su esposa Touie para tratar de mejorar el estado de sus maltrechos pulmones, presa de la tuberculosis.
Digamos, para ir preparando al lector, que durante toda su vida Conan Doyle se debatió entre dos profesiones: el ejercicio de la medicina y la literatura. Pero la primera le causó alguna que otra desazón y evidentemente la segunda le hizo rico y admirado. Cada vez que amenazaba a sus editores con abandonar sus aventuras de Sherlock Holmes, ellos le ofrecían cifras más disparatadas para que continuara. Se le ha considerado uno de los escritores mejor pagados de su época. Aunque evidentemente, Arthur Conan Doyle siempre prefirió dedicar su ingenio a obras de mayor calado literario.
Existe una anécdota muy divertida (contada en el libro) referente a su gira americana. La protagonizó un taxista de Boston. El novelista acababa de llegar a la ciudad, y al bajarse del tren tomó un taxi en dirección al hotel. El taxista le ayudó a cargar el equipaje, y cuando llegaron a su destino no le quiso cobrar en metálico. En cambio, le pidió una entrada para asistir a la conferencia que iba a dar al día siguiente. Sorprendido, Arhur le preguntó cómo lo había reconocido, y recibió la siguiente respuesta: «Muy sencillo, su solapa está muy retorcida, una clara señal de que usted ha estado sometido al acoso de los reporteros de Nueva York, el cabello lo lleva cortado al estilo de Filadelfia; el zapato tiene arcilla de la ciudad de Búfalo pegada a la suela, su chaqueta huele a tabaco de Albany y las migas de las rosquillas que cuelgan de la solapa solo pueden proceder de Springfield. Todas estas ciudades forrman parte de la gira de Arthur Conan Doyle, y por lo tanto, sería mucha casualidad que usted fuera otra persona.
Impresionado por sus increíbles dotes de deducción, el escritor le cortó abruptamente diciéndole: «¡Es usted mejor que Sherlock Holmes!». Sonriendo, el taxista le contestó: «Puede que tenga usted razón, señor Doyle, pero hay un detalle más que no he mencionado: la maleta que usted lleva tiene una etiqueta con su nombre escrito».
Todo lo demás, hasta la última página, es igual de interesante, pero no quiero aburrir a los lectores con esta modesta reseña, y más quedando pendiente su relación con el mago Houdini, según Doyle «el personaje más enigmático con el que me he encontrado». Compruénbelo por sí mismos, merece la pena.
Añadamos que Arthur Conan Doyle fue un verdadero caballero a quien se le concedió el título de sir, en 1902, un gran deportista, un gran benefactor de las personas necesitadas de ayuda, un buen jugador de billar, y también lo fue de críquet, y un gran aventurero a quien nunca arredraron los peligros.
Es una verdadera lástima que el final de su carrera y vida se vieran empañadas por su desmedida afición al espiritismo.
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Título: Arthur Conan Doyle. Autor: Eduardo Caamaño. Editorial: Almuzara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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