Trato de recordar el momento en que leí por primera vez los álbumes de Astérix. Recuerdo que me absorbían, que me metía en ellos intensamente y que me olvidaba del mundo circundante. Quizá no he vuelto a leer así, con esa pasión, con esa “eficacia”… En realidad he leído con esa pasión y aún mayor, pero de forma diferente, recapacito.
Aquellos eran más o menos los tiempos en que leí Tintín. De los dos personajes prácticamente lo leí todo, pero siempre he pensado que me gustaba más Tintín. Los dos me hicieron muy feliz, a mí y a muchos niños. Astérix y Tintín eran muy diferentes pero los dos tenían la capacidad de llenar de literatura y de aventura al niño que era yo. Además, ambos sentaron las bases de lecturas más ambiciosas que vinieron después.
Ahora los leo, como diría García Márquez, “con el destornillador”, es decir, como escritor, no sólo como lector, tratando de revivir, de traer al presente al niño que fui, un niño que sin embargo recuerdo muy bien y que procuro que sea siempre mi primer y mejor consejero.
También leo estos libros siendo muy consciente de que quiero escribir un artículo sobre ellos.
¿Qué apreciaba entonces y qué aprecio ahora? Hoy valoro mucho el dibujo, la documentación, el conocimiento histórico que llevan dentro.
Hoy valoro más lo que no es la historia. Más la artesanía por encima del arte, aunque fueran ambos los que me hechizaron cuando era niño.
Recuerdo que estos libros me gustaban mucho, que me divertían mucho. Me siguen gustando y divirtiendo ahora. Con matices diferentes, eso es cierto. Ahora veo en ellos detalles que no veía antes, y seguramente he dejado de ver otros que antes veía con nitidez.
Tengo casi todos los álbumes —yo creía que todos, pero me faltan algunos— en mi casa de Galicia. Pensé que era buena idea, ya que tenía tanto material, hacer un artículo mientras pasaba mi verano en Pontedeume. Pero no me ha dado tiempo a terminar mi texto. He vuelto a Madrid y he decidido meter en una caja, junto a ejemplares de mi nuevo libro, Conversaciones del siglo XXI, algunos álbumes de Astérix para rematar mi artículo aquí en Madrid.
Ahora estoy pensando comprar algunos que me quedan, como Astérix y Cleopatra, que me prestaron en su momento y que leí, pero hoy no tengo, o La travesía de Astérix, que ni tengo ni he leído, aunque el título sí que lo conocía, incluso la portada.
Astérix, como Tintín, es una felicidad. Volver a Astérix es volver a un pasado feliz, retomarlo, revitalizarlo, volver al niño que fuimos, al niño que lo leía maravillado, absorto, de sorpresa en sorpresa, por primera vez. Haciendo suyas las aventuras de los galos. Ese niño yo sé muy bien que sigue vivo en mí. Yo soy ese niño, con más años, crecido, pero sigo siendo el que era. Con más años y lecturas. Además, mientras pasaban los años este niño se doctoró con una tesis sobre Literatura y escribió muchos libros.
Mientras preparo este artículo recuerdo La infancia recuperada, de Fernando Savater. Para mí Astérix significa “la infancia recuperada” desde luego. Lo que siento volviendo a leer Astérix es precisamente lo que cuenta Savater en su precioso libro, o lo que yo recuerdo de él, porque lo leí hace ya muchos años. Pero aunque hayan pasado tantos años la esencia de ese libro la recuerdo bien. Me acuerdo que ya me la explicaba Víctor Ruiz en sus clases de Bachillerato y COU en el CEU de Montepríncipe, en una época que parece otro mundo pero es el mismo que éste, en mi caso, en este caso, el mundo de los grandes libros, de las grandes historias que nos han hecho felices. Ése era el tema también de La infancia recuperada, y cómo volviendo a esos libros volvíamos al momento en que los leímos, a nuestra infancia. Esto se cumple maravillosamente con Astérix. También con Tintín. Ambos, con todos los grandes personajes que los acompañan, y con sus creadores, fueron los amigos y compañeros de mi infancia. Muchos podrán decir lo mismo.
Estos libros de Astérix están cuidadísimos, pero al mismo tiempo transmiten la sensación de que están hechos sin mucho esfuerzo. Son libros artesanales, pero tienen una fuerte chispa artística.
Son muchos. Que yo recuerde están hechos periódicamente, uno detrás de otro, con una fuerte lógica comercial. No recuerdo con qué periodicidad los publicaban, pero sí que cada álbum era un acontecimiento, sobre todo un acontecimiento social, popular, internacional. También recuerdo que los vendían muchísimo. Hace poco leí que habían vendido ya más de 300 millones de libros, quizá 350 millones. Puede que sea una cifra exagerada, pero en cualquier caso habrán vendido muchos, muchísimos.
Hace unos años un amigo de la infancia, Javier Blanco, me contó una anécdota maravillosa, al menos para mí. Este amigo me había invitado a su cumpleaños. No creo que tuviéramos más de doce años. Me contó que ya en su casa todos ellos, mis compañeros, se habían ido a jugar al fútbol, y que yo me había quedado leyendo un Astérix, solo, solo con el libro. Ya había encontrado mi tesoro. Me pareció una anécdota enormemente reveladora de lo que era yo, sobre todo cómo era de niño. A mí me gustaba el deporte, aunque no jugaba al fútbol en el colegio. Jugaba mucho al tenis en casa, y tenía profesores de tenis. También me gustaban los libros y los juegos de ordenador, de los que llegué a abusar (supongo que también he abusado de los libros).
Respecto al tenis también he de decir que durante unos años fue lo que más me gustó, y que entonces me hubiera gustado ser jugador de tenis de mayor. Al menos llegué a ser, durante un tiempo profesor de tenis, alrededor de la veintena. Todavía hoy cuando veo jugar a Nadal, a Alcaraz y a otros profesionales fantaseo con la idea de cómo me hubiera ido de haberme convertido en jugador de tenis. Pero lo cierto es que ni lo intenté. Con naturalidad ese deseo se evaporó, aunque continué jugando. Estaba claro que no era mi vocación, porque al cabo de tantos años, en cambio, nunca he dejado de escribir, de leer y de escribir, y esa esencia, ese alma ha presidido mi vida, generosamente debo decir, porque siempre ha permitido que yo fuera más cosas aparte de escritor: persona, hombre, hijo, amigo…
Recuerdo que también me gustaba, en los recreos, mientras mis compañeros jugaban al fútbol, pasear y hablar con algún otro amigo, sobre todo Luis Cabranes —que ha sido íntimo hasta hoy—. También me gustaba ir a la biblioteca del colegio, los días de lluvia, mágicos días de lluvia, mágica biblioteca, hermosos libros, siempre hermosos, con otro amigo, Carlos Díez, o solo. Recuerdo, por ejemplo, cómo leíamos historias de fantasmas.
Quizá por todo ello no asocio la idea de literatura, libros, lectura, escritura… con la soledad. Sí con la soledad elegida y gozada. Pero también relación con muchos amigos, desde que era niño, amigos con los que compartir la dicha de los libros, hasta hoy, hasta ayer, por ejemplo, que quedé con Luis Alberto de Cuenca para entregarle unos ejemplares de mi último libro, precisamente un libro de entrevistas, de conversaciones, de diálogos. De vida.
Quizás, don Eduardo, el título del artículo debería haber sido «El niño que somos», porque creo que muchos de nosotros lo llevamos dentro. Creo que hay que seguir siendo niño o intentarlo. Yo sigo leyendo cada nueva edición de un nuevo capítulo de estos héroes tan poco convencionales y con una fina inteligencia.
Desde que mis hijas eran pequeñas, hace otra vida de esto, inauguré la costumbre de ir comprándoles cada nuevo capítulo que aparecía. Y sigo haciéndolo aunque son adultas. Y siguen leyéndolos.
Siempre he pensado que realmente estas historias gráficas deberían haberse escrito aquí, en España. Fue aquí donde la resistencia de cántabros y astures, la cornisa cantábrica, resistió al poderío del Imperio Romano, donde realmente se podía haber ubicado esa aldea gala y donde la existencia de brujas, meigas y brujos podían haber cocido la pócima mágica. Pero también siempre he pensado que no tenemos costumbre de ponderar nuestras propias hazañas y que tendemos más, en general, a la denigración de nuestros hechos.
Excelente artículo que he leído con agrado, que me ha hecho evocar recuerdos gratos, con los que he rememorado con nostalgia el ansia en los hojos de la niñez por descubrir bajo las duras tapas una nueva aventura.
Muy bonito su comentario, muchas gracias por escribirlo. Acertó en el posible título «Astérix, el niño que somos», porque estuve a punto de titularlo así. Pero pensé que no se entendería. Pero yo estoy muy de acuerdo con usted: ese niño sigue vivo, seguimos siendo ese niño, y cuando volvemos a «Astérix» y a otros libros, nos damos cuenta de ello.
Gracias por su respuesta, muy amable.
Saludos cordiales.