La editorial Alianza pone ante los ojos del lector potencial, en una nueva traducción y selección, cuidadosamente anotada y dotada de una introducción aclaratoria rigurosa, los textos básicos del Hermetismo. Lo que es conocido en los ambientes especializados como Hermetica. En este caso obra denodada y precisa de Jorge Cano Cuenca, profesor de Filosofía Antigua en la Universidad Complutense de Madrid. Por su volumen e intensidad esta obra hubiera merecido una edición de mayor envergadura: las notas, muy abundantes e imprescindibles, tienen un tamaño de letra minúsculo que no favorece la lectura. Tampoco habrían estado de más algunas ilustraciones y algún índice (temático, de nombres…). La portada no obstante es excelente. De todas maneras nos encontramos con una aportación notable que satisfará, tanto a los estudiosos en la temática concreta como a interesados en cuestiones metafísicas o esotéricas. Una aglomeración profusa, posiblemente aun incompleta, de ritos literarios. En todo tiempo y lugar, para los que han sido llamados de las cosas familiares y presentes a las antiguas y primordiales.
Marsilio Ficino (1433-1499) traducirá del griego al latín la compilación que conocemos como “Corpus Hermeticum”, impresa en 1471 en Florencia. Procedente de un manuscrito griego del siglo XIV que obraba en manos de Cósimo de Medicis (1389-1464). Diecisiete textos atribuidos a Hermes Trismegisto (Hermes-Toth), “profeta” al que Ficino consideraba contemporáneo de Moisés. Se ponía en marcha, desde la recién creada Academia platónica florentina (1459), la configuración de una etapa decisiva, aunque no la primera, de lo que mucho tiempo después culminará en lo que conocemos como “esoterismo occidental”. Una revisión académica, documental e interpretativa, de los saberes mistéricos realizada en el ámbito de las universidades y que comienza a desarrollarse en el siglo XX.
Esta “prisca theologia”, así se proponía su lectura por entonces, mediadora entre el cristianismo y el paganismo, pretendía remontarse a los saberes del antiguo Egipto. Isaac Casaubon (1559-1614) en cierto modo dará al traste con estas conjeturas en 1614, datando cronológicamente los escritos que habían sido compilados por editores bizantinos. Con ello colapsaba una de las muchas operaciones de reencantamiento, ahora se denominan “giros”, puestas en práctica por “nuestra” civilización a lo largo de los siglos. En este caso el Hermetismo renacentista.
Comencemos con algunas generalidades de fondo. Esta variedad de textos expresa un sincretismo que combina a Hermes con Toth, deidades griega y egipcia respectivamente, que resultaron equiparadas por los practicantes de la “interpretatio graeca”. Escritores como Herodoto (484-425 a.C), Dioniso de Halicarnaso (60 -7 a.C) o Plutarco (46 -120 AD) la practicaron, buscando similitudes entre deidades egipcias y griegas o griegas y romanas. El dios de los límites y el comercio, portador del caduceo y dotado de maneras veloces, un autentico trickster, y la deidad lunar egipcia de la escritura… asociada icónicamente al ibis y al mandril. De ahí surgirán: la construcción denominada “politeísmo” y la figura de Hermes Trismegisto (“tres veces grande”).
Ni el Egipto romano ni el ptolemaico, donde se incubaron las ideas contenidas en los escritos que nos ocupan, eran ya más que un pálido reflejo del Egipto faraónico. Los Ptolomeos (323-30 a.C.) helenizan el país del Nilo. Desde la llegada del divino Alejandro (356-333 a.C) hasta la invasión islámica transcurrirán mil años. También duró mil años la Academia platónica originaria, desde su fundación hasta el cierre decretado por el emperador Justiniano (482-565 AD).
Desde la sombra EL también guía las cronologías… Creó todas las cosas (incluso la Historia) para que puedas verlo a través de ellas…
La clave de bóveda del Hermetismo reside en la afirmación de que el hombre puede conocer y ser conocido por la Divinidad, pues sólo el ser humano alberga pensamiento. No olvidemos que una parte significativa de la Filosofía Antigua no tiene como fin una actividad teórico-especulativa sino el logro de una transformación espiritual enmarcada en el seno de una comunidad. Esto y no otra cosa es el significado que porta la Vía de Hermes. Un camino de espiritualidad en el que tienen especial significado el Sol y la Luz. Recalcar que no nos encontramos, al menos en apariencia, con una tradición unificada y transmitida de acuerdo con una ortodoxia.
Del mismo modo que en la época de origen de los textos no había una clara diferenciación entre religion y magia, tampoco hay una separación tajante entre los aspectos filosófico-religiosos y las prácticas alquímicas que en gran medida convocó la interpretación de sus contenidos en el transcurso de los siglos. La importancia de la astrología y la magia son evidentes en los materiales herméticos que han llegado hasta nosotros. Recordar su multiplicidad, y el estado en muchos aspectos fragmentario de los saberes que vehiculan, es esencial. Como lo es captar, en otro plano totalmente distinto, que el hermetismo es radicalmente monista a pesar de sus complejos sistemas clasificatorios y su frondosa jungla de conceptos. “El bien se encuentra en dios y en ningún otro y el mayor mal entre los hombres se encuentra en ignorarle.”
En los diálogos que conforman el Corpus hermeticum y el Asclepio los personajes son Hermes Trismegisto, Tat (su hijo), Asclepio y el rey Ammon. En el extracto XXIII de Estobeo, llamado “Niña del universo” (Kore Cosmou), es Isis la que se dirige a Horus.
Para el conocimiento superior los sentidos han de estar inactivos (On a slow boat to China…) Y este conocimiento reside en el Nous-Luz, sumo pensamiento divino, la fuerza creadora suprema. No hay diferencia real entre el Gran Artesano (Yes I do) que hizo el universo con su Palabra y el Dios Andrógino que danza en la luz. La revelación divina se da en el silencio y la meditación; un recogimiento místico más allá del logos ya que la realidad hipercósmica no es representable mediante categorías. El uso del lenguaje en este contexto es vivenciado como ofrenda. El ser humano se convirtió en espectador de la obra de dios, se admiró ante ella y llegó a conocer a su creador.
El ascenso por las esferas planetarias para unirse con la divinidad implica desprenderse de las pasiones a las que es adicta el alma encarnada. Sin embargo esta filosofía no reniega del mundo sensible, proponiendo una presencia inmanente de la divinidad en el universo. “El universo no es sólo una manera de manifestarse la materia en un espacio, sino que en sí mismo es productivo y posee entendimiento. Es instrumento de la voluntad divina y “labrador de la vida”.”
En verdad hay tres seres: el dios padre y bien, el universo y el ser humano. El dios tiene al universo y el universo al ser humano. El universo es el hijo de dios y el ser humano es hijo del universo y nieto de aquel.
La esencia de dios está, si la tiene, en lo bello. La muerte, proceso de transformación que implica la disolución corporal, no es más que una vacuidad. El ser humano es doble, distinguiendo en él lo inmortal y lo disoluble. Los tres órdenes de seres vivos, como ya he señalado, se resumen en: dios, el universo y el ser humano. El Asclepio, el más extenso de los textos herméticos, sigue este mismo esquema en su desarrollo.
Huelga señalar que en todo momento estoy citando fielmente los textos.
No podemos dejar de referirnos al texto XXIII de los Extractos de Estobeo, el kore kosmou, de contenido aparentemente ruptural con el resto. Me limitaré a comentar muy por encima lo que cuenta de Hermes: Él vio el conjunto y, una vez visto, lo comprendió y, una vez comprendido, tuvo la capacidad de revelarlo y enseñarlo. Grabó lo que conoció y, después de grabarlo, lo ocultó callando la mayor parte por seguridad, en lugar de contarlo, para que toda época posterior al origen del mundo lo buscara.
La riqueza de los conceptos, las propuestas metafísicas, litúrgicas y simbólicas que vehiculan los textos aquí seleccionados, exceden con mucho la limitada extensión que conlleva una crítica. No quiero sin embargo obviar una cuestión a la que ya se refería Algis Uždavinys (1962-2010) en La filosofía como rito de renacimiento, convenientemente reseñado en esta publicación, me refiero al asunto de la animación de estatuas en las antiguas civilizaciones y el neoplatonismo. Es precisamente en el Asclepio donde se encuentran varias referencias a las estatuas animadas por el pensamiento y plenas de aliento vital que pueden hacer todo tipo de maravillas. Del mismo modo que dios es el hacedor de los dioses celestes, el ser humano es el que realiza los dioses que se hallan en los templos contentos en su cercanía con los humanos.
¡Esos honestos daimones de tiempos pretéritos, reducidos al silencio tras la muerte (que no es otra cosa que un sueño del que despertar) de la tierra rojinegra de Egipto!
Sintetizando y con ello simplificando: la mayor parte de los contenidos herméticos expuestos en estos escritos hablan de una experiencia transformadora y unitiva, mediante prácticas noéticas que se expresan para el buscador como estados alterados de conciencia. Una teoría de la salvación a través del conocimiento en la cual juegan un papel importante las lecturas mistéricas: los “ritos literarios.” Nos encontramos en situaciones semejantes a las que confrontan los personajes de Lovecraft (1890-1937) pero con mejor destino, mejor dicho: con las claves precisas para superar el Destino (Heimarmene / lo que encadena).
No olvidando nunca la regla de silencio: es justo callar respecto a dios lo que está oculto.
Le preguntaron una vez a Picasso (1881-1973) qué era el arte y respondió: “si lo supiera no se lo diría a nadie.”
Piensa entonces la luz y conócela.
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Autor: Anónimo. Título: Textos herméticos. Traducción: Jorge Cano Cuenca. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros.
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