22 de junio de 1941. Con la Operación Barbarroja se iniciaba la primera fase de la mayor guerra terrestre de la historia de la humanidad. El ejército alemán, la Wehrmacht, invadía la Unión Soviética. El hecho provocó tan intensa emoción en España que la Falange lanzó la idea de crear una unidad de voluntarios que sería aprobada por Franco y el Consejo de Ministros. Dos días después, Serrano Suñer se dirigía en Madrid a las masas falangistas y pronunciaba su famoso discurso “Rusia es culpable”. La exhortación calaba en muchos que consideraban al comunismo el culpable del terror fratricida de la Guerra civil, en aquellos que no habían podido ir al frente por ser demasiado jóvenes y sobre todo en miles de falangistas que sintieron que su honor e ideales anticomunistas les exigían estar allí en primera línea.
Casi 50.000 voluntarios se alistaban el primer día cuando se habían solicitado 18.000, lo que desbordó cualquier expectativa. La que sería la 250ª División de la Wehrmacht se convertiría popularmente en la División Azul por el color de la camisa falangista que la mayoría de sus combatientes lucían bajo el uniforme. Una denominación que cristalizaría para la eternidad cuando su jefe, Muñoz Grandes, también la exhibió con orgullo.
Un río bibliográfico que no cesa
Han sido varios los artículos de Zenda que se han dedicado a la División Azul y han tenido una entusiasta acogida. Esto deja de manifiesto el enorme interés que sigue despertando este episodio de nuestra historia. Algo muy estimulado —qué duda cabe— por la abundante y rigurosa bibliografía que ha aparecido en la última década.
Aunque parezca poco comprensible, la realidad es que es la división sobre la que más se ha escrito, tanto en España como a nivel internacional. No sólo sobre los voluntarios españoles de la División Azul, sino también sobre los que permanecieron luchando cuando los demás volvieron —la “Legión Azul”—, y el interés se extiende al grupo de combatientes que lucharon en las calles de Berlín durante el fin del Tercer Reich. Últimamente además ha tenido una especial presencia editorial la llamada «literatura memorialista».
Por todo ello, despiertan una mayor expectación los ámbitos menos estudiados, como es el caso de las Escuadrillas Expedicionarias españolas —pilotos voluntarios y personal de tierra del Ejército del Aire español— que combatieron al lado de Alemania en el Frente Ruso.
Pese a su relevancia dentro de la historia de la aviación, en 80 años apenas se han escrito sobre el tema una decena de libros. Podríamos citar el de Caballero Jurado y Santiago Guillén Escuadrillas azules en Rusia, el de Jorge Fernández-Coppel La Escuadrilla Azul: los pilotos españoles en la Luftwaffe, el de José Antonio Alcaide Alas de España: Escuadrillas expedicionarias españolas en Rusia, Sol y Moscas, Historias de las Alas Gloriosas de España de Manuel Parrilla y el de más reciente publicación Españoles en la Luftwaffe: Escuadrillas Azules en Rusia de Carlos Caballero.
A los pilotos españoles les movían las mismas razones que al resto de los voluntarios para luchar contra la Unión Soviética, pero el Ministerio del Aire tenía un interés añadido. Yagüe, aunque ya sustituido por Juan Vigón, había marcado unas ambiciosas directrices: un plan de expansión para llegar a las 5000 aeronaves. Luchar en la Luftwaffe, la mejor aviación del mundo, era una excelente oportunidad de obtener conocimientos, brindar una valiosa formación para aviadores y demás personal de tierra, y estrechar alianzas para la adquisición de nuevos aparatos. Por ello, se decidió enviar una serie de escuadrillas, que se irían relevando para que la formación alcanzara al mayor número de pilotos posible.
A pesar de las peticiones de Muñoz Grandes, las distintas escuadrillas no se unieron a sus camaradas de infantería en el Frente Norte y fueron destinadas al Frente Central. Se les asignaron los cazas Messerschmitt, los Focke-Wulf y también episódicamente volaron algún que otro Henshel 123. Con ellos combatirían en algunas de las batallas míticas de la gran contienda, como el fallido asalto a Moscú (1941) o la épica batalla de Kursk (1943).
La Luftwaffe los agregaría inicialmente al 27º Geschwader —Ala— de Caza, una unidad de élite, al mando de Wolfram von Richtofen bajo el nombre de la 15 Spanische Staffel. Primo del legendario Barón Rojo, había sido el jefe de la Legión Cóndor en la Guerra Civil Española, y como viejo camarada de muchos de los aviadores de esta primera unidad expedicionaria, le constaba de primera mano su pericia y valor en el combate.
La primera escuadrilla debía representar con honor al Ejército del Aire español, demostrar a los alemanes su calidad como pilotos en el bando del Eje, y cierta afinidad con las ideas del régimen. De hecho, en muchas instantáneas se percibe que en lugar de la camisa azul clara de la Luftwaffe lucen la camisa azul de la Falange. Se ha llegado a decir por ello que las escuadrillas azules fueron “lo más azul de la División Azul”. De ahí también que el color se añadiera a su denominación popular, Escuadrillas Azules, nombre recogido por el propio ABC en una de sus portadas.
Cielo rojo, águilas azules
Precisamente sobre la primera de estas escuadrillas, sale a la luz Cielo rojo, águilas azules, de la Editorial Actas con la autoría de Daniel Ortega. La obra presenta unas peculiares características que constituyen su principal singularidad ¿Es una novela histórica por ser de ficción su protagonista principal? ¿O es un ensayo novelado por el rigor histórico, la información documental, y la aportación de archivos? En uno u otro caso, es un libro esencial que exhibe los atractivos inherentes a los dos géneros, y que interesará a un amplio número de lectores. Los amantes de la novela se embarcarán en una prodigiosa aventura bélica y los lectores con interés histórico encontrarán un ensayo riguroso con grandes aportaciones hasta hoy inéditas y transversales a temas de gran actualidad como la Historia de la Aviación, la Segunda Guerra Mundial o la propia División Azul. Dos historiadores, máximas referencias de prestigio internacional en el tema, avalan como prologuistas el rigor de esta obra: Carlos Caballero y Francisco Torres, autores respectivamente de La División Azul, de 1941 a la actualidad: Historia completa de los voluntarios españoles de Hitler y de Soldados de hierro y Cautivos en Rusia, todas reseñadas en Zenda.
En relación a la narración de Daniel Ortega, el 90% de los personajes que nos presenta son reales, así como la totalidad de los hechos y escenarios. El protagonista de ficción es el teniente Carlos Guillén, un joven piloto de caza veterano de la Guerra Civil Española, que forma parte de la Primera Escuadrilla Azul. El autor personifica en él los rasgos distintivos de aquellos aviadores marcados por una estrecha camaradería, una extraordinaria pasión por la aviación, el férreo compromiso con sus ideales y el enorme espíritu de sacrificio que demostraron en el frente ruso. Un relato que supondrá toda una experiencia inmersiva del lector en esta unidad tan poco abordada en los libros de la División Azul. Para dotar de hondura al protagonista, el autor construye un personaje con un pasado tortuoso sobre el que sobrevuelan fantasmas surgidos por la crueldad de la guerra civil. Su pareja soporta con dificultad la unión a un aviador de combate con el que vuelve a vivir por segunda vez el padecimiento que conlleva toda guerra, y más en la dura incertidumbre de un destino en el que la muerte es una continua compañera de viaje.
El lector irá viviendo con el protagonista de Cielo rojo, águilas azules su particular gesta en tierras rusas, su viaje introspectivo experimentando los horrores de la guerra, el drama de perder a magníficos camaradas y, por otra parte, la forja de estrechos lazos con algunos integrantes de la Primera Escuadrilla Azul. Pero también se familiarizará con sus nuevos compañeros, aviadores reales que se entremezclan con la ficción del protagonista. Un aporte continuo de información, anécdotas y vivencias reales, muchas inéditas. Guillén había combatido en España en una unidad de caza real, el 2-G-3, en la que coincidió con personajes de carne y hueso, como su buen amigo el capitán Bayo y el propio comandante Salas Larrazábal.
Ángel Salas Larrazábal, mano derecha del legendario García Morato, máximo as de la aviación nacional, con 17 victorias confirmadas durante la Guerra Civil, fue el elegido para liderar la Primera Escuadrilla. Durante la Segunda República, las Fuerzas Aéreas y la marinería española habían sido las esferas del ejército con mayor peso comunista. Por ello, Salas se decantará por seleccionar entre los voluntarios a aquellos con mayores méritos profesionales e ideológicos. Por un lado, pilotos con mayor número de naves derribadas —en el caso de técnicos la excelencia en su cometido— pero también ideológicos, eligiendo a aquellos que habían sido “camisa azul”, preferentemente los «camisas viejas», los más cercanos a José Antonio, afirma el historiador José Alcaide.
El Ejército del Aire español en Alemania
La preparación de las escuadrillas al incorporarse al frente era muy elevada, superior al resto del Ejército español. Muchos de sus miembros habían pilotado los aviones que les iban a ser entregados y además volado junto a sus colegas alemanes de la Legión Cóndor. Los pilotos de ambos países compartían algo extraordinario y muy valioso para los germanos, la Waffenbruderschaft, una hermandad de armas que habrían establecido en 1936-39 y continuado en el periplo soviético.
La novela de Ortega inicia su andadura un caluroso día de Santiago de 1941 con la partida de la 1ª Escuadrilla Azul. Una despedida multitudinaria y días de viaje hacia Berlín que son descritos con ritmo cinematográfico, al igual que el intrincado trayecto que recorrieron sus ciento veinte integrantes desde Alemania a Polonia y Bielorrusia.
Se ha escrito que eran lo más selecto del Ejército del Aire español. Junto a los oficiales, suboficiales y tropa, iba un cualificado personal de tierra: armeros, intendencia, mecánicos, conductores y el contingente sanitario —estudiado por Poyato Galán en la magna obra Bajo el fuego y sobre el hielo—. Tras el comandante Salas, como segundo en el escalón de vuelo, el comandante Muñoz, tres capitanes —Bayo, Arístides y Allende—, y doce tenientes, todos veteranos de la Guerra Civil, completaban la oficialidad.
¿Qué eligieron como emblema? Un españolísimo Vista, suerte y al toro. Los morros de los Messerschmitt Bf-109 fueron engalanados con un vistoso emblema que García Morato había usado para su unidad de cazas: un círculo blanco bordeado en azul y tres aves: halcón, mirlo y avutarda; pero ahora aparecían acompañadas de un II, símbolo de la segunda cruzada contra el comunismo que emprendían los españoles. Posteriormente la segunda Escuadrilla incorporaría la Cruz de Santiago, patrón de España, símbolo de la tradición hispánica, los valores caballerescos y la cruzada contra el infiel.
Cuando llegaron a Berlín se les obligó a un período de perfeccionamiento en la Jagdfliegerschüle de Werneuchen durante dos meses. Al ser diecisiete de los españoles oficiales de vuelo, se extendió el rumor de que llegaban como instructores de toda la escuela, pero nada más lejos. La administración alemana, corta de miras, los consideraba novatos aunque fueran veteranos con gran experiencia en combate, más de la mitad hubieran logrado victorias aéreas y entre todos totalizasen 79 derribos en la Guerra Civil Española. Aunque el aeródromo era la Escuela de Caza número uno de la aviación alemana —solo eran enviados allí los mejores pilotos— los españoles aceptaron con desgana y cierta rebeldía un entrenamiento que se les hizo excesivamente largo.
Su permanencia en Werneuchen no estuvo exenta de múltiples anécdotas, como la ostentosa ceremonia de bienvenida donde brilló con luz propia la puesta en escena germana, amén de las distintas intervenciones a cargo de Von Houwald (director de la Escuela de Caza) y del comandante Salas, pero también de una metedura de pata garrafal: la banda militar alemana ¡interpretó el himno de Riego! Curiosa, también, la anécdota protagonizada por el teniente mecánico Urtasun, al que los germanos le pidieron encontrar tres defectos en un motor. Enumeró al instructor alemán cinco defectos, con una “chulesca” apostilla final: «Los tres primeros eran los defectos que yo tenía que ver, y los otros dos los que ustedes no sabían ni que existían». Sin embargo, esos dos meses sirvieron a los españoles para adaptarse a la forma de hacer la guerra de los alemanes, tan distinta a la de los españoles.
Una vez incorporada al frente, la Primera Escuadrilla iría operando desde numerosas bases: Moschna, al sudoeste de Smolensk, Bjeloj, en el frente de Moscú, Kalinin, Staritza, Ruza (a 80 km de Moscú), Klin, Dugino y Vítebsk.
En septiembre de 1941 la Primera Escuadrilla recibía sus aviones de combate, doce Messerschmitt Bf-109 Emil. Durante su estancia en Werneuchen, los españoles suponían que formarían una escuadrilla de caza, pero les asignan las tareas propias de una escuadrilla de asalto, es decir, de apoyo a las fuerzas terrestres de vanguardia. Por lo tanto, su misión principal consistiría en apoyar el avance de los carros de combate alemanes y estar asociados a una o varias divisiones Panzer. El Comandante Muñoz, uno de los artífices de la «cadena», hoy usada por todas las fuerzas aéreas del mundo en ataques al suelo, mostraría su valiosa pericia en incontables ocasiones, acompañado por sus camaradas, que debieron aprender o mejorar sobre la marcha esta arriesgada técnica. Una innovación española, no suficientemente reconocida de apoyo táctico a los carros de combate.
Los españoles, durante su permanencia en el frente, irán pasando de la aviación táctica a aviación de caza alternativamente porque se les asigna una zona de ingente extensión y gran peligrosidad. En ocasiones llegaron a derribar tres bombarderos en un mismo día. Transcurrido poco más de un mes de su llegada al frente, el General Invierno hace acto de presencia. El frío se acentúa, las alas de los aviones amanecen cubiertas de hielo y deben picarse con punzones para que puedan entrar en servicio.
Con el paso de las semanas las condiciones meteorológicas irán empeorando, superándose los 30 y 40 grados bajo cero, que imposibilitarán arrancar los motores de los aparatos que, indefensos en tierra, deben soportar el ataque de los rusos. Especialmente emotivo fue la celebración del día de su patrona, la Virgen de Loreto, con las tropas españolas combatiendo pie a tierra el contraataque ruso con todos sus efectivos. En la misa de celebración el vino se helaba en el cáliz y debieron licuarlo al fuego de las velas…
El aeródromo de Kalinin, el más avanzado desde el que operaron, estaba situado en plena vanguardia del avance alemán sobre Moscú; el rápido avance germano había provocado el distanciamiento de la vanguardia del grueso de sus fuerzas, lo que tenía que ser suplido por apoyo aéreo constante, bajo el continuo acoso y hostigamiento de los cazas y de las defensas antiaéreas rusas. Ello obligó a los españoles a permanecer en constante alerta.
Fue crucial para ellos el uso del primer radar de conjunto, que les advertía que debían salir a combatir. Aunque los rusos tenían aviones de dispar calidad y numerosos pilotos inexpertos, la comparativa era aplastantemente desigual para los españoles: cuatro a uno a favor de los soviéticos.
Ángel Salas Larrazábal va a Rusia siendo comandante, pero es el que hace más servicios de guerra de toda la Primera Escuadrilla: 70 ocasiones, una cifra espectacular. A los alemanes les deslumbra, porque en la Luftwaffe un aviador con su rango podía estar mandando a sus pilotos… desde un despacho. Es decir, sin subirse a un caza. Sin embargo, como recuerda Daniel Ortega, “Ángel Salas inculcaría siempre la idea de ejemplaridad, de ir en primer lugar y del sacrificio constante”. Por su parte, Francisco Torres, sobre el relato de la novela, afirma que “la lucha con la formación de cazas soviéticos, con el comandante Salas Larrazábal irrumpiendo en medio de la formación enemiga, es tan impactante como si visualizáramos la mejor de las películas”.
Las misiones fueron cumplidas con éxito desde el primer día e irán desatando felicitaciones continuas por parte de los mandos: el comandante Weiss, Mölders o el mariscal Kesselring… Algunas misiones de ataque al suelo contra el fuego de batería ruso sobre Kalinin son encomendadas «expresamente» a los «veteranos españoles” por Richthofen. Paralelamente se irán sucediendo las condecoraciones: cruces de Hierro (EK) de 1ª y 2ª clase, para distintos componentes de la Primera Escuadrilla Azul y en todas las graduaciones, como la del cabo Robustiano, que gana la EK de 2ª clase, o la Cruz de Oro para Salas Larrazábal. La última acción se sitúa en el contexto del hundimiento del frente alemán. Fusil en mano, las bases aéreas tuvieron que ser defendidas, e incluso, en uno de los momentos de mayor proximidad a Moscú, sufren un potente contraataque de la infantería soviética, apoyada por manadas de blindados, que llega a tomar parcialmente alguno de los campos de aviación donde se hallaban destinados. Esto obligaría a los miembros de la escuadrilla a bajarse de los aviones o dejar las herramientas y tomar los fusiles, incluido el capellán y los sanitarios, porque los soviéticos se les echaban encima con sus potentes T-34. Estuvieron a punto de barrerlos con sus tanques, y aunque se escaparon milagrosamente, tuvieron la sangre fría de destruir antes sus propios aparatos para que no cayeran en manos enemigas, una costumbre heredada, cuando podían, de la Guerra Civil Española; Un trepidante episodio que es narrado por Ortega en el repliegue hacia Nekrasino a mediados de diciembre de 1941.
A finales del mes de febrero de 1942, la Primera Escuadrilla regresaba a España. Habían realizado 422 misiones de combate, derribado 10 aparatos rusos, 5 destruidos en tierra, 5 derribos probables y sufrido 5 bajas. Resultaron muertos en acto de servicio el teniente Luis Alcocer, el comandante Muñoz y el capitán Arístides García López Rengel. A su vez, se dio por desaparecidos al teniente Alfonso Ruibal y al teniente Ricardo Bartolomé. También el escalón de tierra sufrió una baja: el soldado Sabino Barriola, especialista, y uno de los que más valor demostraría en el episodio de Nekrasino, en uno de los momentos que peor pintaban para la escuadrilla, y que halló la muerte de un modo fortuito al dispararse el fusil de un alemán cuando se encontraban en el interior de un barracón, abrigados de las gélidas temperaturas rusas, mientras limpiaban sus armas.
Daniel Ortega, el autor
No es la primera incursión de Daniel Ortega (Valladolid, 1979) en la temática histórica. Es autor de obras bélicas como Berlín 1945: Mi diario de un infierno, Berlín 1945: Mis últimos días en el Tercer Reich, o Renegados de la Wehrmacht. Además ha sido el guionista de Stalingrado: La historia gráfica, y de 1941: Volkhov, cómic de próxima aparición dentro de la exitosa colección de Cascaborra. También es colaborador habitual en programas de radio como Informe Enigma o Las aventuras de la espada.
Para escribir Cielo rojo, águilas azules, el escritor realizó decenas de entrevistas a expertos a nivel nacional e internacional, como Carlos Caballero, Santiago Guillén, Carlos Bourdon, Blas Vicente o Antonio Duarte, y profundizó en fuentes españolas y extranjeras. Buceó en archivos, sobre todo en el Archivo Histórico del Ejército del Aire. También hizo trabajo de campo visitando localizaciones por las que transitaron los integrantes de la Primera Escuadrilla Azul. En concreto, los aeródromos de campaña desde los que operaron en Rusia, que hoy son un manto de hierba. Ortega tuvo que recurrir a fotografías de época y cartografía para apreciar su configuración, la orografía del terreno y la ubicación de las poblaciones que los rodeaban.
En el relato ha sido de vital importancia la llamada literatura memorialista, uno de los subgéneros de la bibliografía divisionaria. En este aspecto cabe mencionar la labor de la editorial La Biblioteca del Guripa, con una decena de libros publicados de memorias que habían quedado inéditas. Son ediciones críticas con un exhaustivo estudio, aparato de notas y biografías que incluyen en cada volumen un único testimonio de divisionario, pero en otros, dos o más.
Y es que gracias a las memorias de algunos pilotos y del personal de tierra de esta Primera Escuadrilla, y el valioso aporte de sus descendientes, el autor plasma con gran verosimilitud el día a día de sus integrantes, alejado del aséptico diario oficial de operaciones. A través de lo que iban expresando por escrito en sus diarios personales, la novela nos transmite su mentalidad, actitudes y su forma de entender la guerra, algo que Carlos Caballero, máxima referencia en el tema así reconoce: “Ortega se vale de testimonios escritos, inéditos, de sus protagonistas, que hasta ahora los historiadores no han usado. Un trabajo de documentación histórica impecable, tan riguroso como el del académico más exigente”.
Quizás esta importancia de la literatura memorialista es la que ha permitido al autor la gran inmersión en el relato, como afirma otro de sus prologuistas, Francisco Torres. Nada mejor para situarnos que reproducir sus impresiones sobre la obra: «El lector vive en la carlinga del avión. Ha estado en los entrenamientos, cómo se entra en la cabina, cómo son las formaciones. Vibra con el libro como el piloto a los mandos de su caza. Oye el tableteo de las ametralladoras y los pedales rechinando. Experimenta las sensaciones, el valor frío y el dominio de los nervios. Ve el giro de los aviones, cómo los aparatos ganan altura para picar, cuenta los metros para el disparo, ve el rastro de las trazadoras. Vive pendiente de un hilo cuando el caza soviético se sitúa a su cola. Daniel Ortega consigue con maestría describir lo que en la novela califica de “caótica lucha de perros en las alturas”. Y es que a través de sus páginas, el lector participará en vertiginosos combates aéreos a bordo de su Messerschmitt Bf-109 “Emil”, reflejo de la gran pasión que el teniente Guillén profesa por su avión de caza, podrá “aprender a volarlo”, pues será el propio Guillén quien le enseñará a hacerlo, así como a defender un aeródromo de campaña empuñando un fusil Kar-98, como se vieron obligados a hacer los españoles cuando se vieron con “el agua al cuello” en uno de tantos asaltos del Ejército Rojo. Fechas y acontecimientos clave, hasta órdenes de oficiales alemanes trascritas, punto por punto, dotan de mayor realismo a algunas de las escenas con mayor carga de tensión y adrenalina».
Aportaciones documentales en la obra
La obra incluye distintos apéndices (fotografías, cartografía, estadísticas y bibliografía). Resulta muy interesante la extensa galería fotográfica, con 640 imágenes de la Primera Escuadrilla Azul, algunas de ellas inéditas, extraídas de archivos históricos o donaciones de familiares de antiguos miembros, los cuadros de estadísticas de la Primera Escuadrilla Azul y dos mapas elaborados especialmente para este libro de los distintos lugares y aeródromos.
AVIADORES ESPAÑOLES EN LA URSS
Los 89 aviadores de las Escuadrillas Azules no fueron los únicos pilotos españoles en Rusia. Desde el año 1936 hasta 1940, ochocientos pilotos y observadores aeronáuticos hicieron cursos en sus escuelas soviéticas.
Cuando estalló la guerra había en la URSS un total de 175 pilotos españoles en proceso de formación. Sin embargo, es curioso reseñar que más de una centena decidieron no volar con los soviéticos en la Fuerza Aérea del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. Los que sí lo hicieron llegaron a derribar un centenar de aviones enemigos, sostuvieron cientos de combates y realizaron miles de horas de vuelo. Algunos llegaron a ser ases, es decir, que sumaron más de cinco derribos y combatieron con gran valor, como relata Madariaga en Aviadores españoles en la URSS.
De entre los militares republicanos que se formaron en la Unión Soviética durante la Guerra Civil, el caso más destacado es el de los pilotos y otro personal de vuelo. Aquellos que se encontraban en suelo soviético al acabar la Guerra Civil hubieran deseado en su mayoría abandonar la URSS, pero no se les dio opción. Como se ha visto, algunos acabaron volando con los soviéticos. Pero los que se negaron, como el aviador V. Montejano, fueron confinados junto con otros españoles en el terrible gulag.
Balance de la actuación
De las cinco escuadrillas, el balance presenta pocas pérdidas: 23 bajas de un total de 659 hombres. Alguno de ellos volvería más tarde, como el Capitán Andrés Asensi Alvárez-Arenas, que, capturado al tener que aterrizar en territorio enemigo, fue alejado de los demás prisioneros de guerra españoles y sometido a presiones psicológicas de alto voltaje. Estaría confinado en un gulag y tras 10 años de cautiverio regresaría en el barco Semiramis en 1953 como relata magistralmente Francisco Torres en Cautivos en Rusia.
También, a los aviadores republicanos prisioneros del Ejército Rojo que por no haber querido volar para la Unión Soviética hubieran sido internados por los comunistas en el gulag, el Régimen les permitió regresar a España con los divisionarios españoles a bordo del Semiramis. Los restos mortales del teniente Luis Alcocer, primera baja de la aviación en Rusia, llegarían a España en 2010.
El balance y el promedio de derribo de las cinco escuadrillas españolas se posiciona entre los más altos de la historia de la aviación. 5.086 misiones de vuelo, 4.944 servicios de guerra y 611 combates. Intensas refriegas aéreas y 163 derribos de aviones soviéticos acreditados. Se les concederían por ello a los pilotos ascensos por méritos de guerra, y 26 de ellos llegarían al generalato. Por su brillante actuación, se les reconocería con 16 Medallas Militares Individuales, el segundo galardón en importancia dentro de nuestras fuerzas armadas, sólo por debajo de la famosa Cruz Laureada de San Fernando. Uno de ellos, el Comandante Demetrio Zorita sería el primer español que superó la barrera del sonido en 1954.
En la valoración de su desempeño militar y moral debería dejarse claro que los combatientes de la División Azul, por expreso empeño de Franco, juraron lealtad al Führer exclusivamente en «su lucha contra el comunismo” para luchar en la Unión Soviética. Por tanto, los aviadores de las escuadrillas, a pesar de estar integrados como una unidad de voluntarios en la Wehrmacht y combatir del lado de Alemania, tenían un propósito muy claro: el anticomunismo, íntimamente ligado a la defensa del cristianismo. Valor conexo, pero no estrictamente coincidente con los que impulsaban a la Alemania nacionalsocialista. También debería matizarse que se les estigmatiza por haber luchado junto a Hitler, pero entonces se desconocía la magnitud de sus actuaciones, y sin embargo eran plenamente conscientes de que el comunismo contra el que combatían para ellos era la gran lacra de la humanidad, con decenas de millones de muertos a sus espaldas.
Cielo Rojo, águilas azules, de Daniel Ortega, hace justicia a la valerosa actuación de los pilotos españoles de la Primera Escuadrilla azul, encuadrados en la Luftwaffe, la mejor de las Fuerzas Aéreas de su tiempo. La obra consigue trasladarnos con un realismo casi inimaginable a ese frente de Moscú, donde los españoles se batían con fiereza contra la fuerza aérea más numerosa hasta entonces conocida. Una cruzada en el aire contra el comunismo en el teatro de operaciones más salvaje que ha conocido la humanidad, donde la extensión de las trincheras y los campos de batalla alcanzaba millares de kilómetros castigados por una meteorología implacable.
Las Escuadrillas Azules, volando en los mejores aviones de su tiempo, escribían una gloriosa página de nuestra historia militar. Y, aunque cuestionados ideológicamente por parte de la historiografía, fueron probablemente como el resto de sus camaradas divisionarios: los últimos héroes de nuestra historia bélica. Unos valientes del aire, como reza su himno, espoleados para combatir por una mística misión: “al cielo vacío de Rusia llevar a Dios”.
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