Las recopilaciones de cuentos generacionales es ya un formato clásico de inestimable valor. Sean temáticas o generales, sirven para dar una muestra clara de lo que ha pasado, de lo que está pasando o de lo que pasará en un futuro inmediato.
Asalto a Oz, publicado ahora por la editorial Dos Bigotes, reúne quince cuentos de la nueva narrativa queer. Es decir, quince cuentos de autores jóvenes (la menor, Elizabeth Duval, nació en el 2000, y la mayor de todos, Alana Portero, tiene cuarenta y un años) que se integran en la realidad LGTBI de nuestro tiempo.
Vaya por delante que el volumen cumple a la perfección su empeño. No sé si hay ausencias significativas, pero el panorama que Asalto a Oz refleja es diverso y sin duda sirve como retrato de época.
Hace unos años, al principio de su andadura, Dos Bigotes publicó una antología de relatos titulada Lo que no tiene nombre, en la que tuve la ocasión de participar yo mismo. Aquella antología no tenía una voluntad generacional, pero reunía a autores ya veteranos en la literatura, salvo el caso de Álvaro Domínguez, que debutaba allí y que repite en Asalto a Oz.
Resulta curioso mirar ambas antologías en perspectiva y sacar algunas conclusiones de la comparación.
- Como se había anunciado reiteradamente, se ha producido una evolución radical en la mirada literaria queer: la homosexualidad no es ya en la mayoría de los casos el tema, sino el paisaje. Es decir, la identidad sexual deja de ser conflictiva o problemática, y se convierte en un rasgo más —a veces literalmente— de los personajes.
- Lo dicho anteriormente no vale para la transexualidad, que aparece de lleno en la literatura y que, ella sí, sigue derivando todavía en un conflicto, de forma muy parecida a como lo era hace dos o tres décadas la homosexualidad: el entorno social no permite al individuo vivir su identidad con naturalidad y le obliga a desenvolverse en laberintos personales.
- La igualdad de género ha llegado con plenitud a la literatura LGTBI, aunque todavía no hay paridad total. Las mujeres —cis o trans— son seis y los hombres —cis o trans— son nueve. Esa sólida presencia femenina, en continuo ascenso, supone constatación de una realidad luminosa.
- Paradójicamente, el humor se disuelve o se esfuma. El conflicto existencial sustituye al conflicto sexual y todo se vuelve grave, severo. Evidentemente, hay cuentos en la antología —sobre todo en el último tercio— en los que la distancia entre el autor y su materia narrativa es mayor, y su registro, por tanto, es menos solemne, o incluso anti solemne. Pero resulta indiscutible, a mi juicio, que esta nueva generación es de momento más intensa que las anteriores.
- Gana mucho terreno —y este rasgo lo comparten con la literatura general de nuestro tiempo— el cuento lírico o el cuento reflexivo frente al cuento narrativo. La gran veta del relato breve borgiano, que durante décadas fue el ejemplo a seguir, se ha agotado. Los autores prefieren la especulación intelectual, la búsqueda interior o la indagación literaria a la construcción de un artefacto narrativo semejante a una bomba que explota.
- A esta generación —esta época— se la recordará por intentar romper el binarismo de género, o por reflexionar acerca de ello (pues algunos autores, como Vicente Monroy, defienden postulados más clásicos). En la mayoría de los relatos aparece esa búsqueda de lo múltiple, de lo diverso y de lo no marcado. Son cuentos útiles para tratar de entender el cruce de guerras culturales que están viviéndose en este ámbito en nuestro tiempo, con esa obsesión desclasificadora que se convierte paradójicamente en hiper clasificadora.
Podrían hacerse más anotaciones de conjunto, porque una de las cosas que quedan claras en Asalto a Oz (y en cualquier antología generacional, aun cuando a primera vista parezca lo contrario) es que los autores comparten tiempo y espacio; comparten sensibilidades, temas, referencias históricas y marcas vitales. Desde la precariedad —o las precariedades— hasta los fantasmas son paisajes que puntean estos cuentos.
Los autores invitados a formar parte de antologías como esta suelen tomarse el encargo con distinta seriedad. Algunos lo hacen con prisa o en mitad del caos —como humorísticamente cuenta Pablo Herrán de Viu en su relato— y otros se conforman con la vanidad de figurar, sin mayor esfuerzo. Una de las cosas que debe alabarse de Asalto a Oz, sin embargo, es el rigor con el todos los autores se han tomado el encargo. Ninguno de los relatos parece ser un mero trámite literario. La calidad, por supuesto, es desigual, como ocurre en cualquier libro de relatos, pero los quince autores se empeñan en mostrar su mundo con toda la tenacidad que se le puede exigir a un escritor.
Ya conocía en mayor o menor medida las literaturas de Ángelo Néstore, Aixa de la Cruz, Vicente Monroy, Gema Nieto, Álvaro Domínguez, Pablo Herrán de Viu y Óscar Espirita, y todos ellos ratifican aquí sus méritos. Cabe destacar la orfebrería sentimental de Gema Nieto, la inteligencia estética de Monroy, la rabia sosegada de Espirita y la capacidad narrativa de Domínguez y Herrán de Viu.
Del resto de los autores nunca había leído nada, y quiero señalar algunos descubrimientos (inevitablemente cribados por mi subjetividad). Alana Portero tiene un sonido y un talento para los diálogos poco común. Miriam Beizana Vigo habla en voz muy baja del dolor y de la identidad. Y Rodrigo García Marina deslumbra con su brutalidad expresiva (en él hay un escritor-nitroglicerina), aunque el exceso acaba lastrando un poco su relato.
Asalto a Oz es un libro de lectura imprescindible para quienes quieran conocer el universo LGTBI de nuestros días. A Dorothy Gale, que llena la portada, le habría encantado entrar en Oz en tan buena compañía.
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Autor: Varios. Título: Asalto a Oz. Editorial: Dos bigotes. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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