Tan fragmentario como su sintaxis de frases cortas y yuxtapuestas y tan disperso como las fotografías que van apareciendo diseminadas en su páginas, Derivas es, ante todo, un libro honesto y coherente con sus intenciones, evidentes desde su propio título y aclaradas, quizá de manera un tanto reiterativa, en más de un pasaje de la novela.
«El presente era un problema para mí. Y aun así quería que mi novela, si es que eso es lo que era, girase en torno al tiempo y su problema.»
Son prolijas las afirmaciones en esa misma línea («Mi deseo es escribir una novela que contenga la energía del pensamiento», «Derivas es mi fantasía de escribir unas memorias sobre la nada»), con las que nos invita a embarcarnos en un viaje narrativo donde lo que no se escribe —y, por tanto, lo que no se dice— debería ser tan importante como lo que sí se expresa. Sin embargo, las prolíficas referencias literarias y el peso de esa primera persona que lo ve, analiza, piensa y comenta todo llega a ahogar esos silencios desde una autoconsciencia que, en ocasiones, lastra la lectura, al situarnos, una y otra vez, frente a reflexiones similares.
Construida en un presente que busca ser inmediato y veraz, Derivas está salpicada de preguntas y reflexiones metaliterarias que plantean cuestiones tan dispares como la coexistencia de lenguajes y soportes («¿Puede una obra literaria contener la energía de internet, su naturaleza dispersa?») o como la mentira que, inevitablemente, entraña la construcción de la casualidad en los textos narrativos:
«Más tarde mi editor leerá este pasaje y querrá saber por qué exactamente se masturba la narradora. ¿Es para aliviar el exceso de creatividad, porque tiene tiempo o…? La verdad es que no sé qué decir. Se masturba porque sí.»
La capacidad de Zambreno para plasmar la ansiedad, los vacíos y las dudas del oficio literario constituye uno de los puentes fuertes de esta novela directa y desmitificadora en la que, además, asistimos a un doble nacimiento: el del libro que estamos leyendo y también el del bebé que descubriremos que está esperando. Un embarazo que nos describirá con la misma mirada analítica y desnuda con que comparte sus inquietudes creativas:
«¿Podría leerse La metamorfosis de Kafka como una alegoría del embarazo: un cuerpo que de repente se vuelve extraño, las náuseas, la pequeña tripa dura, solo poder dormir bocarriba?»
Kafka, Sontag, Melville, Durero, Munch, Vardá y, por supuesto, Rilke —cuya presencia acaba convirtiéndose en uno de los hilos que cohesionan la novela— son solo algunos de los nombres del vasto catálogo de referencias culturales que se asoman a estas páginas y en las que su autora busca un espejo donde mirar su trabajo, que choca a cada paso con la realidad que la rodea («¿Qué me impide escribir este libro?», se pregunta), enfrentando obstáculos tan diversos como los plazos editoriales, la procrastinación, las exigencias académicas, la falta de inspiración o la sobredosis catastrofista de la actualidad:
«Parece imposible salir de la cama, paralizada por todas las noticias. Los horrores se acumulan y no hay forma de filtrarlos. Titular: el coste emocional de un ciclo violento de noticias.»
Descreída y pesimista, solo la presencia de los animales —como su perro Genet— o ciertos pasajes irónicos rompen con ese «coste emocional» que también nos exige este libro. Y quizá esa mirada un tanto monocorde sea otro de los aspectos áridos de una obra que pretende captar el presente y donde la narración parece encontrar únicamente la gravedad de dicho presente, quizá porque, como afirma la misma narradora, ahí es donde cree ver su naturaleza más literaria:
«Y, sin embargo, hay una belleza intensa, si me permito estar presente en mi tristeza.»
En medio de esta continua yuxtaposición voluntariamente caótica de impresiones o, como los designa la propia Zambreno, de «bocetos de animales y paisajes», destacan los dibujos de situaciones y personajes cotidianos, descritos desde una perspectiva que aúna la empatía con la extrañeza y en la que se puede adivinar la influencia de autoras como Annie Ernaux:
«A veces, cuando miro a desconocidos dormidos en el tren o me fijo en sus uñas quebradizas u observo cómo se maquillan con cuidado en el espejo, siento que esa ternura es el único momento en que estoy segura de ser escritora.»
Gracias a su conocimiento profesional del mundo literario y a su descarnado relato autoficcional, Zambreno nos sitúa de frente ante los sinsabores de la creación: «Escribir es una vida de rechazo constante.» Y, aunque quizá esa no sea la frase motivacional que espere alguien que sueña con escribir, tal vez sí sea la que necesitaría escuchar cualquiera que quiera dedicarse a este oficio para afrontar su intento con la misma honestidad con la que Derivas nos hace viajar a través de un ahora que pretende abarcar lo que se vive, lo que se escribe y lo que, cuando todo se vuelve insuficiente, ni siquiera sabemos escribir.
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Autora: Kate Zambreno. Título: Derivas. Traducción: Montse Meneses Vilar. Editorial: La Uña Rota. Venta: Todostuslibros.
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