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Aute mirando al mar

Zenda reproduce estos versos en los cuales Juan Vicente Piqueras recuerda a Luis Eduardo Aute.

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AUTE MIRANDO AL MAR

A mi amado Luis Eduardo, in memoriam.

 

Un niño sentado en el malecón de Manila en 1945 mira el mar.
Un hombre sentado en el malecón de La Habana en 2010 mira el mar.
Otro hombre sentado en su casa en Madrid mira el mar.
El mar es el mismo. Visto o soñado, qué más da.
El hombre y el niño, también.

 

El niño está sentado junto al hombre que será, que ya es.
El hombre está sentado junto al niño que ha sido, que todavía es.
Es siempre ya y es siempre todavía.

 

El niño está viendo, y no lo sabe, rosas en el mar.
Rosas que han brotado de pronto de su mirada.
El hombre ve cenizas y en las cenizas, rosas,
las mismas rosas blancas, calaveras saladas,
que el niño sembró un día dentro del verbo ver.

 

El hombre y el niño miran, mutua mente, el mar.
Cada uno es una lágrima que cae del ojo del otro.

 

El niño ve su futuro, el fruto cayendo que un día será.
El hombre ve una inocencia que lo declara culpable.

 

El basilisco es un animal que mata con la mirada y envenena con su aliento.
El basilisco vive en el desierto que él mismo crea a su alrededor
matando lo que mira, envenenando el aire que respira.
Sola mente, el caballero del espejo podría derrotarlo
poniéndose y poniendo el espejo ante él
para que el basilisco se matara al mirarse.

 

La mirada del hombre derrotado marchita lo que mira.
La mirada del niño que hay en él vuelve a avivar lo marchito.

 

Arde el mar, arde el mundo
y el niño vuela a lomos del hombre que será,
convertidos los dos de repente en un animal que no existe.
Y vuelan sobre el mar del que proceden.

 

Entre el sol y la edad,
vuelan hacia el origen de la herida,
vuelan hacia la herida del origen,
entre el sol y la edad, en soledad.

 

El niño está sentado dentro del hombre que será.
El hombre está sentado dentro del niño que ha sido.

 

Un niño, un animal herido, mira el mar.
Un hombre, un animal malherido, mira el mar.

 

Y el mar los mira, los mima, los ama
y, en llamas, los llama por su nombre.
Les regala sus rosas.

 

Esto no lo parece pero es una plegaria.
Ojalá alguien la escuche.

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