En 1934 el soldado británico Maurice Wilson, místico y aviador, protagonizó un intento de escalada al Everest volando desde su casa hasta la India y ascendiendo por la montaña sin experiencia como alpinista. Su fe estaba depositada en la velocidad y en Dios, sustrato que suponía suficiente para tener éxito. Wilson es uno de los ejemplos clásicos que se exponen cuando se habla de qué versión de la locura es la que embriaga al aventurero. Entre el disparate y las ganas de vivir hay toda una gama de colores dentro de la que no está mal habitar. ¿En qué grado se encuentran los protagonistas de la historia que ha obsesionado durante años a Bea Uusma (Lidingö, Suecia, 1966)? Tres hombres de Estocolmo, que aún no han cumplido los treinta años y han pasado la mayor parte de su vida trabajando detrás de un escritorio, intentan llegar al Polo Norte en un sencillo globo aerostático. Que fracasarán es evidente desde el minuto uno, en cuanto el globo se separa del suelo, y a partir de ese momento se verán obligados a sobrevivir entre los hielos. Nada se sabe de cómo sucedieron esos días para ellos y sobre cómo fue su muerte, que es el misterio que a Uusma le gustaría resolver.
En ningún momento se plantea Uusma, o al menos en ningún momento lo expone, que la ocurrencia de los muchachos estuviera cerca de la demencia, ni siquiera del sueño. Lo que a ella le preocupa es cerrar el capítulo, resolver el misterio. El libro que tenemos entre manos es una indagación personal, para la cual la autora se vale de todos los recursos posibles, desde los fragmentos de diarios, las noticias de prensa, los libros escritos en los que se recogen conjeturas y, finalmente, el viaje propio hasta la isla donde se hallaron los cadáveres. Al recurrir a tan variadas fuentes, se opta por una exposición a su vez variada, por un libro mestizo, en el que se alternan los recortes de relato con frases extraídas de testimonios, confesiones personales de la obsesión y la dificultad, cuadros expositivos, imágenes y sinopsis de estudios de otros, formando un volumen bellamente editado, un objeto que sólo por su valor formal ya merece ser parte de nuestra biblioteca. Pero no es este el gran valor de la obra. En realidad, se nos adentra en la relación que existe entre pasarlo mal y la curiosidad. Hay un misterio que a nosotros puede afectarnos poco, pero que entendemos que justifica el empeño de Uusma, su motivación, y sin estar motivado, sin brillo en los ojos, es complicado encontrar esencia a nuestro tiempo en la Tierra. Uusma comparte con nosotros no sólo la narración de lo que pudo sucederles a los aventureros, sino también su propio relato, su proceso, su construcción, hasta el punto de que nos sentimos tentados a colaborar, a recrear nosotros también el caso, con planos y maquetas, con información que podamos recopilar aquí y allá, para reconstruir una hipótesis sobre la suerte de estos chicos.
Uusma evita exponer la empresa de los tres suecos, ni la suya propia, como una obsesión. Es, más bien, un estímulo, algo que uno reconoce que le encanta, por corresponder a su mapa genético, a su música interior. Ahí es donde mejor nos reconocemos, al darnos cuenta de que todos precisamos de algo que nos empuje a poner en marcha la voluntad de sentir, y a ser posible de sentir algo propio, lo cual, como demuestra ella, también supone revivir las experiencias de los demás. Ese fondo de compasión nos acompaña a lo largo de la lectura de La expedición, regalándonos una de las experiencias más gratas que padeceremos como lectores, a pesar del frío que nos acompaña durante la exploración.
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Autora: Bea Uusma. Título: La expedición: Una historia de amor. Traducción: Pontus Sánchez. Editorial: Menguantes. Venta: Todostuslibros.
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