Un gato que se llama Labes (desastre, debacle, falta, error, defecto, deshonor) no puede presagiar nada bueno.
Cuando después de muchos años Vanda, su dueña, descubre el significado en latín del nombre con el que su marido bautizó a la mascota, se siente burlada y destruida.
Piensa que Aldo ha extendido la desgracia en su casa con la misma ligereza con la que años atrás eligió ese nombre para ser pronunciado una y otra vez por cada miembro de la familia.
Esta anécdota acerca del nombre del gato pasaría inadvertida en una novela de tanta intensidad emocional —magistralmente resuelta, por cierto—, si no fuera porque a la altura de la historia en la que aparece, el lector ya está dentro de esa casa, en ese salón, temblando y mascando la tensión junto a esa pareja de ancianos, devastados y cansados de no amarse bien.
Ataduras es la historia de la descomposición de cualquier fotografía familiar.
El AMOR —de Aldo y Vanda en los primeros años de su matrimonio, el de los hijos, Sandro y Anna—, acaba diluyéndose en recriminaciones y situaciones asfixiantes que fosilizan a sus protagonistas. Domenico Starnone es un maestro en el arte de la inmersión. Te atrapa en su narración del mismo modo que los protagonistas parecen estar sometidos a ellos mismos.
—Ya no recuerdo nada de nosotros. (dice Vanda)
—¿De nosotros cuándo? (pregunta Aldo)
—De siempre, desde que nos conocimos hasta hoy, hasta que me muera.
Después de casarse y tener dos hijos, Aldo se enamora de Lidia, una mujer que representa la libertad y la realización personal.
Movido por un deseo que no puede ni quiere reprimir, abandona a su familia para vivir una aventura que se consolida durante unos años.
Vanda se convierte en una mujer herida y pelea con una dureza inusitada. Aldo apenas reacciona a los envites de su esposa. Nos adentramos en una especie de ring de boxeo donde no se puede hacer otra cosa que bailar con el adversario.
Starnone disecciona con aparente sencillez toda una geografía de gestos y pensamientos desafiantes que nos llevan a preguntarnos por qué esa pareja se mantiene atada.
“Pensé en la persona que ahora dormía en mi cuarto, la persona que desde hacía cincuenta años era mi mujer. No me constaba que de verdad hubiese sido como aparecía en esas imágenes (Aldo repasa unas fotografías de juventud) ¿Por qué? ¿La había mirado distraídamente desde el primer encuentro? ¿Cuánto de ella había dejado en el rabillo del ojo sin prestarle atención?”.
Nadie sale impune en esta historia: ni el matrimonio, ni la amante, ni siquiera los hijos perplejos que crecen atenazados por el rencor de su madre y la incapacidad del padre.
No importa que las voces se intercambien, que empecemos adentrándonos en la vida de este matrimonio siguiendo los pensamientos de Vanda, que continuemos con Aldo y acabemos con los hijos. Lo que importa, tal vez, es que la realidad se evidencia demasiado pesada si no aportamos algo de compasión, y que el amor no es un algodón de azúcar que se pega al paladar. ¿Cuántas veces lo hemos llamado amor cuando era una atadura?
Lean ustedes esta novela, por favor, y mientras lo hacen miren a su alrededor e indaguen en sus parejas, en las fotografías que guardan de sus parejas, su vida en común. Intenten reconocer a la persona que tienen al lado. Vuelvan a mirarse con otros ojos y díganme si no pondrían entonces a su gato el nombre de Labes.
Espero que no.
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Autor: Domenico Starnone. Título: Ataduras. Editorial: Lumen. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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