Durante su larga vida, José Martínez Ruiz “Azorín” (1873-1967), siempre estuvo ligado al periodismo. Es más, a veces resulta difícil distinguir sus artículos de sus novelas o sus ensayos. Todo es literatura. Fue columnista, corresponsal en París, cronista parlamentario, pero, sobre todo, reportero; hasta en sus columnas hay reporterismo, porque siempre le gustó ser testigo de lo que escribía. En sus textos, utilizaba todos los géneros periodísticos, que concretó en uno solo: el género Azorín.
La editorial Fórcola ha reunido en un volumen los textos de Azorín dedicados a los libros, sobre todo artículos —veinte de ellos inéditos en libro—, bajo el título Libros, buquinistas y bibliotecas y el explicativo subtítulo Crónicas de un transeúnte: Madrid-París. Explicativo sobre todo por dos palabras: “crónicas” y “transeúnte”. Las columnas de Azorín podríamos calificarlas hoy como periodismo narrativo. Su condición de paseante, flậneur, es un factor esencial tanto en su faceta periodística como literaria. La lectura del libro resulta apasionante tanto para el amante de los libros como para los interesados en la dimensión periodística del autor de Monóvar. Y, por si esto no fuera suficiente, desdice la injusta fama que ha arrastrado de escritor plomizo y arcaico.
Sus reflexiones sobre el periodismo conservan una muy sorprendente vigencia. Ejemplos como el que sigue, perteneciente a un artículo de 1926, sobre la responsabilidad de los malos momentos de la profesión son una buena prueba de esa actualidad. “Cuando se habla de crisis de los periódicos españoles, cabe preguntar: ‘¿Cuál es la dirección de esos periódicos?’. Y cuando se escuchan los lamentos de los editores, es inevitable otra pregunta: ‘¿Cómo entienden el negocio editorial los editores?’”.
Ya en 1907, Azorín se quejaba de problemas tan actuales como la falta de atención y la dispersión mental. “Vivimos en unos tiempos en que es necesario, para llegar a alguna parte, hacer muchas cosas; no tenemos apenas sosiego ni espacio para leer; leemos precipitadamente los periódicos; libros, los abrimos con prisa y pasamos del mismo modo la vista sobre ellos”.
Sobre el rechazo a las nuevas herramientas que facilitan nuestro trabajo también opinó, ya en 1929, el autor de La Voluntad. “Prejuicio absurdo creer que un literato no puede escribir a máquina como se escribe a mano —sostiene en ABC—. En 1950 no escribirá nadie a mano y, sin embargo, la literatura continuará en el mismo nivel que ahora, dando, como al presente, obras magníficas y obrejas desdeñables”.
A los directores de hoy también les sería de utilidad la lectura de este párrafo de un artículo de Azorín a propósito de la importancia de la imaginación. Obviamente se refiere a los periódicos de papel, pero bien podría atribuirse a los digitales. “Pensad en el director de un gran diario —propone en un texto de 1925—. Para mantener avivada la curiosidad de un vasto público y hacer que todos los millares y millares de manos cojan con interés su periódico, ha de tener el director de tal periódico un espíritu siempre en ebullición, una mente clara y fértil, una imaginación, en fin, lozana y brillante. Un gran director de periódico ha de ser hombre de una idea nueva cada día. Sin la fertilidad para el artificio cotidiano en el director, no podrá tener interés el periódico.”
Otro factor útil de este libro para el periodista es la posibilidad de empaparse de su estilo, que aunque va cambiando a lo largo de las seis décadas de profesión, nunca pierde su esencia. Es bien sabido que el estilo de Azorín ha sido objeto de encendidos debates literarios, sin embargo, resulta especialmente apropiado para el periodismo. Su laconismo, su obsesión por encontrar la palabra precisa o su contención a la hora de adjetivar son características que mejorarían hoy la calidad de los textos de nuestros diarios.
Además, Azorín, modelo en el uso del idioma, también ofrece su opinión sobre asuntos gramaticales, como el uso de las preposiciones o la puntuación; es muy de resaltar su uso del punto y coma, hoy casi desaparecido. “Cada época ha tenido su manera de puntuar —escribe—; responde la puntuación a evidentes necesidades psicológicas. Tan cierta es esta relación de los puntos y comas con el espíritu, que, aun dentro de una misma época, cada autor tiene sus caprichos y genialidades”.
Asimismo, a lo largo de sus artículos, encontramos su opinión sobre asuntos siempre controvertidos entre los amantes de los libros: ¿Leer en voz alta o para uno mismo?, ¿cuál es el mejor lugar para la lectura?, ¿cuál es el momento más adecuado?, ¿qué libros son más propios para las vacaciones? o ¿qué orden han de seguir los volúmenes de una biblioteca?
Del volumen Libros, buquinistas y bibliotecas, con prólogo de Andrés Trapiello, merece la pena destacar la muy esmerada edición a cargo de Francisco Fuster. Incluye, además, una curiosa selección de fotos de época de librerías de lance, buquinistas, bibliotecas y lectores. Y, como guinda, no se pierdan una jugosa lista de los cien libros que todo buen lector debería leer, elaborada, tras muchos remilgos, por el propio Azorín a petición de la revista Escorial.
Reflexiones sobre la lectura
- “Releer es leer por primera vez”.
- “¿Qué eficacia podrá tener una lectura apresurada? Se lee a veces para enterarse algo; se lee también por delectación. Y esta postrera lectura es la que amamos”.
- “Se lee compenetrándonos con la obra y el autor, o se lee para saber lo que dicen el autor y la obra”.
- “Los libros son como un bebedizo embriagador que nos enajena y nos impide la visión directa de la vida”.
- “Para leer con fruto se debe ir anotando lo que sentimos línea tras línea”.
- “No pongamos límites a las lecturas de los niños (…) Demos de comer intelectualmente a los niños; démosles de comer de todo”.
- ”El joven lo lee todo: El anciano no lee sino lo que debe. El joven lo lee todo y de todo aprovecha poco. El anciano lee poco y de lo poco lo aprovecha todo”.
- “Quien ha vivido la vida (…) sabe hasta qué punto es preciso leer libros y hasta qué otro tener en cuenta lo que dicen los libros”.
- “El hombre de los muchos libros se pasará la vida metido en una biblioteca; no sabrá nada de lo que acontece en el mundo”.
- “Leyendo cuatro o seis páginas se puede juzgar si un libro es bueno o malo”.
- “Leer y tornar a leer. No hay más remedio. Este es mi sino”.
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