A mitad de la novela uno de los personajes, Harold, deja claro que lo peor está por venir. Cuesta creerlo, porque a esa altura el dolor ya es bastante intenso, para los protagonistas de Tan poca vida (Hanya Yanagihara, Lumen, 2016) y para el lector, que empieza a vivir la historia como un adicto a hacerse cortes en los brazos con una cuchilla de afeitar. Cada dos páginas, una nueva herida sangrando, así hasta generar al menos 500 cicatrices que no acaban de cerrarse. Y no es fácil abandonar la adicción.
El dolor físico es una bestia que grita memento mori, apenas lo oímos cuando es leve, pero se desata cuando es grave y crónico. La edad no hace más que amplificar el grito y la novela de Hanya Yanagihara ofrece un relato cronológico en el que avanzamos en el tiempo con los personajes y su dolor. Utilizar la palabra “disfrutar” para describir lo que uno siente al adentrarse en el texto puede resultar frívolo, pero es así, y engancha.
Estamos acostumbrados a historias traumáticas, cuentos de superación, pero la crudeza del daño físico sigue siendo un tabú, quizá el mayor de ellos. En Tan poca vida hay amistad, amor, traumas infantiles, éxito profesional, humor negro, arte, cine, revistas del corazón, gastronomía y muchas cosas más. En 1000 páginas cabe mucho, pero, como en la vida real, el dolor es un ancla que fija el punto de vista de cada individuo, un filtro que no trastoca la imagen positiva en Instagram pero sí que empaña la propia percepción y lo abarca todo.
Aún así, aunque duela, el mérito de Hanya Yanagihara está en dejar un buen sabor de boca. En esta Edad del Remilgo habrá quien no pase del primer tercio de la obra por su dureza en las descripciones frías de los hechos más sórdidos, por la falta de profundidad en algunos de los personajes que protagonizan las grandes historias de amistad y amor y por la dificultad de empatizar con la imperfección.
No me gustan las críticas que ponen los libros a competir. En el caso de Tan poca vida la prensa estadounidense no ha parado de otorgarle medallas de oro y eso condiciona demasiado la actitud del lector excesivamente informado, aunque los elogios puedan ser merecidos. Es mejor enfrentarse a la novela, a cualquiera, sin prejuicios. El dolor enmascara errores y aciertos, también en este libro, y es parte de una experiencia que merece la pena.
Un poco más sobre Tan poca vida (un día después)
Al escribir los párrafos anteriores apenas había profundizado en las reseñas sobre la novela de Hanya Yanagihara publicadas en otros medios españoles. Ahora lo he hecho y por eso extiendo un poco más esta entrada de un modo que puede resultar ventajista.
Muchos se habrán sorprendido al ver que no hablé de la homosexualidad ni del análisis de la mente masculina que hace la autora. Tampoco de la raza. Hay quien me ha preguntado por qué. No me pareció importante.
JB y Jude son homosexuales, Willem podría calificarse de bisexual, Malcom es heterosexual. Además, JB es negro, Malcom mulato, Willem blanco y Jude es de raza desconocida. Todos ellos acaban siendo unos potentados con gran éxito profesional en una ciudad tan competitiva como Nueva York. Son datos que están ahí, que dan contexto a la historia, pero creo que no la acaparan. A no ser que el lector todavía se sienta sorprendido por la sexualidad y la raza a estas alturas de 2016. La novela no reivindica nada, es parte de su pesimismo no hacerlo, se limita a contar una historia donde esos elementos están integrados con total naturalidad. Es parte de su encanto.
Para mí Tan poca vida va sobre el dolor, sobre cómo nos enfrentamos a él en la intimidad más absoluta y junto a nuestro entorno más cercano, junto a nuestra familia y amigos. El resto de aspectos tienen sentido, por supuesto, pero sólo pasan a un primer plano si el lector lo desea.
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