Ayamonte, 4 de enero. Ya 2017
Querido Javier:
A medida que la luz iba configurando formas, colores y las primeras sombras se podía apreciar el prodigio de las plantas, los árboles, la vereda de guijarros, la fachada de la casa. Todo relucía recién lavado por la lluvia. Abrí la estancia de los tres perros y regresé a la casa. Allí escribí lo que sigue:
Caballo de agua
Gotean los platanales y las alambradas
el agua corre, se cimbrea y anega limoneros, arroyos y acequias
todo está arrasado.
Una lluvia de Antiguo Testamento
que enmudecía el llanto de los animales
confundía colores, lindes y se enroscaba
como una sierpe por los olivos
arrastraba camastros y hombres dentro
hacia el mar donde rugía un circo
sus lonas y el mástil a medio caer
las fieras y su domador
aguas adentro hacia los confines del mundo
aquellos sólo conocidos por el holandés errante.
Nadie sabe si ese hombre mira o llora
a lomos de un caballo de agua
si lo que se decía fue espejismo o cierto.
Os aseguro que no fue leyenda de terciopelo
al crucificado vi aguas abajo
hundiéndose y resurgiendo
hasta reposar con otros maderos en la bocana
que a nada ni a nadie hubo respeto
tal fue la cólera.
Los bramidos de los pájaros enjaulados
el desplome de iglesias, cuadras y puentes
las viejas locomotoras y los calendarios
también los libros que habrían de escribirse
todo se fue igualando mientras amanecía
con esa parsimonia apenas conocida por los humillados.
Ahora sólo se espera la nieve
densa, trágica y azul
sobre la piscina desbordada
el hielo más tarde y después la noche
con su tumba de silencio.
Un abrazo,
M
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