Zenda reproduce a continuación el poema de Hasel-Paris Álvarez Martín.
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ASÍ MURIÓ UN BARRENDERO
El día final de su vida
fue otro día de trabajo.
Sobre su cuerpo pesaban
ya más de sesenta años.
Arrastra las perrerías
de la “crisis 2008”
en la que su frutería
tuvo que echar el cerrojo.
Por los mismos derroteros,
ya en la década presente,
lo echaron siendo cajero
con despido improcedente.
Ahora hace las horas extra
de limpiar lo del Orgullo.
La Humildad obrera llega,
callando, tras el barullo.
Por amor a un compañero
se pide el turno de tarde,
barriendo asfalto y un suelo
tan caliente que le arde.
Ya las horas suman tres
pero aguanta por su vida:
tiene un contrato de un mes
y teme que lo despidan.
Ahogado por el calor
solo tiene un pensamiento:
si en casa faltase yo,
les falta todo el sustento.
Mira al cielo, pide a Dios
y luego sigue barriendo.
Cuarenta y dos grados marca
la placa al lado del metro.
Cuarenta y uno en su frente
cuando encontraron el cuerpo.
Yacía solo, olvidado.
Un lugar superpoblado
donde o miran sus pantallas
o bien miran a otro lado.
Fue el día de su aniversario
(veintidós años casado),
que quedará sin festejo
ni vigésimo-tercero.
Se marchó dejando atrás
dos hijos y cuatro hermanos
y millones de españoles
que no deben olvidarlo.
Así murió un barrendero
pero podría haber sido
repartidor, jornalero,
o tú mismo, o un conocido,
o un mendigo sin dinero
al que llamen “mantenido”.
Así murió un extremeño,
que también podría ser
un andaluz o un gallego
o alguno del extranjero,
de Ecuador o marroquí,
pero en todo caso un alma
que, en una inercia febril,
fue robada de su pueblo
para matarla en Madrid.
¿Qué será ese artefacto,
de quién la invisible mano
que a los nadie desparrama
como a mierda en la calzada?
Nos lo explica un progresista:
ha sido el cambio climático
y un global calentamiento
lo que acabó con su vida
y se llevó al barrendero.
Que habrá que bajar los grados
del aire acondicionado,
que la abuela pase frío
y calor en el verano,
que los niños coman menos
-alimentos procesados-
y que no cojas el coche
ni para ir al trabajo.
Que entre todos lo matamos
por ser tan contaminantes.
Pero yo tengo mis dudas,
porque recuerdo de antes
otras tantas sepulturas
de accidentes laborales,
donde caen siempre los mismos,
con buen tiempo o nieve o truene
o con lluvias torrenciales.
Y lo digo sin lirismos:
las causas diferenciales
de quienes viven o mueren,
¿serán las del termostato,
o más bien las marca el dato
que haya en su cuenta corriente?
¿Cuándo ha visto alguien a un rico
asfixiado en el asfalto
-a no ser que ya de anciano
sus desaprensivos hijos
lo dejen abandonado
porque nunca los amó
como amó su negociado-?
¿No será que son los pobres,
los humildes, los de abajo,
quienes más lo sufren todo,
sea como quieran llamarlo:
lo del clima, la pandemia,
el racismo, el patriarcado
y todo palabro que inventen
para no mentar al diablo?
Yo creo, en fin, que hay culpables,
y más allá del carbono,
hay distancias bien palpables
entre obreros y patronos.
Más allá del efecto invernadero
se abre entre los hombres un abismo
que es señal del enemigo verdadero:
se llama “capitalismo”.
No es un agujero en la capa
de ozono de nuestro planeta,
sino un agujero en el alma
y es la Séptima Trompeta.
No nos mata el mes de Junio,
ni mata el hermano Sol,
ni la ola de calor,
ni nada puesto por Dios
aquí en esta Creación.
Solo mata lo que no es
de Dios sino que es del diablo:
el lucro y el interés
y el libre, libre Mercado.
Mata un sistema que pone
-Urbaser, en este caso-
lo público en manos privadas
para las cuales las vidas
del pobre no valen nada.
Además después se vende
lo privado al extranjero:
ahora Urbaser es yanki
y fue de China primero,
que es más o menos lo mismo.
Más que un golpe de calor,
un golpe de globalismo.
Mata un sistema que pone
el ahorro en el centro de éste
y equipa a sus barrenderos
con un grueso poliéster.
Mata un sistema que busca
el contrato más precario,
el mayor riesgo en el peor horario,
el máximo beneficio del menor salario,
que no les moleste Inspección,
y retrasar, si es posible,
la edad de jubilación.
Toda esta es la basura
de este mundo y de sus dueños.
Toda esta es la porquería
que contamina los sueños.
Juremos en este día
que seremos barrenderos.
Los barreremos, confía,
todos somos barrenderos.
Parece un rap escrito por un adolescente de 13 años que consume Jordi Wild y tantos otros negacionistas de extrema derecha. A nadie se le escapa de qué pie calza el orangután de París.