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Arturo Pérez-Reverte: «Sospecho que toda mujer lleva una Milady dentro»

Presentación de Eva, de Arturo Pérez-Reverte. Foto: Victoria Iglesias

Cae la noche sobre Madrid y a escasos metros de unas calles invadidas por la frenética actividad de los comercios y las luces navideñas, un heterogéneo grupo de personas aguarda en silencio en una sala a oscuras. El Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes es el lugar elegido para la puesta de largo de Eva, segunda entrega de la serie Falcó de Arturo Pérez-Reverte. Tras más de 300.000 ejemplares vendidos en España y América Latina los personajes que transitan las páginas de esta historia dura y seca, al más puro estilo de la novela de espías, ya son seres que habitan la mente de los lectores.

El escritor cartagenero se bate en duelo dialéctico con tres mujeres. Pilar Reyes, editora de Alfaguara; Marta Flich, economista, actriz y youtuber del HuffPost; y Karina Sainz Borgo, periodista que firma en esta misma página de Zenda, llevan la batuta en el escenario. La protagonista del evento que reúne a directores de cine, miembros de la Real Academia Española, escritores, periodistas y lectores, es otra fémina: Eva Neretva, una loba valiente, decidida y cruel que caza en territorio hostil. Un verdugo con fe dispuesto a morir matando. La condensación en un único personaje de todas aquellas mujeres de acero que dejaron su sangre y sus nombres grabados en la historia de los frenéticos años treinta. Tras ella, se vislumbra una ciudad: Tánger.

“Falcó provenía de una buena familia andaluza vinculada a las bodegas, al vino y a su exportación a Inglaterra. Los modales y la educación adquiridos en la infancia le habían ido bien más tarde, cuando una juventud poco ejemplar, una carrera militar truncada y una vida vagabunda y aventurera pusieron a prueba otros resortes de su carácter. Ahora tenía treinta y siete años y una densa biografía a la espalda: América, Europa, España. La guerra. Trenes nocturnos, fronteras cruzadas bajo la nieve o la lluvia, hoteles internacionales, calles oscuras e inquietantes, abrazos clandestinos. También tenía, allí donde la memoria reciente se le mezclaba con las sombras, lugares y recuerdos turbios cuya cantidad, al menos por ahora, no le importaba seguir aumentando. La vida era para él un territorio fascinante; un coto de caza mayor cuyo derecho a transitarlo estaba reservado a unos pocos audaces: a los dispuestos a correr el riesgo y pagar el precio, cuando tocara, sin rechistar. Para Falcó, palabras como patria, amor o futuro no tenían ningún sentido. Era un hombre del momento, entrenado para serlo. Un lobo en la sombra. Ávido y peligroso.”

Arturo Pérez-Reverte. Foto: Victoria Iglesias

"Esa actitud de cazador que ha bajado de su cubil al llano, del lobo moviéndose por territorio hostil, me la dejó un párrafo de Virgilio que tuve que traducir cuando era estudiante y que me impresionó mucho."

—KSB: Falcó es un lobo sin moral. ¿De dónde vino el pelaje del personaje? Dados tus años de reportero de guerra, son muchos los personajes y es mucho el bagaje. ¿Cómo sintetiza Falcó a todas las criaturas de Pérez-Reverte?

—APR: Un autor es su mirada. Yo escribo con mi mirada, y en una parte de mi vida también fui un lobo, así que Falcó representa mi vida durante 21 años. Además, por mis tendencias y aficiones no es que no tenga simpatía ni compasión por los corderos, pero creo que es más interesante un lobo, narrativa y humanamente hablando, y por eso en mis novelas hay más lobos que corderos. A la hora de contar un personaje, es más rentable como protagonista un cazador que un cazado. Esa actitud de cazador que ha bajado de su cubil al llano, del lobo moviéndose por territorio hostil, me la dejó un párrafo de Virgilio que tuve que traducir cuando era estudiante y que me impresionó mucho, por su belleza y eficacia. Desde entonces, me pasé la vida observando lobos, y ahora, cuando miro hacia atrás veo que la mayor parte de mis protagonistas son lobos.

—KSB: No sé si hay opción de que Falcó sienta piedad, de que le mueva un sentimiento así en algún momento.

—APR: No lo excluyo, pero lo que pasa es que la mirada de un lobo de este tipo no es convencional. A veces lo que nos mueve a nosotros a la piedad común no es lo que mueve a estos personajes a sentir piedad o misericordia. Yo no soy Falcó, pero comparto buena parte de sus puntos de vista y de sus miradas, entre ellas el que realmente no todas las víctimas producen la misma compasión. Falcó sí tiene compasión, pero solo por determinadas personas y en determinados momentos.

Marta Flich. Foto: Victoria Iglesias

"En el caso de La Reina del Sur Teresa intenta crearse esos lazos continuamente, pero el tipo de vida que lleva la despoja de ellos sin cesar, y así acaba sola. Mi héroe, aparte de cansado, es bastante solitario."

—MF: Con respecto a Falcó y su falta de relación con su familia, él tiene un hermano, pero parece que no quiere saber nada de él. En un pasaje se dice que «a veces Caín tiene que hacer las maletas». Eso me recuerda al episodio de la Biblia sobre Caín y Abel, aquello de «¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?». ¿Hay algún conflicto ahí que se vaya a desarrollar más adelante?

—APR: No, es un recurso narrativo. Yo necesito personajes desarraigados. Para el tipo de relato que yo escribo necesito héroes —masculinos o femeninos— que no tengan ataduras familiares o afectivas. El tipo de conflicto que yo les planteo ha de ser resuelto en solitario. Un lobo con familia es raro. Si la tiene, es un lastre. Cuando yo estaba en sitios como Sarajevo o Beirut y veía todo irse al diablo, pensaba: «Qué suerte estar solo y no tener nada tuyo que se queme en este fuego que estás viendo». Que ese niño muerto no sea tu hijo, o que esa mujer violada no sea tu hermana o tu madre. Qué suerte poder pasar por aquí ligero de equipaje, afectivo o sentimental, para así poder pelear. Es como cuando Eneas baja a luchar contra los griegos, solo puede hacerlo cuando piensa que ya ha perdido a su familia. Necesito que mis personajes puedan morir matando si hace falta, y para eso que haya pocos lazos afectivos, o que estén entre brumas. En el caso de La Reina del Sur Teresa intenta crearse esos lazos continuamente, pero el tipo de vida que lleva la despoja de ellos sin cesar, y así acaba sola. Mi héroe, aparte de cansado, es bastante solitario.

—PR: ¿Hay algún personaje real detrás de Falcó?

—APR: La mirada de Falcó es la mía, pero yo no soy un hijo de perra torturador y asesino como él. Yo no he matado, torturado ni violado, pero sí lo he visto hacer. Ese escepticismo y ese humor negro que tiene Falcó, que le sirve a él como mecanismo de supervivencia personal para hacer frente a conflictos en la vida, sí que se lo he prestado yo. Tengo más en común con Falcó que con Alatriste. Alatriste es un tipo que ha tenido fe, moralidad y palabras con mayúscula que luego la vida le ha quitado («tu rey es tu rey», llega a decirle a Íñigo), pero Falcó nunca las ha tenido. Yo las tuve, pero las perdí muy joven. La mirada amarga, pero suavizada por el humor negro sí que es mía. Además, Falcó está más cercano temporalmente a mí, mientras que Alatriste es de una época distinta.

EVA

“Eso había dicho Eva la última vez. Nunca lo habían engañado antes, recordó absorto. Nunca una mujer, y nunca de esa manera. Eva Neretva, alias Eva Rengel, alias sabía Dios qué. Se había revelado maestra indiscutible en el juego turbio, arriesgado, que jugaban ambos. Con su frialdad tan soviética. Casi inhumana.”

Karina Sainz Borgo. Foto: Victoria Iglesias

"Eva no está basada en un personaje real, pero se apoya en elementos de mujeres que sí lo fueron."

—KSB: Eva tiene un punto fantasmagórico, Eva es una presencia. Es cierto que como personaje femenino rescata mucho de lo que es la literatura de Pérez-Reverte, pero quizá lo más importante es que ella es un verdugo. Pertenece a una época ideológicamente comprometida y es incluso más fría que él. Me interesa el lado ideológico más que el hecho que sea un personaje femenino. Ella es alguien dispuesta a pagar un precio muy alto, a morir matando. ¿Qué hay detrás de Eva? ¿Hay algún personaje real o una faceta histórica o ideológica en concreto detrás de ella?

—APR: No, es una mezcla de muchas cosas. Yo leo mucha Historia, y en el primer tercio del siglo XX hay una época interesantísima en lo político y en lo social. Leyendo sobre esa época saltan muchos personajes, mujeres húngaras, polacas, rusas, norteamericanas o inglesas, activistas del socialismo, comunistas o anarquistas, que además tomaban partido de una manera muy activa, no como simples compañeras del activista, sino siendo de por sí personajes importantes y actores fundamentales del siglo XX. Algunas incluso acabaron muriendo por ello tras hacer frente a muchos desafíos con gran valor y coraje. Había mujeres muy interesantes, y de sus biografías, incluyendo historias de mujeres torturadas y ejecutadas por sus propios jefes, saqué muchos lugares, digamos, que crucé para crear a Eva. Eva no está basada en un personaje real, pero se apoya en elementos de mujeres que sí lo fueron.

—KSB: Leyendo trabajos sobre esa época queda claro que había torturadoras, y recuerda a esas francotiradoras rusas que eran las que mataban a la gente. En el caso de Eva sus grandes momentos como personaje son impartiendo violencia, frente a esa idea azucarada de que lo femenino añade sentimiento. Yo creo que Eva añade mucha violencia.

—APR: Eva es una mujer con fe, un apóstol de una causa en la que cree: ella cree que el comunismo será lo que solucione el futuro de la humanidad, y además esta convencida de que ella no sobrevivirá, que morirá antes de que llegue la victoria final. Y a esa fe, que ya de por sí la hace interesante, une el hecho de ser una mujer que sale a un mundo, gobernado por lo masculino, dejando atrás esa barrera de la femineidad, los instintos de nido que le impiden ser libre: para ella es más importante la causa que tener marido o hijos o un hogar, y por eso ella lucha con su propio coraje y su propia dignidad, resultando mucho más peligrosa, porque la mujer es mucho más dura en los momentos duros. Como dije el otro día en una entrevista, al hombre se le da bien el sprint, pero a la mujer se le da bien la maratón. Está muy bien adiestrada para el sufrimiento, el dolor e incluso el caos, donde se desenvuelve mejor que el hombre. Una mujer tiene la cabeza más tranquila en el caos que el hombre. Cuando una mujer decide ponerse al servicio de una causa puede llegar a ser un verdugo de lo más implacable, y esto se refleja en todas las mujeres de mis novelas, no solo en esta: Teresa Mendoza, Adela de Otero, Tánger Soto… En los lugares donde he estado, yo he visto a mujeres hacer cosas terribles: en Dobrinja vi a una abuela con la escopeta de caza defendiendo a otras mujeres de su pueblo, a sus nueras, sus nietos, su familia. En los años 30 había mujeres de acero y Eva es una de ellas.

"En una novela, para contar hay que entender. No sé si entre ellos hay amor, y ni ellos mismos lo saben, pero sí existe una lealtad entre iguales. Son dos lobos del mismo pelaje."

—MF: Es una mujer fría y cruel. En esta relación poliédrica que tienen, en este enamoramiento extraño y genuino que tienen Eva y Falcó, ¿qué es lo que más le atrae a Falcó de ella: el hecho de que vea en ella a una igual, o el hecho de que ella moriría por su ideología?

—APR: Falcó sabe que ella está equivocada, que no va a ganar. Falcó tiene un recorrido de mirada mucho más experimentado. Como él está fuera, puede ver desde ahí lo que ella desde dentro no ve. Él sabe que ella no triunfará, pero admira su fe, su coraje y su determinación, porque, quizá paradójicamente —luego hablamos de eso—, Falcó es un cazador al que le gustan las mujeres, pero ellas son para Falcó un objeto que desvelar. Él vive como quiere vivir, pero ella es diferente, no responde al tipo que caza. Ella es otro cazador, otro lobo. Y eso él lo ve y lo respeta. Digamos que la desea menos de lo que la respeta. Lo que siente es más curiosidad que deseo: Eva le parece un elemento que estudiar, le fascina este ejemplar de mujer que ha encontrado, y su observación le crea unos vínculos asombrosos, con los que me he divertido mucho como autor, porque una novela te obliga a pensar, a resolver problemas en los que no habías reparado. En una novela, para contar hay que entender. No sé si entre ellos hay amor, y ni ellos mismos lo saben, pero sí existe una lealtad entre iguales. Son dos lobos del mismo pelaje.

Pilar Reyes y Arturo Pérez-Reverte. Foto: Victoria Iglesias

—PR: Falcó comparte época con El tango de la Guardia Vieja, cuya protagonista, Mecha Inzunza, está en las antípodas de Eva. ¿Cómo intuyes qué personaje tiene que habitar cada libro? Porque son dos miradas femeninas completamente distintas de la misma época.

—APR: Falcó nació de El tango, de hecho. Son dos mujeres muy distintas, pero pertenecen al mismo tipo de mujer. Educada de otra forma, Mecha podría haber sido Eva. Todas mis mujeres tienen ese parentesco, al que también pertenece Olvido Ferrara de El pintor de batallas, es el tipo de mujer que me interesa no solo al escribir sino también en la vida, quizá porque leí Los tres mosqueteros muy joven, con nueve o diez años. El personaje de Milady me impresionó mucho: la mujer bella y malvada, pero con motivo para serlo, que no depende del varón para realizarse —aunque a veces establezca algún tipo de alianza o colaboración con alguno— y que es capaz de generar su propio mundo. Y teniendo esto presente desde crío, de mayor he ido buscando las Miladys que pudiera encontrar, o para ser más exacto, la Milady dentro de cada mujer. 

"La primera novela que leí de Conrad, y la que me ató a él, La flecha de oro, ya tenía una mujer así, Rita."
 Así que todas mis protagonistas son hijas de Milady, en cierta forma. Cuando fui reportero conocí mujeres en la guerra —milicianas, fotógrafas, enfermeras—, y creo que un ser humano no demuestra lo que es hasta que está al límite. Aquí se pueden fingir o incluso adquirir un montón de virtudes falsas, y trampear en la vida usando el dinero, la simpatía o la locuacidad, pero cuando llega el caos, el tsunami, la guerra, las Torres Gemelas o el Titanic, cuando llega la vida real, es cuando el ser humano tiene que demostrar lo que es, no lo que aparenta ser. Y en esas situaciones es donde he visto a la mujer actuar con mucho más coraje que los hombres muchas veces. Ahí fue donde la vida me confirmó las sospechas e intuiciones que arrastraba desde niño: que toda mujer tiene una Milady dentro, y que cuando la vida provoca que se manifieste, lo hace de una manera muy interesante, a veces peligrosa y a veces espectacular. La primera novela que leí de Conrad, y la que me ató a él, La flecha de oro, ya tenía una mujer así, Rita. Desde entonces he ido saltando de mujer a mujer buscando momentos como el de Matilde de la Mole con la cabeza en el regazo de Julián Sorel en Rojo y negro, de Stendhal. Por eso estoy orgulloso de Eva, porque no es un personaje que surja con esta novela, sino que es consecuencia de una vida. El orgullo de un novelista, aparte de lo bien o mal que lo haga, es que sus personajes sean consecuentes con él mismo. 

—KSB: Moira Nikolaos también es un personaje interesante, y ella sí está basada en una mujer real.

—APR: Sí, pero no puedo ni debo dar más detalles. Digamos que llegué a una guerra muy jovencito y allí conocí a una mujer con la que viví una temporada con situaciones extremas muy interesantes, que después ha inspirado a Moira. Era una mujer valiente y exótica que vivía en un mundo exótico, y nuestra relación nunca fue sexual, sino del tipo de madrina de guerra que me acogió en su casa. La recuerdo una vez durante un bombardeo, borracha, en bragas y sujetador, escuchando música de un disco, con mi cabeza apoyada sobre su barriga, mientras las bombas caían fuera. Son cosas que marcan para siempre, y esta novela es un buen sitio para recordarla. Hay cosas en la vida, como las guerras y otras experiencias intensas, que te crean vínculos de lealtad y complicidad extraordinarios. Esto se puede ver por ejemplo en la entrevista que hace poco en la revista Zenda hemos publicado con Márquez, mi cámara de toda la vida, y que es el mismo que tiene Falcó con Moira. Es una lealtad que ni siquiera puede definirse bien.

TÁNGER

—PR: Eres un gran creador de personajes, y también de ambientes, hasta el punto de que para un lector que no ha conocido el lugar de la novela, creas una ficción que lo sustituye. Recuerdo que cuando llegue a este país tuve el privilegio de editar El asedio sin haber ido jamás a Cádiz, y cuando llegué allí tras leer la novela me dio la impresión de estar en una ciudad como sustituida por la obra literaria. Aquí me ha ocurrido igual en el viaje que compartimos con Karina a Tánger: cuando paseábamos por las calles de la Medina era imposible no ver en ellas a Lorenzo Falcó.

Pilar Reyes. Foto: Victoria Iglesias

—APR: Para mí el escenario forma parte de una novela. En todas mis novelas es como otro personaje más. Necesito que el lector vea lo que yo veo, se mueva por donde yo me muevo, que vea la penumbra o el cigarrillo que se enciende o se apaga. En este caso lo que tenía que ver era un Tánger de los años 30 en blanco y negro, no el de ahora, y eso se consigue con muchas lecturas y muchas películas —no Casablanca, que eso es mentira—, porque cuando un lector visita una ciudad, como por ejemplo París, puede borrar mentalmente los coches y el tráfico moderno y los turistas y colocar encima escenas de la Revolución Francesa, con Rousseau o Saint-Just dando un paseo y guillotinas por la calle. Eso es un privilegio maravilloso. Y en este libro, al ser tan corto, como canónica novela de espías que es, con más acción, más diálogo y con todo más condensado, hay que tener cuidado para que el lector siga pudiendo ver todo lo que tú quieres que vea sin perderse. El cabaret, por ejemplo, no lo describo minuciosamente, sino que solo doy dos o tres detalles y el lector ya completa el resto de la escena con su imaginación.

"Yo a mis amigos los sitúo por lealtades, y procuro ser leal yo también. Y la lealtad no tiene bandera, ni frontera, ni raza, ni nada."

—MF: Mi impresión es que Tánger es un territorio donde ha habido un mestizaje absoluto, y en la novela hay incluso una ambigüedad jurídica para que se pueda desarrollar la acción. Hay un momento de la historia en el que se reúnen las dos tripulaciones españolas en un cabaret, se encuentran con unos ingleses que los llaman «sucios españoles» y se lanzan contra ellos como un resorte olvidando lo de nacionales y republicanos. ¿Esto es una crítica directa a los nacionalismos, las banderas, los bandos, las pertenencias que nos organizamos en nuestra cabeza?

—APR: En el mundo de Falcó, como en el mío, la lealtad es lo más importante. Cuando has vivido unos años y has visto un par de cosas, te das cuenta de que todo es muy relativo, pero la lealtad es fundamental, es el elemento decisivo. Yo a mis amigos los sitúo por lealtades, y procuro ser leal yo también. Y la lealtad no tiene bandera, ni frontera, ni raza, ni nada. Uno es leal a aquellos con los que se siente solidario, y además tiene la obligación de jugarse lo que haga falta por ellos. Lo que no puede ser es la cobardía. Uno puede ser de ideas opuestas, pero hay lealtades instintivas, atávicas, sin código racional, que están ahí y a las que hay que ser fiel. Hay gente a la que hay que unirse cuando pelea, aunque no sepas muy bien por qué. Porque es de los míos, porque hay algo que compartimos, no sé. Esos marinos, enfrentados por las circunstancias, pero situados ante algo ineludible, deciden ser leales a sí mismos. Los españoles somos muy complejos, como he dicho muchas veces. Somos muy poco prácticos y bastante criminales para muchas cosas, pero somos un pueblo muy generoso, que cuando se une para algo es magnífico verlo unido, aunque sea para salir en un cuadro de Goya. En resumen: que no puedes quedarte sentado, seas republicano o nacional. Y esto no es literario: no sé si algo así ocurrió de verdad, pero si yo soy un republicano o un nacional que oye que a uno de los otros un inglés lo llama sucio español en un cabaret, me levanto sin duda. Aunque crea que sí somos sucios. [risas] Pero no puedes decirlo.

—PR: ¿Y por qué Tanger?

—APR: El Tánger de los años 30 era el lugar perfecto para espías, conspiraciones y ambiente peligroso donde la vida no valiera nada y resultara fácil comprar cualquier cosa, con dinero, con violencia o con favores. La película Casablanca de Michael Curtiz era en realidad Tánger, pero como estaba en manos de los españoles lo cambiaron por motivos políticos a Casablanca. Es muy importante no equivocarte a la hora de elegir el escenario. Al principio dudé, porque iba a escoger la Orán francesa, pero lo cambié y, como pudisteis comprobar el día que estuvisteis allí, era el lugar adecuado.

—KSB: Era un sitio mucho más significativo geopolíticamente en los años 30.

—APR: Sobre todo porque no estaba «contaminado» aún con todos los artistas y modistos europeos que fueron después. Estaba aún virgen de esnobismo, era oscuro y barriobajero, lleno de gentuza, droga y prostitución. No era el Tánger de Yves Saint-Laurent o Paul Bowles.

—PR: La misión de Falcó es rescatar un cargamento de oro de un barco destinado a Rusia, pero esta no es una novela de mar, aunque dos de los personajes más fantásticos son los capitanes de los navíos.

"El día más feliz de mi vida fue no fue el de mi primera novela, sino el día que conseguí el carnet de capitán de yate, que solo se da tras un examen dificilísimo. Estaba eufórico."

—MF: Los dos capitanes son la lealtad elevada a la enésima potencia. Me da la sensación de que si se intercambiaran los papeles, los dos actuarían como actuó el otro, siendo responsables de sus tripulaciones en su microdemocracia, pero yendo hasta las últimas consecuencias en sus decisiones. Los códigos del mar se trasladan incluso a tierra, donde reina el caos. ¿Crees que si hubiera más Fernando Quirós y Antonio Navia en el mundo nos iría mejor en la vida?

—APR: Estoy convencido de que sí. Desde hace mucho tiempo yo quería hacer una novela de marinos en tierra, quizá porque eso ocurre mucho en las novelas de Conrad, llenas de marinos contando sus historias en el puerto, y además yo crecí en una ciudad con puerto de pequeño. Y esta era la ocasión para hacerlo. Lo que más respeto en el mundo es un marino mercante, porque yo crecí entre marinos, viendo petroleros entrar y salir de Escombreras hacia el golfo Pérsico o Siria y oyendo sus historias mientras fumaban, bebían whisky o jugaban al ajedrez. Viendo cómo hablaban y cómo me trataban me di cuenta de que eran distintos de los «terrícolas» [risas], y que el suyo era un mundo diferente en sus códigos o sus inocencias, porque el mar te preserva algunas inocencias de las que un terrícola carece. Me parecía muy interesante todo eso. Es más, yo también soy marino y navego. El día más feliz de mi vida fue no fue el de mi primera novela, sino el día que conseguí el carnet de capitán de yate, que solo se da tras un examen dificilísimo. Estaba eufórico. Todo ese respeto, ese amor por los marinos y esa admiración por sus códigos no escritos me llevaron a estos dos personajes, que son marinos antes que enemigos. Salvo casos muy concretos y tristes, en las guerras en el mar siempre ha habido más caballerosidad, incluso teniendo en cuenta la crueldad de los submarinos. Quien está en el mar sabe lo duro que es, y eso se refleja en su guerra. Después de terminar de combatir, salvas a los derrotados, los rescatas, y cosas así. Y yo estoy gozoso de compartir esos códigos dentro de mi pequeña parcela como marino, por ejemplo ayudando a otro barco con dificultades en medio de la noche. Recuerdo eso como un momento glorioso de mi vida, porque ese día fui marino: actué bien, goberné bien mi barco, mi maniobra fue buena, lo hice bien, todo salió bien, y el tipo me lo agradeció de marino a marino. Eso me hace sentir más orgulloso que cruzar una calle peligrosa en Sarajevo.

—KSB: Yo quiero referirme a esos aspectos morales que parece que hay en el mar. Somos propensos a pensar que hay barcos buenos y hay barcos malos, están esos capitanes que aportan códigos… Hay un tema ahí al hilo de las purgas y represalias que sufrió la armada republicana dentro de la contienda.

—APR: El problema es que la marina republicana no actuó todo lo bien que pudiera haberlo hecho y sufrió varios desastres. Tuvo momentos como el hundimiento del Baleares, pero en general tuvo poco peso y no fue muy brillante. Antes de la guerra la mayoría eran muy de izquierdas y muy a la soviética, y asesinaron a varios oficiales conservadores, religiosos o de derechas en los primeros meses de la guerra. Además, la marina republicana se quedó sin barcos cualificados, al mando de personal ascendido de clases subalternas sin la suficiente cualificación, mientras que en el otro bando sí que había más marinos cualificados, y por eso la marina nacional tuvo más peso en la guerra. Pero quien haya navegado sabrá a lo que me refiero ahora: tu barco es lo mejor del mundo, aunque sea feo, torpe, ruinoso, oxidado, haga agua o resulte una pesadilla. Es el tuyo, y eso crea vínculos muy singulares. Antes Marta dijo que un barco era una democracia, pero eso no es así, por una razón fundamental: a menudo hay que tomar decisiones gravísimas en momentos críticos, así que no puedes empezar a preguntar «a ver qué os parece esto». Yo navegando he tenido momentos muy duros, y jamás he consultado con nadie: yo soy el capitán y soy el responsable de vidas y bienes a bordo —primero las vidas, luego los bienes y luego el barco—. Hay un caso que ya puedo contar, porque mi padre ya ha muerto, de un amigo suyo, Agustín de la Guerra, de la vieja escuela, muy bruto y muy de piñón fijo, pero magnífico y valiente marino, aunque insoportable en tierra, a quien un día en los años 50 el mayordomo de su barco, que estaba algo bebido, se salió de tono al hablarle. Y él lo agarró, lo sacó del puente, lo tiró por la escalera del puente y el mayordomo se rompió una pierna. El mayordomo lo llevó ante un tribunal —de marinos, no civil— y el capitán reconoció los hechos, pero afirmando que el mayordomo había tenido suerte, porque un siglo antes hubiera sido colgado de algún palo del barco.

"Él nunca ha seducido a nadie de manera violenta. Se pone delante y sonríe. El tipo de mujer entre el que Falcó se mueve es sensible a ese tipo de actitudes."

—MF: Yo quiero referirme a dos de mis partes favoritas, el sexo y el humor, que se unen en esta reflexión de Falcó: «El análisis excesivo de las cosas acababa por alterarlas, por destruirlas. Empezabas analizando lo de matar y no matar, y morir o seguir vivo, y terminabas buscando profilácticos». Yo tengo una teoría con respecto a este tema, y es que creo que las mujeres cosifican a Falcó, que algunas no están interesadas en absoluto en mantener una relación más allá de disfrutarle. ¿Eres consciente de que Falcó es un objeto sexual?

—APR: ¡Muy bien! Muy bien visto. Ese es el tema. Ese es Falcó, un objeto sexual. Es a él a quien las mujeres codician. Es él el acosado, que no te quepa la menor duda. Es guapo, es elegante, es simpático, es encantador, está en la flor de la vida, atractivo, seductor, pero son ellas las que lo desean. Él simplemente se pone delante, no acosa a nadie. Se pone delante y sonríe, y ellas son las que deciden si dan el paso o no lo dan. Incluso hay una escena en un hotel, con una sirvienta mora, que pensé que me la iban a comparar con Dominique Strauss-Kahn, y que era muy peligrosa, pero también me dije: «¿Y por qué no la voy a contar?». Y lo hice, pero con mucho cuidado, dejando claro que es ella la que por razones diversas se le va poniendo delante hasta que él, que ya iba a marcharse… pues venga. Él nunca ha seducido a nadie de manera violenta. Se pone delante y sonríe. El tipo de mujer entre el que Falcó se mueve es sensible a ese tipo de actitudes. Si Falcó fuera un tipo en plan «qué tal, pequeña, ¿qué haces por aquí?, ¿estudias o trabajas?, toma una copichuela», no tendría nada que rascar con ellas. Ninguna de ellas aceptaría a un tipo así. Por eso me parece muy oportuna tu apreciación. Muy bien.

—MF: Es que los personajes femeninos que haces son muy potentes, muy fuertes.

—KSB: A mí me sorprendió el tipo de humor tan duro y descreído de Falcó, un humor muy negro que se nota más en Eva que en Falcó, incluso en momentos épicos, como el del cabaret.

—APR: Y ahí no interviene Falcó. Se queda apoyado en la barra con una cerveza, mirando.

—KSB: Porque Falcó a veces se ríe, y se ríe malamente.

—APR: Se ríe con el colmillo, como se ríe su autor. Eso sí se lo he prestado yo, esa risa con mala leche, ese humor resignado, fatalista y negro, en algunos momentos de mi vida solamente, claro. Cuando asumes que la vida es una broma de mal gusto y un territorio a menudo grotesco, hay una especie de resignación práctica, de supervivencia. No puedes dejar que tu corazón se destroce con cada tragedia, porque las tragedias son continuas, y además el ser humano, a menudo por estupidez, se busca sus propias tragedias. Yo ya no puedo sentir simpatía por el que de verdad piensa que el Titanic es insumergible, ni por el que piensa que está seguro en el piso 200 de una torre, ni por el que cree que nunca va a pasar nada cuando va a hacerle fotos a un oso o a hacer «tiburoning» mientras llevas un calamar en el culo, y encima se queja porque le muerde. [risas] Y cuando no puedes compartir solidaridad con algunos elementos, pero tampoco vas a escupirles, pues desarrollas este tipo de humor negro como el de Falcó, que sabe que los osos polares son carniceros, que las orcas muerden y que los lobos no son mascotas. Si llorara por todo lo que ha visto, se destrozaría moralmente.

Arturo Pérez-Reverte firmando Eva. Foto: Victoria Iglesias

—MF: La novela lo resume diciendo algo así como: «Para como está el mundo, tampoco es tan mala persona». ¡Y eso que era alguien que venía a matar a Falcó!

—APR: Que una persona quiera matarte está en las reglas. Que una persona sea idiota no está en las reglas. [risas] Son dos cosas distintas. Que me maten por maldad, por lujuria, por avaricia vale, pero por estupidez no. Y vivimos en un mundo en el que se nos quiere obligar socialmente a solidarizarnos con la estupidez. Pongo un ejemplo claro, el de la actriz italiana Pippa Bacca, una «performancera», o como se diga, que decidió demostrar que todo el mundo era bueno, dando la vuelta al mundo haciendo autostop vestida de novia todo el camino. Cuando llegó a Turquía la violaron y la asesinaron. ¿Tú crees que yo puedo ser solidario con eso? Pues no. Lo siento. Me dará mucha pena, lo sentiré por su familia y por ella misma, pero diré que era una gilipollas absoluta, que era tonta del culo, y que murió como tal. O la animalista aquella que fue a los encierros diciendo «bonito, bonito» al toro y se la llevó por delante. Me niego a solidarizarme con la estupidez. Y con Falcó quería hacer precisamente un personaje que se ciscara en todo este tipo de cosas. Quería que le dijeran machista, violento, que lo llamaran de todo. Quería provocar. Porque ese es el mundo real. Falcó existió y sigue existiendo. Los años 30 fueron exactamente así. «Es que en esta novela o película sobre las cruzadas no lucha ninguna mujer». ¿Serás idiota? O Díaz Yanes, que está aquí hoy, y a quien le han reprochado que en la película Oro no haya papeles femeninos en masa. ¡Pues claro, porque hablamos de españoles en América en el siglo XVI! Y eso es Falcó, una afirmación de que el mundo no es el buenismo que tanto abunda ahora. No lo fue y no lo es, porque encima seguimos creyendo que el mundo real es este en el que vivimos ahora, y no lo es: es ficticio, irreal y privilegiado. Es estupendo, sí, porque es la parte buena del mundo, pero lo real se llama Mosul, Sierra Leona, Etiopía, Somalia, y eso el autor de Falcó lo sabe porque estuvo allí mucho tiempo. Además, a los críos los estamos educando para un mundo que no tiene nada que ver con la realidad. Nos estamos quedando en un mundo de lobitos buenos y de ositos de peluche, y cuando el mundo real llega, y siempre llega, cuando la torre se cae, el barco se hunde y el lobo hambriento baja al llano a comer, los chicos ya no están preparados para eso. Una vez escribí sobre una fiesta de un colegio donde se decidió que los niños iban a ir todos de piratas, pero que no trajeran sables ni pistolas. ¿Por qué? «Porque son piratas buenos». [risas] Además, es que tampoco se trata de convertir a los niños en lobos, sino de enseñarles que los lobos existen, y a pelear con ellos.

—PR: No hay mejor manera de terminar, entonces. Falcó es la reivindicación del mundo real.

—APR: Exactamente. En abril saldrá una novela nueva que no es de Falcó, condensada y corta, muy diferente, y para mí muy interesante, que a Pilar le ha gustado mucho, y que tiene que ver con todo esto que estamos hablando del mundo real.

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