Amor, mucho amor. Desamor, mucho desamor. Aunque tú no lo sepas no solo es el título de esta novela coral que gira sobre la verdad que se esconde detrás de toda mentira, sino también de un poema y de una memorable canción que enhebran esta historia repleta de pasiones y sueños.
En este making of, Sergio Núñez Vadillo cuenta cómo escribió Aunque tú no lo sepas (Celya).
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Llevaba tiempo sin abrir aquel cuaderno de tapa dura y hojas de cuadrícula, utilizado para tomar apuntes en los cursos formativos complementarios a mi labor profesional de eventos y protocolo.
Una vieja escuela de oficios en la calle Juan Mambrilla de Valladolid fue el escenario escogido. Aterricé allí como quien se embarca solo en un avión rumbo a lo desconocido. El aula me recordó a mi lejana infancia en el Colegio Público Rural de Poyales del Hoyo (Ávila). Pupitres, sillas, pizarras y hasta las tizas estaban consumidos por el paso del tiempo. Un espacio idílico en una atmósfera propicia para la introspección y la fantasía. Todo muy literario.
Martín Garzo deslumbraba con cada palabra, cada verbo, cada adjetivo, sentando cátedra literaria en cada clase. Y es que la novela Aunque tú no lo sepas se fraguó entre esas charlas magistrales, ensoñaciones y los relatos de ese ambiente idílico. Siete años después, y tras permanecer el manuscrito en diversos cajones, como si fuera un tesoro —Valladolid, Talavera de la Reina, Candeleda, Poyales del Hoyo y Segovia—, ve la luz editora bajo el sello de Celya.
Pero volvamos a febrero de 2017, al primer día de clase en tan dichoso taller literario. Al abrir el cuaderno descubrí las anotaciones realizadas durante un taller de escritura creativa, fechadas en julio de 2004. Sí. Así es. Durante cuatro semanas, martes y jueves por la tarde a la salida del trabajo, iba a Madrid para aprender técnicas de escritura creativa en la antigua escuela de Fuentetaja, en una calle perpendicular a San Bernardo, a escasos metros de la mítica librería del mismo nombre, fuente literaria de donde bebía en mi etapa como estudiante universitario a finales de los 90. El destino, por lo visto, juega sus propias cartas y no puedes escaparte de él.
Trece años más tarde ese mismo cuaderno mágico de tapa dura y hojas de cuadrícula volvía a abrirse para hilvanar lo que, a la postre, se ha convertido en mi tercera novela. Una historia que inició su andadura con las notas y apuntes de aquel taller literario en 2017. Localizaciones, personajes, atmósferas, ambientación, matices… para luego volcarlo en esta narración novelesca cuya trama transcurre, una gran parte, en Valladolid.
Pues, en enero de 2012 la providencia decidió trasladarme a Valladolid. Descubrí que mi estancia en la capital castellana no había sido por azar, sino porque el destino ya tenía decidido mi ventura: encontrar mis verdaderas vocaciones, la literaria y la docente. Paseando por las orillas del Pisuerga me reencontré con las obras de Miguel Delibes, mi maestro literario. Por mis manos habían pasado sus novelas, que ya de joven me alimentaron el alma. La que verdaderamente me condicionó fue, sin duda, El camino. Una novela que se llevó al cine de la mano de Ana Mariscal, en 1963, y parte de la película se filmó en mi entorno infantil de Poyales del Hoyo y Candeleda (Ávila).
En Valladolid empecé a comprender parte de la idiosincrasia castellana, de esta tierra y de sus raíces: las nieblas espesas y prolongadas que detienen el Pisuerga, los vientos fuertes del norte, con nubes blancas en el cielo, la nobleza de los castellanos, recios como un frío secular que hiela la sangre, aparte de la historia que emerge de cada piedra. En ese espacio, todo empezó a recobrar su verdadero significado. He llevado un macuto ficticio al hombro que ahora recobra sentido: Delibes y sus libros; Ávila y Valladolid; la enseñanza rural y la universidad; el cine y la Seminci; Gredos y Campo Grande; el deporte y la pesca; mis textos y mi biblioteca, etc.
Miguel Delibes decía que, «la novela antes de divertir debe inquietar. El novelista auténtico se nutre de la observación y la invención tanto como de sí mismo». Digamos que esto lo he conseguido con creces a través de este aprendizaje, que no se encuentra en los libros ni se enseña en las universidades. Es un conocimiento real que va de boca en boca y pertenece a nuestra circunstancia.
Terminé el curso y ya no podía dejar de escribir. El argumento me invadió. En junio de 2017 finalicé la escritura de un primer borrador. Una prosa terapéutica, a veces traumática. Salí de mi cautiverio fantasioso y guardé el manuscrito en un cajón, como el que esconde un secreto inconfesable.
De forma paralela me convertí en un ávido lector atesorando la colección más extensa de literatura pugilística en castellano. A mi llegada a Valladolid inicié esta andadura de coleccionar libros cuya temática es el noble arte del boxeo. Sin saberlo, aglutinaba libros de este género. Hasta la fecha he ido recopilando numerosos ejemplares de diverso calado, todos ellos con un único denominador común: el boxeo. Ya forman parte de esta colección inigualable más de 260 volúmenes: memorias, cómic, facsímil, novelas, biografías, crónicas, ensayo…
Los libros se han convertido en mis fieles compañeros del viaje. Me han guiado en momentos de soledad y melancolía, tristeza y dolor, alegría y gozo, frustración y desasosiego, cansancio y vigor. Hay lecturas para cada momento. Algunas, como las olas del mar, proyectan recuerdos a la mente, retazos de plenitud, luz nueva y dichosa. Los libros alimentan el alma. Cultivan el espíritu. Ayudan a ser más libres, interior y exteriormente, a preguntarse el porqué de las cosas, el sentido de la vida. A ser crítico con la información y manifestaciones públicas. A buscar respuestas por uno mismo para luego contrastarlas. A crear opinión certera y, ante todo, no conformarse con lo primero que escuchas. Por otra parte, puedes viajar a otros hemisferios desde casa, ampliar conocimiento, fomentar el pensamiento y el criterio particular, además de aprender a cuestionar lo establecido. Porque los libros son una herramienta directa para mejorar la capacidad de expresión y razonamiento. Porque te hacen más sensible y cuidadoso, más abierto a lo verdadero.
Todo ese aprendizaje literario se vuelca en mi tercera novela que, siendo sincero, se ha tejido, seguramente, con el paso del tiempo y el crepitar existencial: observando, escuchando, sintiendo, llorando, disfrutando, riendo, sopesando… Al fin de cuentas, un literato se nutre de la realidad cotidiana, de su propia imaginación y creatividad.
Aunque tú no lo sepas no es solo el título de esta novela, sino es el título de un poema, una canción y una película. El poema pertenece al libro Habitaciones separadas, publicado en 1994 por Luis García Montero. Inspirado por este poema, Quique González, compuso una canción con el mismo título para Enrique Urquijo, que publicó con su primer grupo, Los Problemas, en el disco Desde que no nos vemos, en 1998. Se puede comprobar que la letra de la canción y el poema son totalmente distintas, salvo que el significado es el mismo: amor y desamor. Posteriormente, Almudena Grandes escribió un relato que se llevó al cine. Ahora este poema y esta canción se convierten en una novela cautivadora. Aunque tú no lo sepas.
Mariano José de Larra dijo que, «escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta». Y es que la propia narración del manuscrito original propinó encontrar mi propia voz literaria, estilo, ritmo, forma y vocación tardía. Una catarsis imaginativa y espiritual realizada en la soledad del silencio castellano.
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Autor: Sergio Núñez Vadillo. Título: Aunque tú no lo sepas. Editorial: Celya. Venta: Todos tus libros.
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