Dos días llevaba Sherlock Holmes con un carácter desquiciado, no hacía más que dar vueltas y vueltas por la sala de estar vaciando el contenido de todos los cajones en el suelo como si buscara algo de una importancia capital. Por fin se decidió a decirle a su amigo con sumo tacto: «Oiga Watson, ¿no habrá usted cogido involuntariamente un documento con el sello en tinta roja de “Altamente Confidencial” del Foreing Office que yo dejé sobre mi mesa de trabajo?».
Watson le contestó con un no rotundo y él llamó a la señora Hudson y al botones Billy para hacerles la misma pregunta y obtuvo idéntica respuesta. «Pues alguien ha tenido que cogerlo —insistió— y su extravío o quizá robo nos pone a Mycroft y a mí en un serio compromiso diplomático. ¿No habrá recibido usted, Watson, alguna visita en mi ausencia?»
Y entonces a Watson no le quedó más remedio que repetirle lo que ya le había dicho el día que tuvo la entrevista con el vecino y amigo de su hermano que vino desde San Francisco por negocios y al objeto de traerle algunos objetos personales de Henry.
—¿Y ese individuo se quedó en algún momento solo en la sala de estar? —preguntó el detective.
Watson le respondió que ya habían hablado en su momento de ello y le mostró el reloj de oro con las iniciales de su hermano, el diario escrito de su puño y letra y algunos papeles de carácter sentimental de cuando eran niños, después la señora Hudson les sirvió un té y Atiliery Ortega se despidió afectuosamente, y se marchó.
—¿Atiliery Ortega ha dicho usted? Este asunto tiene la impronta de Moriarty.
—Sí, eso es lo que he dicho —respondió Watson— y el hombre que vino a visitarme parecía bastante sincero y responsable.
Sin hacerle mucho caso, Holmes consultó su archivo personal. Cuando el detective no encontraba algo se ponía muy impertinente y Watson le daba gracias a Dios por la paciencia de la que hizo gala ese día y en ese momento. Pero pensó que el asunto era injusto ya que mediaba una persona honrada que le había traído las últimas noticias de la muerte de su hermano y se sentía sumamente incómodo, y no sabía qué hacer. Hasta el Times temblaba ligeramente en sus manos y no lograba centrarse en su lectura
—Watson, ¿le importa volverme a mostrar el reloj y el diario que el visitante le entregó como pertenecientes a su hermano?
Aquello empezaba a sobrepasar el límite, pero Watson hizo lo que Holmes le pedía y el detective se puso a inspeccionar detenidamente ambos objetos. Utilizó una potente lupa, una «Piedra de Toque» y una gota de ácido nítrico para verificar la calidad del oro del reloj familiar. El diario no lo inspeccionó, cosa que Watson le agradeció sinceramente pues aquel era un documento demasiado personal.
En ese momento llamaron a la puerta y el botones anunció:
—Un caballero de aspecto norteamericano quiere hablar un momento con el señor Watson y devolverle un documento que el otro día se llevó por error en su maletín.
Holmes y Watson se observaron con una mirada cómplice mientras Holmes se preparaba para cualquier eventualidad y le decía a Billy: «Que hiciera pasar, por favor, a ese caballero».
De nuevo se repitió la escena de dos días antes y Atiliery Ortega se acercó a estrechar la mano de Watson quien aprovechó la ocasión para presentárselo a Holmes.
—¿Es usted el famoso detective de quien tanto hablan los periódicos? —preguntó.
—Quizá hablen demasiado —respondió Holmes de una forma algo brusca.
—El otro día visité al señor Watson para entregarle algunos objetos personales, cartas de contenido íntimo y algunos papeles que pertenecieron a su hermano. El hecho es que, de una forma involuntaria, al cerrar mi maletín introduje en su interior un documento cuya pérdida puede ocasionar serias complicaciones a dos gobiernos. Vengo a devolvérselo con mis más sinceras disculpas.
Holmes no sabía qué decir y se acercó para estrechar la mano del visitante.
—Quizá un documento de tal importancia —añadió Atiliery Ortega— no debía permanecer encima de un sillón, aunque, sin duda alguna, la culpa es del todo mía.
—Lamento contradecirle —dijo Holmes—y le ruego que se quede con nosotros a tomar el té chino que, según Watson, tanto elogió en su visita anterior.
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