Es un hecho fortuito que Bad hombre (Random House, 2024) haya sido lanzado al mercado el mismo mes que el autor de la frase que da título al libro es reelecto presidente de Estados Unidos. Si el profesor en The American University, Allan Lichtman —creador de un “sistema de trece claves” para predecir con certeza los resultados electorales desde 1984—, no hubiera fallado por primera vez, Kamala Harris sería hoy la primera Madam President de esa nación.
Algunas de estas acusaciones son falsas y anónimas, como el caso de Laurent, un profesor de la Sorbonne a punto de lograr un ascenso. Un intercambio inventado de contenido sexual en Facebook durante la pandemia hace que la universidad le abra una investigación que acaba con su carrera. Una fiscal determina que la denuncia era fake cuando el daño ya estaba hecho. Asimismo, a la propia escritora en el primer relato, “Vulva inter vulvae”, le retiran la invitación a un festival literario en Berlín al ser señalada de negacionista del Holocausto y de los desaparecidos durante la dictadura argentina —de crítica a la clase política argentina no adolece el texto—. Lola, rica y ninfómana de élite, es la responsable de la movida difamatoria. Se venga de la autora por haberle presentado a un hombre que, según aduce, la contagió de herpes (“Ella tenía un auténtico superpoder, una capacidad insospechada y fuera de serie para controlar la gran bestia contemporánea, las redes sociales”).
En la presentación en La Central de la calle Mallorca de Barcelona a cargo del agraciado verbo y aguda mente de John Carlin, quedó claro que son historias reales vividas por la autora argentina o de las que fue testigo (la autora, por cierto, estampa un beso con pintura roja en la dedicatoria del libro). Pola admitió que son experiencias en Buenos Aires, San Francisco o mientras participaba en el programa para escritores de la Universidad de Iowa que la afectaron de manera directa.
Bad hombre está conformado por cinco relatos autónomos en su lectura, con puntos de conexión y cruce en cuanto a temas y personajes entre ellos y que, en suma, retratan facetas del convulsionado mundo social que vivimos. La última historia, de largo aliento, da título al libro. En estos relatos la narradora se mantiene al margen de la profusa promiscuidad; como observadora sorprendida no participa, más bien habla de su hija Asia y de su marido Emiliano (Kargieman; fundador y CEO de Satellogic). Pola afirmó en La Central que es el primer libro que escribía en el que ella es un personaje (aunque sabemos que es imposible que autor y narrador lleguen a ser el mismo; así se acerquen los dedos índices como en La creación de Adán de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina).
La construcción narrativa con diversas ramificaciones está muy bien lograda. Algunos relatos tienen finales abiertos, como el de “Un galán argentino”, cuando la narradora se coloca, como único atuendo de disfraz de Halloween —en vez del de Sarah Palin—, el nombre de Mateo en la solapa (monstruo). Estas historias transmiten una singular capacidad imaginativa y humorística a partir de irrefutables dramas. Resulta alentador enfrentarnos a libros de lectura adictiva que encienden alarmas en medio de las carcajadas.
Es así como el lector no deja de reírse a lo largo del libro con ocurrencias como las de un convento ciberpunk; Peppa Pig; la Barbie Psycho; el taladro neumático (miembro de Tobías); un tipo llamado El Perro, machista, suerte de arquetipo nacional, quien sería el “Uber de carne en vara” para Mireya, la feminista en “Quiero que me la metas sin tocarme”; la primera Kardashian arqueológica; o la bigamia como parte tácita de la cultura paraguaya como resultado de la guerra de la Triple Alianza.
Por momentos lo hilarante deviene en hipérbole, con referencias a la ciencia y a lo espiritual a partir de los meses que vivió la escritora en Mountain View, gracias a una beca otorgada a su marido por la Singularity University. Aborda el experimento mental de la aplicación Basilisco de Roko, que se encarga de castigar a los que se oponen al surgimiento de una inteligencia artificial general (AGI). O la idea de la primera cadena Starbucks de sexo, en donde las mujeres lograrían orgasmos —como una nueva forma de yoga auténticamente feminista— inducidos por la manipulación de dedos masculinos; orgasmos tan fáciles como servir tazas de café. Esta historia (“Ana”) conecta con la diosa Kali que aparece en la portada: la que asesina a los demonios y aplasta a su marido Vishnú, lo cual concuerda con el retrato que se pinta de hombres aterrados como conejitos en los tiempos actuales.
Otro aspecto que sobresale es la invocación de figuras del pasado como espejo de las historias actuales. Por un lado, el caso de Victoria Ocampo —a la que Virginia Woolf consideró la Sybil de Buenos Aires— es de los mejores pasajes del libro. Victoria, con una riqueza material desmedida, proviene de lo más áureo de la aristocracia argentina. O, del lado opuesto, la entrañable referencia de su abuela, Olga Byrne —a la que dedica el libro—, que aparece en una fotografía de familia de 1937 en la que también está Ana, tía abuela de la autora. Ana es castigada por su marido violento en un extremo de crueldad que, desnuda y humillada, la lleva a la muerte. Al final se conoce que Ana había sido una mujer independiente que recibía atenciones de hombres a cambio de finos regalos y su marido era una suerte de chulo.
Bad hombre tiene además mucho de lo literario, con un aire de campus novel por el entorno en el que se desarrollan las acciones. Y de allí a lo metaliterario es un sello de identidad de esta obra transgenérica llena de escritores y de referentes a escritores, que le da un aire bolañesco. Está presente el mundillo literario con sus rencillas: los muchos intríngulis de la Facultad de Letras y Filosofìa de la Universidad de Buenos Aires; grupos de escritores complotados en Iowa, San Francisco o en una residencia en Montana. Por sus páginas desfilan desde Ricardo Piglia, Macedonio Fernández, Witold Gombrowicz y Phillip Roth hasta Silvia Molloy, que protagoniza un erótico encuentro amoroso con Victoria Ocampo en un cine pornográfico neoyorquino.
Más allá de lo periodístico, enfatizado por Carlin, el libro tiene un acabado en el que la ficción se incorpora entre lo afirmado en la primera página, “esta es una historia real”, y lo asegurado en los agradecimientos: “la sustancia profunda del libro es la ficción”. Allí subyace la constitución proteica de estos relatos escritos con una prosa vigorosa y efectiva.
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Autora: Pola Oloixarac. Título: Bad hombre. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros.
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