Hace unos meses, a punto de cumplir treinta años en el sector, me planteé por primera vez liderar un proyecto editorial propio. Hoy, con la publicación de las dos primeras novedades de Arzalia Ediciones (el muy singular Sáhara español. El último reemplazo de Xavier Gassió y la sorprendente La monja bastarda de Marta Banús), se hace realidad esa visión. Por tanto no fue, como se suele decir, “un sueño largamente incubado” ni nada por el estilo, sino más bien un ensueño inesperado y satisfecho.
Mi intención es que Arzalia Ediciones gire en torno a la historia, en la doble vertiente de ensayo histórico y de novela de ese género. Me decanté por este nicho recordando un consejo que me dio hace años un periodista cultural y viejo amigo (Sergio Vila-Sanjuán) animándome a centrar la oferta de novedades en una temática limitada, algo que puede dar carácter a la propuesta, y además ayudar al librero y al lector a identificarla, quizás incluso a apreciarla pronto.
Ha costado pero, por fin, me he decidido. Espero que Sergio tuviera razón y que esté en puertas de crear una editorial relevante en su catálogo. Y que la especialización contribuya a lograr sus objetivos.
Desde que anuncié mi intención de fundar Arzalia, he recibido muchos mensajes de colegas, la mayoría hablando de la supuesta valentía, que roza la locura, que para ellos supone intentar un proyecto así, como si plantearse “construir” una editorial en estos momentos fuera motivo de incapacitación judicial. Y aquí, de nuevo, me remito a otro amigo y editor con solera, Gonzalo Pontón, que fundó su muy prestigiosa Editorial Crítica en 1976. Hace poco, al preguntarle por la oportunidad de crear un sello nuevo a la altura de 2017, me dijo: “Yo he sido responsable de cincuenta planes editoriales [uno por año] y ninguno ha sido fácil a priori”. He de decir que se trata del comentario más alentador que he recibido en estos meses de gestación de Arzalia. No, no es fácil hacer un plan editorial y sacarlo adelante. Año tras año. No lo fue entonces, en los años 70, 80, 90… del pasado siglo, ni lo es ahora. Pero esa lucha forma parte también de la recompensa que para mí supone trabajar en este oficio.
Por tanto, ahí están los dos elementos principales que me han motivado: fundar una editorial hoy, sí, aunque ya sé que nunca ha sido fácil ni lo será; y publicar libros de historia, porque una vez decidido a especializarme, esa rama del conocimiento es la que puedo conducir mejor y por la que siento una sensibilidad especial.
No he creado Arzalia Ediciones pensando que existe un hueco editorial que hay que cubrir de forma perentoria. En España hay grandes sellos de historia, con perfiles y personalidades distintos, de modo que un aficionado al género (o incluso un especialista) puede tener acceso en su idioma a una enorme variedad de textos, generalmente bien traducidos y editados, y a un precio asequible. Sin embargo, sí creo que puedo aportar algo propio, lo que llamo “inventar libros” que consiste en soñar un libro acabado, a veces hasta sus últimos detalles, proponérselo al que considero que es el autor adecuado y cruzar los dedos para que acepte el encargo y lo lleve a buen puerto.
La afirmación anterior puede considerarse polémica por varios motivos y requiere dos aclaraciones. La primera es que un libro de encargo no desmerece frente a otro pensado por el propio autor, aunque en España lo primero goce de un inexplicable desprestigio. ¿Qué importa de quién sea la idea, siempre que resulte interesante…?
En segundo lugar, idear libros es algo que en el fondo hacemos todos los editores, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Cuando el autor hace suya la idea, se apropia para siempre del libro, no solo legalmente (por supuesto), sino en todos los demás aspectos. Y eso es algo bueno, que a todos nos hace felices y que forma parte de la magia del trabajo colectivo que es, en el fondo, crear libros.
Me gustaría que Arzalia Ediciones cumpliera, como mínimo, diez años y que, llegados a ese punto, tuviera un centenar y medio de títulos, ensayos y novelas, obras ilustradas y pequeños volúmenes singulares, algunas recuperaciones emblemáticas y, casi, necesarias y, por supuesto, una decena de bestsellers, así como veinte o treinta longsellers (algunos podrían pertenecer a ambas categorías, ya puestos…). Todo ello adornado por el favor del público, en forma de interés por las novedades, y de un buen porcentaje de comentarios positivos por parte de los medios de comunicación.
Nada más y nada menos…
Sí.
Pero es que en eso consiste el trabajo y el placer de editar libros: en soñar.
A lo grande.
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