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Arturo González-Campos: «No compro ese mito de que la edad te da inteligencia y sabiduría»

Arturo González-Campos: «No compro ese mito de que la edad te da inteligencia y sabiduría»

Arturo González-Campos (Madrid, 1969) dice, en su recién parido Enhorabuena por tu fracaso (Plan B, 2022), que es “el fracaso con piernas y pene de lo que el mundo en el que nací esperaba de un varón: no soy fuerte, sino cabezota; dudo de todo, no he conseguido un trabajo estable y prometedor, no he creado una familia, no he plantado árboles, y de los libros que escribo es mejor no hablar”. El humorista cuenta a Zenda que el éxito no es un punto fijo en el que estar, sino “una meta volante”. Ocurre, ay, que el concepto se nos ha vendido como una Arcadia conquistable, cosa que, evidentemente, no es. Acto seguido, claro, vienen las decepciones y, si uno quiere ahorrarse el trabajito de pensar, siempre puede tirar de la maldita autoayuda.

Enhorabuena por tu fracaso es una una (anti)biografía humilde y anarka, un juguete disfrutable y, sobre todo, un paseo personalísimo y —esto se agradece— libre de prescripciones por algunas de las películas, las canciones y los libros más amados por el autor. Entrevistamos a González-Campos en una terraza de la madrileña plaza de las Comendadoras, a pocos metros del convento reconvertido en prisión por el franquismo en el que el gran poeta José Hierro fue encarcelado por participar, junto a su padre, en una red clandestina de ayuda a los republicanos.

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—Señor González-Campos, ¿la industria de la autoayuda es un cáncer?

—No sé si es un cáncer. Desde luego, es un peligro. La autoayuda es muy beneficiosa para quien la promueve y para quien la cobra. Para ellos sí es una autoayuda muy grande. Hay gente que está dispuesta a pagar por unas normas, un catecismo, una guía, un decálogo y así, quieras que no, te ahorras un montón de pensamientos.

—¿El fracaso es un tabú?

"El éxito no es un sitio en el que estar, sino una meta volante"

—No lo creo. Lo que sí es verdad es que nos han puesto el éxito como el nuevo cielo, como la nueva gloria, como el lugar al que ir, y lo que sí es mentira es que el éxito sea eso. El éxito no es un sitio en el que estar, sino una meta volante. Pasa por tu vida en algunos momentos y casi a diario: te levantas y hay agua caliente, o no te acordaste de encender el calentador y te tienes que duchar con agua fría, o se te ha acabado el champú, o tienes el champú que te gusta y que te deja el pelo bonito… y a base de éxitos y fracasos vamos haciendo el día. El problema es que nos han dicho que el éxito es un lugar al que ir, como un nuevo cielo. Una vez la gente ha empezado a descreer en según qué dioses, había que encontrar un nuevo dios. Ese dios, estaba clarísimo, es el dinero. Identificamos el éxito al dinero e identificamos el cielo o el lugar al que aspirar, o el motor que nos tiene que levantar por la mañana, al éxito, o sea, al dinero, cuando yo, por lo menos, no he aprendido nada en la vida que no sea a base de ensayo-error. Y se olvida lo del error.

—¿Hay que equivocarse para aprender?

—No tiene por qué. Conozco a muchos viejos tontos. No compro ese mito de que la edad te da inteligencia y sabiduría. También conozco a viejos que han sabido aprovechar esas vivencias para aprender de ellas y, evidentemente, tienen más inteligencia que cualquiera de nosotros. Pero son sólo unos cuantos. Y hay un montón de gente que pasa por la vida sin aprender nada. La capacidad que tú tengas de aprender es la que va a determinar eso, no el error en sí. El error en sí no es una bendición ni algo terrible, sino una oportunidad: puede haber una cierta enseñanza, y la aprovechas o no. Eso requiere un esfuerzo tuyo personal. Por eso hay gente que busca un decálogo, que busca la autoayuda, porque se ahorra pensar.

—¿Qué es lo más importante que ha aprendido en la vida?

"No hay nada contra lo que no pueda la risa. La risa es el guante de Thanos"

—No lo sé. Una lección superimportante que he aprendido es a no hacer rankings. De hecho, en el libro no hay rankings: hay listas, pero no hay rankings. Una de las que más he utilizado más veces o más me ha servido es que la risa está por encima de todo. No hay nada contra lo que no pueda la risa. La risa es el guante de Thanos. Entonces, si eres capaz de reírte de las cosas y tal, no digo que se vayan a solucionar, evidentemente, pero se van a hacer más llevaderas siempre.

—Usted, que no es amigo de los rankings, pero sí de las listas, dígame cuáles son las palabras que más le gustan del castellano.

—Ni idea. Te diría ahora unas y seguramente me pondría pedante porque quiero quedar bien, pero a lo mejor no son esas. Mira, si te hablo ahora de un viaje que hice a Ámsterdam, probablemente te hablaría de la catedral, el ayuntamiento, los tranvías, el barrio rojo… Pero, en realidad, dentro de mí, hay una calle muy pequeñita, muy meada, donde conseguí que la chica con la que fui a Ámsterdam me diera un beso. En el postureo, yo ahora te diría cinco palabras que serían, seguro, muy trascendentes y muy tal. Pero, a lo mejor, un apelativo cariñoso a un familiar o a un perro sería, en realidad, mi calle meada de las palabras.

— Dice que “hablar de las cosas es la segunda cosa más fabulosa del mundo, justo después de disfrutar con las cosas”. ¿Y escribir sobre las cosas?

—Ha sido muy divertido. En el fondo, es lo mismo que hablar sobre las cosas. Ha sido algo catártico, tío. Porque me gusta mucho hablar de las cosas. De repente era: “Te han regalado un parque temático para que lo llenes con todas las cosas que te gustan, para que pongas a Edgar Neville y también a Bergman”. El libro lo he hecho a golpe de sentimiento y de identificación personal, sin ningún tipo de pretensión. He querido exponer que, para mí, una canción de Hombres G, por la misma teoría de las calles meadas, puede significar lo que las sinfonías de Leonard Bernstein. Por diferentes motivos, evidentemente, cada una de ellas.

—“Desprecio más a quien es capaz de cargarse todo ese esfuerzo con una frase”, refiriéndose a los críticos, “sólo porque no es tu sopa de arroz con aceitunas”. ¿Alguna crítica que le haya encabronado especialmente?

"Nos hemos convertido en los niños de padres ricos que se levantan en la mañana de Reyes, tienen de todo y acaban jugando con una caja"

—No hablo de los críticos. Entre otras cosas, porque la figura del crítico, desgraciadamente, a veces está más difuminada. Hasta en los carteles de cine, junto a la crítica de ABC o de El Mundo, aparece “@Pérezloquesea”. La crítica se ha democratizado, y eso no me puede parecer mal, pero se ha convertido también en algo muy barato, muy fácil de hacer. Y ahí es donde me enfado. Porque todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, como todos sabemos. Y el hecho de que a ti te hayan dado un periódico o una cuenta de Twitter, una manera de publicar tus opiniones, debería hacerte sentir un poco de respeto hacia lo que estás criticando, hacia el trabajo de un montón de gente que tú te ventilas con un “le sobran veinte minutos”, “en el segundo capítulo me dejó de interesar” o “no me gusta la deriva que lleva el personaje tal”. Entre otras cosas, porque la mayoría de esta gente va a ver las películas, a leer los libros o a lo que sea, para enfrentar sus expectativas con lo que en realidad es. Pero esa es la obra del señor: tú la admites o no, eres completamente libre, pero no la puedes contrastar con lo que tú esperabas. Tú no puedes decir que te decepcionó el Guernica porque te lo esperabas en color. Y si lo dices, estás haciendo algo muy estúpido. En muchos de los podcast sobre cómics o música que escucho, hablan de: “a mí me pasó”, “a mí me decepcionó”, “yo esperaba”. No estáis hablando de la obra: estáis hablando de vosotros mismos. Se dedican a destruir sin tener en cuenta que hay un señor, o dos o cien que se han dedicado, durante dos años, a que tú tengas ese producto delante. Y se lo cargan con un tuit para que te den 27 o 350.000 likes. Es muy absurdo, muy ridículo. Nos hemos convertido en los niños de padres ricos que se levantan en la mañana de Reyes, tienen de todo y acaban jugando con una caja. Tenemos tanta oferta… Vivimos en un mundo, te parezca bien o no, pero de manera tozuda, tan capitalista que, según te levantas, hay un montón de gente diciendo: “¿Qué quieres? ¿Qué te apetece? Si lo pagas, lo tienes”. Nos estamos volviendo niños malcriados. Nos creemos que lo merecemos todo porque lo pagamos. Y creo que no es así. Creo que es injusto lo que hacemos. Efectivamente, lo estás pagando, pero está el trabajo de la gente, el alma de la gente. Hay algo que no compras sólo pagando una entrada. Está el futuro de la gente, el que le contraten para la siguiente película o que le contraten para el siguiente libro. Hay un montón de cosas que no estás pagando con el dinero que te ha costado eso. Ten respeto. Respeto. No lo han hecho para ti. Lo han hecho y tú lo has adquirido, pero no era para ti, específicamente para ti.

—¿Sigue sin tener espíritu de prescriptor?

—Sí, por favor. Claro, claro. Si estoy hablando de lo pobre que es la opinión personal de cada uno, evidentemente, yo no puedo ser prescriptor de nada. De hecho, a mí me piden un libro de prescriptor, de Las 101 películasLos 101 libros… tal, y Enhorabuena por tu fracaso se escribe para explicarle al editor por qué yo no puedo escribir ese libro. No es nada interesante, no es nada importante que a mí me guste algo y, desde luego, que no me guste algo. Cada obra es un objeto. En esto se parece mucho a los chistes: el chiste es un objeto, y rebota contigo de una manera y te ofende, pero rebota conmigo de otra y me hace una gracia tremenda. Y los pedos de tu niño son muy graciosos, pero los del niño del vecino son asquerosos. ¿Quién soy yo para decir que son graciosos? No soy nadie. Sí, sí, me niego a ser prescriptor. Lo único que puedo hacer, y es lo que he intentado, es decir: “Vi esta película y me volvió loco”. Pero si tú la ves y a mí me respondes “pues a mí no”, sin problema.

—Si yo le pregunto por lo que le ocurrió la primera vez que leyó El Señor de los Anillos, usted me dice…

"He intentado que el libro sea un juguete. Porque yo he jugado poco con juguetes"

—Hombre, eso lo deberían leer, ¿no? (Risas) Es uno de los momentos más impactantes del libro. Creo, por lo que me cuentan, que el libro se disfruta mucho más cuanto menos sepas, cuantas menos expectativas tengas, cuantas menos ideas preconcebidas lleves, y si eres capaz de leerlo desde la primera hoja hasta la última. He intentado que el libro sea un juguete. Porque yo he jugado poco con juguetes. No por nada, sino porque no me llamaban la atención. Y no jugaba al fútbol tampoco. Los libros eran mi juguete. Entonces, cuando he tenido la oportunidad de hacer este libro, ha sido como: “Oh, ¡quiero que sea un juguete! Quiero que el que coja el libro, además de leer lo que yo haya puesto, juegue con él”. Entonces, si se acercan al libro sin nada y empiezan desde la primera página hasta la última, creo que hay premio.

—Bueno, entonces, como lector, para evitar spoilers, si le digo La conjura de los necios…

—La conjura de los necios fue un libro que robé.

—Acaba de hacer un spoiler.

—Sí, sí. Uno te regalo; dos, no (risas). La conjura de los necios me reventó la cabeza. Desde el propio prólogo, en el que se cuenta esa terrible historia de cómo llega a publicarse el libro. Me fascina la figura de John Kennedy Toole. Leyendo La conjura de los necios entiendes a aquella figura tan lúcida…

—Y tan pesimista.

—O sea, lúcida (risas). Claro. Yo creo que el pesimismo es la mayor de las lucideces. Tan lúcida que llegó a renunciar. Y es lo que transmite un libro tan divertido como La conjura de los necios: un auténtico desapego hacia la raza humana y un auténtico descreimiento de que esto sea mejorable. Esto es algo que me fascina en la gente que hace comedia. Mi libro ha tenido muchas inspiraciones. Una de ellas, por supuesto, La conjura de los necios; otra, Groucho y yo. Y Groucho Marx es un desapegado, un descreído de la sociedad. Uno de los grandes cínicos. Supera a golpe de risa la desafección que pueda sentir hacia el ser humano. No hacia el ser humano en particular, sino hacia la idea de “esto tiene solución” o de “hay una base buena en el ser humano”.

—De esto que va uno corriendo por las escaleras del metro, tropieza y se agarra a una anciana para evitar su propia caída.

—Efectivamente. Al final, todos tenemos un instinto de supervivencia y, en determinada situación extrema, vas a ser o tú o yo y, evidentemente, voy a ser yo. El hombre, en su versión civilizada, sí es algo digno de querer. Pero sometido a una situación extrema, vuelto a lo animal, perdido el contacto con la ley y con la educación, el ser humano es tan primario y tan destructivo que, evidentemente, las esperanzas no pueden ser muchas.

—Krahe fue, como dijo Sabina, ¿“un lujo que España no se merece”?

"Creo que Krahe no hubiera encajado en ningún sitio porque, como Groucho, él no estaría nunca cómodo en un club que le admitiese como socio"

—No sé si lo merecía algún lugar del mundo. Que Krahe es un lujo, desde luego; que es de las mentes más lúcidas que hemos tenido en España, por supuesto. Sabina lo contrastaba con Georges Brassens, su homólogo o su maestro, que en Francia era una institución. Creo que Krahe no hubiera encajado en ningún sitio porque, como Groucho, él no estaría nunca cómodo en un club que le admitiese como socio. Krahe, en cuanto empezaba a recibir demasiadas palmadas, huía. De hecho, él cuenta cómo sus baremos a la hora de hacer la lista de las canciones que tocaba era: “Como una canción me la aplaudan mucho, la dejo de tocar inmediatamente”. Es una de las cosas que más admiro de Krahe: esa capacidad suya de no buscarse el lugar cómodo, porque en el lugar cómodo es donde dejas de crear o de pensar. Ahí es donde empiezas a morir en vida.

—Siguiendo por el camino musical: me he quedado picueto perdido con el “Space Oddity” de los Hermanos Calatrava.

—Nos ponemos todos muy especiales y muy guays, pero los conocimientos que tienes son bastardos. Conoces las cosas por el lugar más inesperado. Es así, la vida funciona así. Luego, vas rellenando los huecos. Y sí, conocí el “Space Oddity” por los Hermanos Calatrava, y “Zapatos de gamuza azul” por Los Llopis, un grupo que traía en los años setenta versiones cuando aquí el rock todavía no estaba muy bien visto. Eran versiones dulcificadas, con la letra en español, que eso, para el antiguo régimen, era muy necesario. La invasión yanqui o anglosajona no gustaba mucho. Entonces, mi padre tenía un disco de Los Llopis y, cuando me compré el primer disco de Elvis, la mayoría de las canciones ya las conocía. Pero para mí no eran de Elvis, sino de Los Llopis. Y conozco el jazz por los dibujos animados. Cuando ponía los Looney Tunes, notaba que esa música asincopada, esa música que, obligatoriamente, seguía las peripecias del personaje, me flipaba. Y por ahí empecé a conocer el jazz. Luego, llegan Los Aristogatos o El libro de la selva, y voy identificando que eso tiene un lugar. Y ya, pues sí, me pongo de Miles Davis p’arriba.

—Terminamos ya, señor González-Campos. Escribe: “Si de verdad pretendes crecer, si en serio quieres cambiar las cosas, no te conformas con las verdades que encuentras y buscas las tuyas”. ¿Cuál es la primera verdad que encontró?

—No sé si es la primera, pero es la primera que se me ha venido a la cabeza y pasó hace bastantes años, yo era muy pequeño. Descubrí, en un momento dado, que mis padres eran falibles. Claro, es el primer descubrimiento duro que tienes en la vida. Cuando descubres que tus padres no son todopoderosos. La anécdota fue muy absurda. Hubo un conflicto en clase, yo fui acusado por el profesor de manera injusta, estaba muy claro que era de manera injusta, y mis padres decidieron apoyar al profesor. Entonces, yo les contaba lo que había ocurrido y ellos defendieron al profesor. Ni siquiera acusaba al profesor: el profesor había visto una cosa, pero, en realidad, había pasado otra. Y descubrí que mis padres no tenían todas las respuestas, que no siempre sabían exactamente lo que hacer. Es como un preorfanatismo: “Ya no me puedo fiar de todo lo que dicen mis padres. Ellos saben unas cosas, pero otras no, y las tendré que buscar por mí mismo”.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Impactante. Muy curiosa entrevista. Y sobre el libro, que habrá que leer, parece, en principio, la antítesis de «Manual de supervivencia», que nunca leeré, hablando precisamente de autoayuda y autobombo. Personajes así deberían ser presidentes del gobierno; serían menos dañinos. La pérdida de la infalibilidas paterna es, efectivamente, un trauma. Lo que pasa es que es un cierto modelo insustituible, eso si, perfeccionable, ya que ahora lo quieren sustituir por la infalibilidad del partido o de la ideología.