En un momento crucial de Carita de ángel, Lily Powers, una joven, maravillosa y magnética Barbara Stanwyck contempla un maletín repleto de joyas y dinero. Medio millón de dólares; la mitad de un millón, el objetivo de seguridad vital que se ha impuesto para cerrar su vida errante y calculada para ascender con su cuerpo por la escalera social. Un hombre, su marido, George Brent, le solicita desesperado es medio millón que le salvaría de la ruina y de la cárcel, y Lily Powers se pregunta si un hombre vale, merece, medio millón de dólares.
En apenas 76 minutos, otra prueba indiscutible de la banalidad retórica y grandilocuente de la duración de las películas de ahora, Alfred E. Green, un veterano del cine mudo en el que comenzó en 1912, desconocido por los Diccionarios de Cine, pero muy apreciado por los estudios y las estrellas, biografía, con un argumento debido a Darryl F. Zanuck, futuro patrón de la 20th Fox, la historia de una chica de un pueblucho fabril de Pennsylvania, explotada sexualmente desde los catorce años por su padre, que alcanza las cimas de la buena sociedad jugando con su cuerpo, encantos y una poderosa inteligencia. El imput de esa fulgurante carrera es su educación en los pensamientos de Nietszche, al que le introduce Grass, un emigrante alemán que se cuenta entre sus rendidos admiradores.
Carita de ángel comienza pues en la miseria, en la degradación humana y social, en un local mugriento, mezcla de speakeasey y burdel, y acaba en un lujoso ático de Manhattan. En el centro del relato la Norteamérica de la Depresión, las injusticias sociales y el vértigo del comienzo de la liberación de la mujer en la jazz age de los locos años 20. Es una fábula moral, Cenicienta revisitada, franca y sincera, que cuenta las cosas sin tapujos, directamente. Lily Powers consigue un trabajo porque exhibe sus encantos y los ofrece a cambio. El tercio medio de la película nos ofrece una vertiginosa sucesión, con una banda sonora que usa el tema jazzístico clásico de Saint Louis Blues, de los ascensos de Lily en la empresa compaginados con los hombres, los amantes, uno de ellos un juvenil John Wayne, que su calculada y fría promiscuidad va dejando orillados en su camino, Mr. Pratt, Mr. McCoy, Mr. Brody, Mr. Stevens, Mr. Carter. Los caballeros sufren, se desesperan, amenazan suicidarse y disparan a sus adversarios amorosos, a la vez que dilapidan su vida y su futuro. De todo ello sale incólume Miss Powers, que pasa del cuartucho de una pensión al penthouse más sofisticado de un rascacielos neoyorquino, una entretenida entronizada en el centro de la riqueza del capital, fría, seductora, una femme fatale, una sirena fascinante ante cuyos encantos nadie puede resistirse.
Green, responsable de un maravilloso y modesto western, Cuatro caras del Oeste, que ya extraje de El Cofre del Pirata, filma Carita de ángel con la elegancia sofisticada de Lubitsch, potenciando las elipsis en los encuentros amorosos, Stanwyck desabotonándose la blusa para impedir que un guarda las eche, a ella y a Rico, del vagón de mercancías en las que escapan del pueblo mientras se desliza hacia la oscuridad de fondo, y la complicidad de Cukor para con los personajes femeninos supuestos dominadores de su destino. Sus movimientos de cámara, sutiles, seductores, nunca funcionales, permiten guiar nuestros ojos, tan pecadores como los de uno de sus amantes, hacia sus deseadas piernas, o con un impagable primer plano pétreo de Stanwyck nos transmite su alma ante la muerte de su padre, un despiadado, racista, explotador, como su imagen reflejada en un espejo permite espiarla desde la mirada ansiosa de un próximo amante. La caligrafía clásica que usa Green para contarnos la historia de Lily Powers, su capacidad para sintetizar el relato, su sabiduría para comprender que la levedad de la trama envuelta en una idea, la estrategia implacable de Lily para triunfar en la vida, objetivada en un guion que prima situaciones antes que trama, personajes antes que acción, requiere la ejecución maestra de un ritmo impecable. Alfred E. Green se nos muestra así como el prefecto cineasta del clasicismo hollywoodiense, más allá del puro ejercicio de un competente artesanado, sino la personalidad de quien entiende visualmente la manera de contar un historia que retrata un personaje.
El tercio final, la confrontación de Lily con el playboy millonario Tresholm, George Brent, una antigua estrella del cine mudo, que preside la empresa cuyos escalones de ejecutivos masculinos han pavimentado el ascenso de Miss Powers, transforma Carita de ángel en un melodrama amoroso filmado con tanta complicidad como inteligencia porque, por primera vez en su vida, la chica de Pennsylvania debe decidir si lo de pensar en sí misma antes que en nadie o en nada vale o no medio millón de dólares. En el cine clásico la narrativa, el itinerario de sus personajes, como proclamaba un juvenil Jean-Luc Godard de los travellings, o es moral o no sirve para nada.
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Baby Face (Carita de ángel, 1933). Producida por William Le Baron y Raymond Griffith para Warner Bros. Dirigida por Alfred E. Green. Guion de Gene Markey (Darryl F. Zanuck). Fotografía de James Van Trees, en blanco y negro. Montaje, Howard Bretherton. Vestuario, Orry-Kelly. Música, canciones Baby Face, de Harry Akst y Saint Louis Blues, de W. C. Handy. Interpretada por Barbara Stanwyck, George Brent, Donald Cook, Alphonse Ethier, Henry Kolker, Theresa Harris, John Wayne. Duración: 76 minutos.
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