El éxito de best-seller juveniles como Los juegos del hambre parece, al menos en su traslación al cine, cosa de hace una década. La precuela de las cuatro películas protagonizadas por Jennifer Lawrence, Balada de pájaros cantores y serpientes, dedicada a la génesis del que fue el gran villano de aquella serie de cuatro películas (y que interpretó con su habitual gracia el veterano Donald Sutherland), surge por eso en la cartelera de 2023 como una maniobra un tanto desesperada y caprichosa. Pero quedarse en eso a la hora de analizar la película de Francis Lawrence resultaría, como poco, una idea un tanto torpe.
Balada de pájaros cantores y serpientes disfraza de relato romántico a lo Romeo y Julieta una historia de pérdida y traición, de novela de aventuras una fábula política tremendamente pesimista. El film tiene momentos espeluznantes disfrazados de espectáculo cinematográfico, desfigurando hasta el límite la concepción de alegre heroísmo que desprende la apariencia impoluta de sus jóvenes protagonistas. Lawrence hace todo lo posible por enfatizar los aspectos más oscuros de la narración, intercalando episodios más amables que hacen más bien poco por compensar el terrible compás moral de una historia de supervivencia física y psicológica.
Naturalmente, eso son las intenciones (loables) del film, aunque otra cosa son los resultados, en ocasiones un tanto difíciles de digerir. Más aún que en las anteriores entregas, la película sufre a nivel narrativo debido a una descomunal duración y un tercer acto en el que Francis Lawrence ensaya la fórmula del relato de espionaje y la doble cara de todos los protagonistas implicados (algo que ya vimos en su infravalorada Gorrión Rojo, que protagonizó precisamente Jennifer Lawrence) pero que no deja de sentirse como un extra descompensado, un epílogo anticlimático.
Necesario como es para poner el colofón del arco evolutivo de su protagonista, el que será futuro presidente de Panem, los últimos cuarenta minutos de Balada de pájaros cantores y serpientes simplemente saturan al espectador y rematan el anticlímax (ya no solo moral, sino también rítmico) del film. Un tanto confusos, en ellos Francis Lawrence manifiesta su enorme gusto por el cine de espionaje y de la guerra fría, porque esa es precisamente la apariencia que adopta la película en sus compases finales.
La factura, sin embargo, es exquisita a todos los niveles, con Francis Lawrence proporcionando su elegancia visual y habitual oscuridad a una aventura que huye de la levedad que le atribuimos a este tipo de espectáculos. Todo esto, y es bastante, resulta loable en una película que hace gala de cierta valentía en el contexto del blockbuster contemporáneo y que trata, a toda costa, de respetar no solo al fan sino también a un espectador generalista que, quizá y no obstante, encuentre difícil encontrar el manual de instrucciones del mundo creado para la literatura por Suzanne Collins.
Esta bien chida aunque exageraron con las canciones
¿Menos complaciente? ¿Y The Marvels?