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Un barullo de tanques y aviones: la Guerra Civil de Ángel Viñas

Detalle de la portada del libro de Ángel Viñas Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo

El economista e historiador Ángel Viñas Martín lleva tiempo empeñado en demostrar que los sublevados ganaron la Guerra Civil española porque recibieron más y mejores armas que sus enemigos y las pudieron financiar con más facilidad. Ese empeño le ha llevado a escribir diversos libros, unos con más fortuna que otros, reivindicando el papel de una República abandonada a su suerte por Occidente; un relato lacrimógeno y pesimista que ahonda en las desgracias del régimen del 14 de abril, al que considera víctima propiciatoria de conjuras interiores y exteriores que le hicieron caer y desaparecer. Entre esos libros destaca el que hoy comentamos en esta sección, publicado por la editorial Pasado y presente, y titulado “Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo.

Las armas y el oro, de Ángel ViñasPero Viñas, cuyos conocimientos en historia política, económica y diplomática española del siglo XX nadie pone en duda, muestra notables carencias impropias del historiador solvente que pretende ser cuando lo que hay que dilucidar son asuntos estrictamente militares –tema que le es ajeno– o relacionados con el armamento empleado en la guerra española del 36. El profesor recurre en este libro a cuantificar, y a veces cualificar sin conocimiento de causa, las armas adquiridas por ambos bandos, para así afianzar sus tesis sobre lo armados hasta los dientes que estaban los rebeldes, que según él recibieron ayuda infinita de los países fascistas, frente a la cuasi indigencia armamentística de los leales a la República, que se habrían visto superados en todos los sentidos, sobre todo en el primer año de guerra, determinante del devenir de la contienda.

Pese a su ignorancia en un terreno tan resbaladizo y complejo como el de las armas, Viñas quiere compilar –más cuantitativa que cualitativamente– aviones, tanques, cañones y municiones, recibidos por leales y sublevados, para así justificar el resultado del choque. Pero hay que decir que el profesor emplea un método poco riguroso, casi de aficionado, para evaluar las aportaciones armamentísticas foráneas a los bandos en conflicto: sólo considera relevante el material alemán, italiano y ruso, recibido por ambos beligerantes, despreciando, entre otros, los aviones franceses Potez 54, Dewoitine 371/372 o 510 y Loire-Nieuport 46, o los canadienses Grumann GE-23 “Delfín”. Tampoco le interesan los cañones antiaéreos de origen suizo Oerlikon de 20 mm –base de la defensa antiaérea ligera republicana y muy superiores a sus contrapartes alemanes e italianos–, o los suecos Bofors de 40 mm –que estuvieron en servicio hasta finales del siglo XX–, ni los contracarro franceses Hotchkiss de 25 mm –empleados en la Segunda Guerra Mundial por galos y teutones–, y eso sin mencionar otro tipo de artillería o aviones de calidad más que aceptable y en cantidad suficientemente importante como para ser tenidos en cuenta.

"El profesor emplea un método poco riguroso, casi de aficionado, para evaluar las aportaciones armamentísticas foráneas a los bandos en conflicto."

El catedrático los desprecia, al considerarlos, “material ligero, con frecuencia de pacotilla, cañones viejos…” procedentes de los que él denomina “canales subterráneos del contrabando”. Sin embargo, lo que parece ignorar o minusvalorar Viñas es que por esos canales la República obtuvo la friolera de casi 1.500 cañones y más de 500 aviones de todo tipo. ¡Algo que no era una fruslería, precisamente!

Numerosas comisiones formadas por competentes militares republicanos, negociaron en diversos países la adquisición de material bélico, obteniendo dispares resultados, sin duda; pero de ahí a minusvalorar y desacreditar esa dedicación y esfuerzo, obviando toda referencia al mismo, las conclusiones no son de recibo para cualquiera familiarizado con los aspectos técnico-militares del conflicto .

«…La República fabricó algunas, [armas] sobre todo ligeras.» (Las armas y el oro, pág. 27),

Así comienza el libro al que hacemos referencia, y es importante matizar este equívoco aserto, pues las palabras «algunas» y «ligeras», empleadas no casualmente por Viñas, parecen denotar escasa cantidad y muy poca trascendencia en el conjunto del material bélico empleado en el conflicto. Y esto no es, en absoluto, un reflejo fiel de la realidad.

Para cualquier especialista en asuntos militares, o simplemente aficionado que tenga familiaridad con la materia, se consideran a todos los efectos armas ligeras las pistolas, subfusiles, fusiles, fusiles ametralladores, ametralladoras, granadas de mano y morteros de pequeño calibre; y hay que afirmar que, en efecto, la República fabricó armas de estas categorías –y de otras menos ligeras, de las que se olvida Viñas y a las que dedicaremos unas líneas más adelante– en diferentes proporciones, en varias fases de la guerra y en distintos lugares de la geografía española; y su participación en los combates no fue, ni mucho menos, intranscendente.

Baste recordar la pistola «Astra 400», producida no sólo en la fábrica Esperanza y Unceta, de Guernica, sino en Alginet (Valencia), o Tarrasa (Barcelona), en la SAF 290; o la «Isard», fabricada en los talleres del Parque Móvil de la Generalidad de Cataluña. También podemos destacar los subfusiles «EMP-35» –«Naranjero»– fabricado en Alberique (Valencia); el «MP-28 II» –«Churrera»/«Avispero»–, producido en la Fábrica nº 14 de Barcelona y en otra de la capital valenciana; o los «Labora»-«Fontbernat», producidos en Barcelona y en Olot.

También hay que hablar de la granada de mano defensiva «Universal», una de las más empleadas en la guerra, sobre todo en las zonas de Aragón, Valencia y Cataluña, dándose el caso de que fue la única de esta clase que se siguió fabricando en España hasta 1946, recibiendo el nombre oficial de «Universal B-3 de Barcelona de tipo ruso».

En Nules y Buñol (Valencia) funcionó la denominada Fábrica nº 12, en la que se reconstruyeron ametralladoras y se manufacturaron elementos sueltos de varias de ellas. Esto permitió el nacimiento de dos máquinas: la «MG-08 Mixta»de 7,92 mm (germano-soviética) y la «Maxim mod. 1910 Mixta»de 7,62 mm, muy similar a la anterior.

En lo tocante a lanzagranadas y morteros hay que constatar que se realizaron multitud de copias –más o menos artesanales– del «Grenatenwerfer» Krupp mod. 1916, un pequeño lanzador de «trinchera» de granadas de mortero, enviado en cantidades importantes por la Unión Soviética –que Viñas confunde y engloba en la categoría de “pieza de artillería”–. Entre esas copias podemos destacar el modelo «Ferrobellum» o el LG-1, diseñado este último por las industrias dependientes de la Generalidad de Cataluña, y del que a finales de 1937 se habían fabricado ya 280 ejemplares. También se hicieron copias mejoradas del mortero Valero de 50 mm, bajo la denominación CS, con mayor longitud de tubo que aquel.

Tras este repaso casi telegráfico, convendrá cualquiera que conozca el asunto, incluso aunque sea tan lego en la materia como el profesor Viñas, que categorizar como «algunas» –en el sentido gramatical de «irrelevantes»–, las armas ligeras producidas por el gobierno republicano durante el conflicto, es minusvalorar el importante esfuerzo de éste en la producción de armamento ligero, que es lo que, a la postre, hace Viñas en su libro. Lo que es una falsedad, además de una injusticia hacia el esfuerzo de guerra republicano.

Pero es que, además, en varios pasajes del libro Viñas realiza comparativas estadísticas cuantitativas de material bélico que no se corresponden ni de lejos con la realidad. Veamos, entre muchos, un caso en el que, además, me cita a mí como fuente en las cifras de carros alemanes presentes en España en febrero de 1937, cuando afirma lo siguiente:

«… para los carros y blindados, y aun admitiendo la neta superioridad del T-26 (soviético), las fuerzas de Franco recibieron al menos 224 (162 italianos y 62 alemanes) frente a los 166 procedentes de la URSS.»,

y finaliza su aserto con un:

«También en este caso la desproporción, aunque menor (sólo un 35%), parece evidente.» (Pág. 63 Las armas y el oro…)

Yerra Viñas en la aritmética, como le ocurre en numerosas ocasiones a lo largo del libro, cuando afirma sin despeinarse que hasta febrero de 1937 se recibieron en España 162 carros Fiat-Ansaldo CV.33/35 italianos, cifra verdaderamente disparatada. ¿Cómo ha obtenido esta sorprendente cantidad? Él la justifica en la obra que John F. Coverdale publicó sobre la participación italiana en la guerra española; pero Coverdale no dice eso. No, señor Viñas. En la página 170 de la edición española de la tesis de Coverdale («La intervención fascista en la Guerra Civil española», Alianza Editorial, Madrid, 1979) figura un cuadro en el que se detalla el material bélico italiano enviado a España en dos momentos diferentes de la contienda. Dicho cuadro está formado por tres columnas, recogiendo el material recibido hasta el 30 de noviembre de 1936 (primera columna); el enviado desde el 1 de diciembre de ese mismo año hasta el 18 de febrero de 1937 (segunda columna); y el total de las dos columnas anteriores (tercera columna). La información que se recoge en el cuadro es diáfana y muestra que hasta el 18 de febrero de 1937 los italianos habían suministrado 81 «tanquetas» Fiat-Ansaldo CV.33/35.

"¡Qué nefasta manía, la de utilizar los datos objetivos para reivindicar ideologías o justificar ideas preconcebidas!"

El poco objetivo profesor ha sumado alegremente las cifras de las tres columnas (35 + 46 + 81), ignorando que las cantidades mostradas en la tercera, son la suma de las otras dos. Cuestión aritmética que no tendría mayor trascendencia y se podría dejar en un simple error de cálculo, si no fuera por la manía casi obsesiva de Viñas de estar en posesión de la única verdad absoluta sobre la Guerra Civil española, y por proclamar que sus datos son los verdaderos y fiables, frente a una pléyade de «pseudohistoriadores» e «historietógrafos» que falsifican y ocultan con mala fe las cifras para no sé que fines justificativos de ideologías periclitadas. Como si no hubiéramos leído todos los mismos libros y consultado los mismos documentos, y tal vez, en ocasiones, con más atención que el profesor Viñas. O incluso leído algún libro o documento que el profesor, pese a su competencia, desconoce, ignora o no es capaz de interpretar adecuadamente. ¡Qué nefasta manía, la de utilizar los datos objetivos para reivindicar ideologías o justificar ideas preconcebidas!

Habría que concluir, en fin, que frente a los 145 carros remitidos por las potencias fascistas a los sublevados en los primeros siete meses de conflicto, los comunistas soviéticos remitieron 166, un 13% más. Aunque esto suene a menos heroico y no encaje en los planteamientos sesgados de Viñas.

Citando como fuente los Archivos Militares rusos (RGVA), el profesor nos informa también, en la página 69 de su libro, que hasta mitad de mayo de 1937  los soviéticos habían enviado a España 970.700 proyectiles para carros de combate (suponemos de 45 mm, como los cañones de los T-26 y de los blindados BA). Casi un millón. Como por esas fechas había en España 256 carros T-26 y 40 blindados BA, la dotación rozaba los 3.300 disparos por arma, una cifra espléndida en la época. Debido a que cada T-26 podía almacenar algo mas de 100 disparos, la República habría recibido de la URSS unas treinta dotaciones completas de munición por carro de combate, algo que no hay que pasar por alto.

Para hacer la comparativa con los carros alemanes, Viñas cita la obra de Manfred Merkes (Die deutsche Politikgegenüberdemspanischen Bürgerkrieg 1936-1939, Ludwig RöhrscheidVerlag, Bonn 19692ª –edición revisada y ampliada–) y recoge la cifra de 61 Panzer I y 14.400 proyectiles para los mismos (Cuadro nº 6, pág. 70). Donde, si nos molestamos un poco y hacemos las mismas operaciones que hicimos con los soviéticos para obtener el ratio de munición por carro, nos encontramos con la escuálida cifra de 236 proyectiles por cada panzer. Haciendo caso de los datos oficiales sobre la dotación de munición de 7,92 mm que llevaba cada Panzer I para sus dos ametralladoras, que era de 2.250 disparos (1.125 por ametralladora), se da la extraña circunstancia de que los alemanes habrían enviado sólo el 10% de la dotación para un solo día de combate durante en el primer año de guerra. Esto, como puede apreciar el sufrido lector de Viñas, no tiene mucho sentido. Pero el profesor  no nos lo aclara, y ni siquiera duda por un momento de los datos que extrae de la obra de Merkes y que hace suyos en esa tabla, ¡Él, que es tan metódico y tan analítico y se permite repartir por aquí y por allá carnets de historiador fiable…!

Pero no sólo no lo aclara, sino que embarulla aún más el asunto, afirmando en esa misma página 70, lo siguiente sobre los envíos alemanes de munición:

«…Las cantidades de munición eran impresionantes (un millón de proyectiles para la artillería y los carros, 230 millones para la infantería)…»

¿En que quedamos, Sr. Viñas?… ¿Le parece impresionante que para toda la artillería alemana recibida en España hasta entonces (710 piezas según se desprende de los datos aportados por usted –cifra por otra parte errónea–) y para los 62 carros de combate, se remitieran, en conjunto, un millón de proyectiles, cuando previamente no le han parecido lo mismo las 970.700 granadas soviéticas que llegaron con destino a los 296 carros y blindados recibidos por el Ejército Popular de la República?… Curiosa forma de analizar dos realidades parejas. Curiosa vara de medir.

Pese al silencio reduccionista de Viñas respecto a la fabricación de material militar español, hay que decir que la República produjo en cantidades muy apreciables armamento pesado, considerando como tal, blindados o aviones, cuestión no precisamente baladí en el transcurso del conflicto. Y los fabricó con una característica distintiva a lo que normalmente se denomina «producción nacional»: utilizó piezas, materiales, tecnología y asesoramiento extranjero para su producción. Algo que nos lleva a poder interpretar dicha producción como una «importación», aunque sea parcial, y nunca como «producción propia». Y este es un olvido voluntario, y desde luego lamentable para cualquier historiador objetivo, que Viñas perpetúa a lo largo del libro, con un interés machaconamente especial.

En la página 117 de su libro podemos leer estas asombrosas afirmaciones:

«(…) En cualquier caso hay otras razones por las cuales los aparatos (Viñas está hablando de aviones, pero es extrapolable a los blindados) montados en España deberían, en mi opinión, dejarse fuera de la comparación. En primer lugar, porque representaron la puesta en tensión de recursos propios (que se detrayeron (sic) de otras actividades) y en los cuales se inyectó, cierto es, un input extranjero más sofisticado de lo que se disponía localmente. En segundo lugar por motivos político-institucionales. El Gobierno republicano era el legítimo. (…)»

"La legitimidad o no de un régimen es una cuestión ajena, por completo, a una operación industrial y comercial pura y dura. Por lo que aparte de sesgada, semejante afirmación resulta, siendo piadosos, hilarante."

De verdad que a cualquier lector medianamente preparado le costará asumir que el economista Viñas, nada menos, escriba el primer argumento. El segundo resulta sencillamente imposible; la legitimidad o no de un régimen es una cuestión ajena, por completo, a una operación industrial y comercial pura y dura. Por lo que aparte de sesgada, semejante afirmación resulta, siendo piadosos, hilarante.

En el caso concreto que nos atañe, para fabricar blindados o aviones era necesario, primero, realizar un diseño que se adecuara a los requerimientos técnicos del ejército para que éste los empleara en combate. Segundo, contar con elementos materiales para llevarlos a la práctica. Y tercero, disponer de una industria que ejecutara el trabajo de fabricación y/o montaje.

En cuanto a los diseños, no hay duda de que los aportaron los soviéticos: los Brone Avtomobil BA-20 y BA-I, así como los aparatos de caza Polikarpov I-15 e I-16 estaban ya contrastados en la URSS y los empleaba el Ejército Rojo. Los elementos materiales más importantes, chasis, motores, hélices y armamento, fueron importados, produciendo en España sólo elementos menores y la tela de los aviones o la chapa de blindaje de los vehículos, ésta última bajo un estricto control de los técnicos rusos.

Para el montaje de blindados y aviones se utilizaron factorías y personal español, lógicamente, aunque la supervisión y el asesoramiento pasaba por los ingenieros soviéticos desplazados a España. Y si se detrajeron recursos para estos menesteres –como intenta justificar Viñas–, no hay duda que era por una causa que entroncaba con el empeño común de coadyuvar a la victoria en el conflicto armado que se desarrollaba en España. Recursos que también se detraían al descargar los barcos que venían de la URSS con armamento importado, recontarlo, adjudicarlo, repartirlo y aprender a manejarlo. Faltaría más. ¿O no es esto cierto?

La contundencia casi arrogante con la que Viñas reclama la superioridad de sus fuentes –aunque no sean primarias, a él le da lo mismo– hace que emplee frases como esta:

«…Utilizamos, obviamente, los datos soviéticos y republicanos, no las estimaciones o exageraciones que figuran en la literatura…»(Las armas y el oro, pág. 59).

No cabe duda –y en eso debo coincidir con el profesor– de que cualquier investigación que se precie necesita recurrir a la documentación original de época. Pero es que en muchas ocasiones, algunos de los datos contenidos en los documentos –ya sean generados por soviéticos, republicanos, alemanes, italianos, demócratas o nazi-fascistas–, pueden contener erratas, fallos y olvidos de origen, como he podido comprobar de primera mano en mis propias investigaciones como autor y editor de literatura militar, pues hay que tener en cuenta que la documentación la generan seres humanos, y los seres humanos…pueden errar. Sin mala fe, pero pueden equivocarse. Hasta las fuentes republicanas o soviéticas pueden incurrir en errores; posibilidad que en tal caso el señor Viñas parece estimar muy remota. Y también los historiadores, cuando vienen cegados por orejeras ideológicas previas que les impiden abordar de modo ecuánime el material de que disponen.

Y en este punto hemos de regresar al malhadado Cuadro nº 6 del libro de Viñas –al que ya nos hemos referido antes–, en el que el profesor utiliza –dice– datos extraídos de la obra de Manfred Merkes. Me cuesta admitir tantos errores, reflejo sin duda de una absoluta falta de conocimientos militares básicos para acometer un estudio como el que pretende, lleno de tajantes asertos respecto al empleo de «evidencias primarias relevantes de época». Recordemos que el libro de Manfred Merkes, en su última edición, es de 1969. Nada menos. Y la obra de Merkes, además, como sabe todo buen especialista, adolece de muchos errores.

Si sumamos los conceptos que figuran en el cuadro como «Piezas de artillería», «Lanzaminas de 7,5» (Sic), «Anticarros» y «Antiaéreos», obtenemos la cifra de 710 piezas artilleras, que deberían ser, según la teoría de Viñas, las remitidas por Alemania en el primer año de la Guerra Civil española. Pero en la misma página 70, debajo del cuadro tantas veces citado, y en otro palmario ejercicio de confusión al sufrido y a esas alturas desconcertado lector, escribe el catedrático:

«En artillería (piezas de campaña, anticarros y otros) los envíos nazis comprendieron al menos 368.»

¿En qué quedamos, señor Viñas? ¿710? ¿368? ¿De donde obtiene estos guarismos? Aunque Viñas cita en varias ocasiones el libro «El legado de Sigfrido», edición comercial del Trabajo de Investigación Tutelado, presentado en la Universidad de Valladolid por el que esto escribe para alcanzar la suficiencia investigadora en el Programa de Doctorado «Comunicación y cambios en la historia» (y no la Tesis Doctoral, como Viñas afirma, pese a que queda muy claro en la página 4 del mismo), el profesor no ha mostrado confianza en los datos allí contenidos, ni se ha tomado la molestia de contrastarlos y valorarlos, pese a que en la investigación se emplearon fuentes primarias de nada menos que diez archivos militares y civiles españoles, y es algo más cercano en el tiempo que el trabajo de Merkes. Pero claro. Es posible que el profesor Viñas, al no ser suyo, lo tenga catalogado como “literatura”. De cualquier modo, si al menos hubiera tenido la paciencia de comparar las cifras que ofrezco en el estudio con las que aportó Merkes en el suyo, no llegaría a la absurda conclusión de que:

«…antes de que transcurriera el primer año de guerra se había suministrado (…) una enorme masa de artillería, casi la totalidad (227 de 239).» (Las armas y el oro, pág. 102)

Un verdadero lío, este de la artillería. Ningún lector, por muy avispado que sea, podrá decir después de estudiar detenidamente el texto de Viñas, cuántos cañones alemanes llegaron a España el primer año de guerra. Imposible. Ocurre todo lo contrario: rodeado de un aura de magisterio, Viñas se va encendiendo a medida que transcurren las densísimas 500 páginas del libro, llegando a realizar alguna afirmación, cuando menos sorprendente como ésta:

«Sólo desde la ideología es, por ejemplo, posible afirmar que los suministros soviéticos a la República en el primer año, crucial, de guerra fueron superiores a los efectuados a Franco por las potencias del Eje.» (Las armas y el oro, Pág. 75).

La trampa en la que Viñas nos quiere hacer caer –me temo que deliberadamente y con escaso respeto por la  verdad histórica– es precisamente comparar cifras incompletas; cantidades que no son tales, ya que prescinden de información relevante, pues él –y solo él–ha decidido que el armamento que la República adquirió fuera de la URSS fue material de desecho, «cañones viejos…», y que por tanto no debe ser considerado en la comparación. Este es el verdadero problema de credibilidad que plantea el estudio del profesor, y como consecuencia arroja serias dudas sobre su credibilidad, tanto en este como en otros trabajos.

Tanto en cuestiones referentes al material de artillería, como al aeronáutico –no digamos al armamento ligero–, obviar lo adquirido fuera de los canales soviéticos, y despreciarlo en la contabilidad general de las aportaciones foráneas a los contendientes en la Guerra Civil española, conduce a un falseamiento de las cifras, cuestión que a Viñas no parece producirle ningún problema de conciencia, aún sabiendo que  los datos que aporta son incompletos, y por lo tanto no son fiables para evaluar razonablemente el poder militar de ambos contendientes.

Enlazando con la frase de Viñas antes citada, añado yo que sólo desde posiciones ideológicas irreductibles, unidas a una tendencia lacrimógena secular y al escamoteo de información relevante, es viable mantener hoy día la patraña de que los suministros bélicos a la República fueron mucho menores que los efectuados por Italia y Alemania a los sublevados en el transcurso de la contienda civil española. Se podrán discutir muchas cuestiones referentes a calidad, oportunidad, coste, eficacia, etc. Pero obviarlo, simplemente, no favorece la veracidad del estudio. Ni la credibilidad del historiador o de su obra en general.

La réplica a los errores y desaciertos cometidos por Viñas en este libro daría para otro volumen, si no similar, sí importante; lo cual imposibilita, por razones obvias, el dar cumplida cuenta de los mismos en estas páginas. Tras las pinceladas que hemos planteado arriba, quedémonos con tres datos relevantes e irrebatibles que dan un claro mentís al profesor Viñas:

1.- El Ejército Popular de la República fue muy superior a sus adversarios en cuestiones relativas a materiales acorazados –tanques y vehículos blindados de todo tipo– importados todos ellos durante la guerra, fundamentalmente de la URSS.

2.- Ambos contendientes mantuvieron una paridad cuantitativa y cualitativa en lo que respecta a material de artillería remitido desde el extranjero en el transcurso de la guerra, con diversas matizaciones en cuanto a logística, empleo, mantenimiento y municionamiento.

3.- La misma conclusión anterior se puede aplicar a los aparatos de aviación remitidos desde diferentes países a los actores del conflicto con dos matices relevantes: los sublevados recibieron más aviones de bombardeo, y los republicanos, más cazas. Los aviones soviéticos remitidos durante el primer año de guerra superaron con creces en calidad a los enviados por alemanes e italianos.

El problema para los republicanos fue, sin duda, el empleo –llamémosle deficiente, y debido a otras razones– del material militar, en las batallas y combates en los que participaron durante la Guerra Civil española.

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