Pensé en llevar un diario por ahí de los diez años, pero hay ciertos deslices que un niño no se puede permitir. No es que me lo dijeran, ni que estuviera escrito en algún lado, pero algo me decía que esto de llevar diarios era cosa de niñas. Muchos años después, una sola pregunta del psiquiatra confirmaría mis miedos primigenios: “¿Cuándo has sabido de una telenovela que se llame José Juan o Jorge Eduardo?”. Son las mujeres quienes tienen historia. Como no seas un héroe, en cuyo caso harías bien callándote la boca, no te asiste el derecho a tener una historia, cuantimenos contarla en primera persona y día con día. Y si al final la tienes y la cuentas, por lo menos ahórranos el melodrama.
Decía Carlos Fuentes que la familiaridad crea desprecio. Un amigo cercano, por su parte, solía referirse al Manual de Carreño como “el libro ese que dice que es de mala educación sonarse la nariz con las cortinas”. Y bien, Cuarentenario, me temo que a medida que entramos en confianza, algo más cerca estoy de ensuciar tus cortinas. Tiene uno sus pudores, al principio, pero el encierro los va desgastando. Dejas de preocuparte por nimiedades como el estilo y la continuidad, no puedes evitar que el azar se entrometa en lo que escribes, ni que se abran rendijas incontables hacias esos sentimientos tan sentidos que apenas una niña expresaría. No te tomas en serio, en realidad, pero no falta el día en que te paras con un humor de mierda y ya no te preocupa lo que puedan pensar los invitados. “¿Ah, sí? ¡Pues que se jodan, yo estoy en mi casa!”, estalla uno, sin más, y procede a sonarse con la cortina.
En un sentido meramente científico, tú serías la bitácora de la cobaya. Valga decir, una cobaya colaboracionista, ya que además de ser mi propio celador vengo aquí a registrar las erráticas huellas de mi incertidumbre. ¿Ves lo que te decía, Cuarentenario? Apenas se pone uno melodramático, los ecos del ridículo le alcanzan. Me pregunto inclusive si es posible escribir un diario –más todavía, si el género lo admite– completamente libre de cursilería. El punto es que en la vida de las cobayas todo es incertidumbre. Parecería que no pasa nada, y al propio tiempo todo puede pasar. Algo así como un thriller en manos de Ingmar Bergman. ¿Me creerías, por ejemplo, que ni estando aquí tieso en el jardín puedo evitar que en mi cabeza ocurra una road movie?
“Si no te gusta el clima de Nueva Orleans, espera cinco minutos”, dicen los lugareños de la ciudad rodeada de pantanos, y algo muy parecido sucede entre mis líquidos anímicos. ¿No te gusta mi humor, Cuarentenario? Dame cinco renglones, al cabo que tú y yo no somos por ahora sino partes de un mismo experimento en marcha. Y allá afuera, además, todo es pantano. Si al cabo de estos días, al propio tiempo quietos e inquietantes, fuera a parar a un hospital psiquiátrico, tú al menos darás cuenta de cómo y por qué rutas se me fue la cordura.
No sé que habría hecho la vergüenza de mí, si de niño me hubieran atrapado con las manos encima de un diario íntimo. Por eso digo que si todo falla, quedará cuando menos la constancia de que tú me has quitado ese complejo. No quisiera llegar con él al hospital.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: