Foto: Cati Cladera
El Premio Formentor fue concedido por primera vez en 1961. Se celebró con el impulso de las principales editoriales europeas: la española Seix Barral, la francesa Gallimard, la italiana Einaudi o la alemana Rowolth. Jorge Luis Borges y Samuel Beckett compartieron su primera edición, y a ellos siguieron Saul Bellow, Jorge Semprún o Witold Gombrowicz. El nacimiento de aquel reconocimiento entroncó con las conversaciones literarias impulsadas en los años treinta del siglo XX por Adan Diehl, dueño del Hotel Formentor, en Mallorca, y que Camilo José Cela relanzó en los años cincuenta.
El galardón reapareció en 2011 con el reconocimiento al escritor mexicano Carlos Fuentes y posteriormente Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia, Roberto Calasso, Alberto Manguel, Mircea Cărtărescu o Annie Ernaux. Se incorpora ahora al palmarés César Aira, cuya distinción se hizo pública en abril en el Hotel Renacimiento de la ciudad de Sevilla.
Organizado por la Fundación Formentor con el mecenazgo de las familias Barceló y Buadas, alcanza ya la edición de 2021. Décadas después, y en medio de una pandemia, el galardón renueva su compromiso con el cosmopolitismo, la amplitud y el valor literario como piedra angular. “Bajo ningún concepto nos rendiríamos o nos deprimiríamos frente a lo que está ocurriendo”, asegura a Zenda el director de la Fundación Formentor, Basilio Baltasar.
La biografía del premio Formentor transparenta un tiempo y una vocación cultural. Es una institución de la que formaron parte figuras míticas como Claude Gallimard, Giulio Einaudi y un novísimo Carlos Barral, quien describió el proyecto en sus memorias como la continuación del espíritu refinado de las conversaciones recuperadas por Camilo José Cela en la década de los cincuenta. Entonces el Nobel de Literatura había fijado su residencia en Mallorca y como editor de la revista Papeles de Son Armadans, convocó en 1959 las «Conversaciones Poéticas» en Formentor.
Para esta edición de 2021 se ha creado un comité de honor de la Fundación Formentor del que forman parte Roberto Calasso, Antoine Gallimard y Jorge Herralde. Además de recuperar su nombre original, Prix Formentor, el premio retoma su itinerancia, por lo que este año se entregará en septiembre en Túnez y no en Mallorca, su emplazamiento de los últimos años. Tal y como lo define Baltasar, quien ha dirigido instituciones como la Fundación Santillana y sellos como Seix Barral, el Formentor busca animar la energía creativa de la imaginación y rescatar la autoridad artística de la alta literatura, propiciar la admiración por las bellas letras, recordar el valor supremo del lenguaje y reconocer la influencia cultural de la ficción literaria. Es, pues, desde sus orígenes y hasta hoy, un espacio de resistencia.
—Es manifiesta la vocación de la Fundación de propiciar el debate cultural, incluso en un momento de caos e incertidumbre.
—Desde las conversaciones, que celebramos en septiembre, ya estaba muy claro que bajo ningún concepto nos rendiríamos o deprimiríamos frente a lo que está ocurriendo. Se trata de no interiorizar esos mensajes de reclinación. Que seamos diez, veinte o treinta, pero, en cualquier caso, nuestra obligación es celebrar el premio y, como creemos en el potencial cultural de la literatura, con más razón. Justo ahora, la conciencia de esta obligación es, si cabe, más nítida y contundente.
—Estamos en el hotel Renacimiento. Resulta, pues, bastante claro y elocuente que es el momento de resurgir.
—Es una invitación y un guiño de complicidad, con un cierto toque de ironía. En el hotel Renacimiento reemprendemos lo que queremos hacer con mayor furia y energía.
—En Formentor coincidieron editores que compartían una concepción cosmopolita de la literatura. ¿Qué se mantiene en pie de ese espíritu inicial?
—Detrás de los hechos hay una voluntad y unas intenciones. Desde el comienzo, el Premio Formentor ha sido el enclave de una visión, y pertenece a la gran cartografía cultural europea. Todas las complicidades fundacionales se han reunido alrededor de una concepción humanista de lo que es la cultura, una idea que se expresó en los años treinta, sesenta y ahora también. Esas convicciones no tienen nada que ver con el gusto y las apetencias. La alternativa no es entre lo comercial y lo exquisito: el desafío es que tanto Calasso como Gallimard y Herralde han publicado alta literatura al mismo tiempo que han hecho fructificar su negocio.
—¿Qué ha cambiado con respecto 1961? ¿Se publica mejor literatura en sellos independientes? ¿Existe tal cosa como alta y baja literatura?
—Introduzcamos matices. Una cosa es elitismo y otra la minoría. La élite tiene un significado social de clase dominante. ¿Por qué se proyecta ese concepto culturalmente? Pongamos como ejemplo a Samuel Beckett. ¿Cuánta gente leyó y lee a Beckett? ¿Cuánta gente puede leerlo con plenitud de conciencia estética? ¿Es eso una élite? No, es una minoría. Si a la minoría culta la llamamos «élite» se le atribuye un complejo de superioridad y una connotación de dominio que no tiene. Es una idea pérfida, impulsada por la cultura masiva y la sociedad de entretenimiento, que busca arrinconar a las minorías cultas.
—Al fundar el premio, algunos editores vieron con aprehensión a Carlos Barral: ignoraban quién era y temían blanquear el franquismo. ¿Qué de cierto hay en eso?
—Allí hay muchas variables. La mujer de Juan Goytisolo, Monique Lange, trabajaba en Gallimard. Eso propició que se convirtiera en el embajador de Barral. Es él quien lleva la noticia de la idea de crear el Premio. Hay que tener en cuenta que Barral propone el premio, pero Cela ya había creado las conversaciones. Al final acaban por coincidir en el mismo escenario. Cela además tenía un peso importante por Papeles de Son Armadans, una gran revista que unió a todos los escritores del exilio. Luego, la cosa se fue frustrando, porque existía una dictadura, pero él aportó el gran proyecto de una reconciliación que tendría lugar veinte años después. Formentor fue el ensayo de lo que ocurrió en el 77. Se juntaron Max Aub, Menéndez Pidal, Sender… En la revista estaban todos. Fue una aportación estupenda.
—Borges fue, con Samuel Beckett, el primero en ganar el Formentor. Sesenta años después, el premio recae en César Aira. ¿Un ciclo, acaso?
—¡Imagínate qué apuesta! En aquel momento Borges no era conocido. En Gallimard ni siquiera sabían pronunciar su nombre… La misión del Formentor no es subrayar redundancias ni obviedades, sino aportar y poner en escena valores literarios que no forman parte de lo evidente. Tenemos que hacer lecturas culturales, no sólo literarias. El mundo contemporáneo se ha organizado entre el complejo de superioridad de la cultura anglosajona y nuestro complejo de inferioridad. Tenemos una lengua de 450 millones de hablantes, con la cantidad de talento impresionante que conocemos. Lo que haría Francia si América Latina hablara francés. Creo que el premio Formentor lo demuestra con Borges y Gombrowicz, que es polaco pero argentino de adopción, también con Piglia, Manguel y Aira… Esa sucesión encadenada es maravillosa.
—Aira es, a su manera, una rara avis.
—Cada año el jurado redacta un acta con los méritos del conjunto de la obra galardonada. Esta edición hubo un esfuerzo añadido, porque la obra de Aira no había sido todavía descrita. Es algo tan nuevo… Esperamos a que el veredicto ayude a definir la obra de Aira, cosa que no ocurrió con Carlos Fuentes o Javier Marías, porque eran obras que, en el abanico de las modalidades novelescas, eran identificables. En el caso de Aira, él ha creado algo nuevo en cuarenta años y la crítica no ha sabido cómo definir lo que ha hecho. Ha llegado el momento de nombrar a Aira, y esto es lo que intenta el acta.
—En el anuncio a la prensa sorprendió más que el premiado fuese un hombre a que fuese hispanoamericano. ¿Puede más la bandera del género que la del idioma?
—Cada época tiene sus dilemas de referencia y ahora lo es el género. Pero la obsesión del Formentor es la literatura. No hay ningún prejuicio mas que la obsesión de la búsqueda de esa calidad. No vamos a proponer una escritora porque hoy sea más aplaudido y celebrado. De hecho, en el acta se remarca el reconocimiento del ganador por sus logros y virtudes literarias. Y eso lo hacemos cada año con el ganador o la ganadora. Será un hombre o una mujer en el momento en que corresponda. Para todos fue una alegría el premio a Annie Ernaux, esta gran escritora francesa. Y eso es lo que seguiremos haciendo cada año.
—El Formentor nació bajo el ala del mecenazgo, y a día de hoy sigue siendo importante. ¿Cuál es el peso de lo privado?
—El primer Formentor existe gracias al mecenazgo, pero las editoriales independientes que reunimos poseen una riqueza, diversidad, inventiva, capacidad de resistencia y estructuras económicas para soportar los desafíos del mercado. Jorge Herralde decía que las editoriales independientes están condenadas a la calidad y los grandes grupos a ganar dinero. El mercado gana porque es la muestra de las tendencias culturales masivas. Sostener la cultura es sostener la calidad, y nada tiene que ver eso con elitismo ni con el consumo masivo de productos de entretenimiento.
—Europa es un gran telón de fondo de este Premio. ¿Tienen sentido las literaturas nacionales?
—La palabra «identidad» es equívoca y confusa. Es un concepto que aprisiona a los seres humanos. Una cosa es eso que se llama identidad, y otra distinta es la conciencia de pertenecer a un determinado ambiente cultural. Una cosa es tener identidad, que es algo que retuerce la verdadera dimensión de la existencia de los seres humanos, y otra es la conciencia. Pero creer que eso es una identidad, mendicante, prisionera en esas modalidades de agresividad nacionalista, no. La identidad entendida así es arisca y agresiva. Creo que los editores españoles siguen teniendo conciencia de ese gran territorio de la cultura literaria en español. Lo que ocurre es que hay algo que nos produce una cierta confusión. Coloquialmente decimos «España y América», pero son 23 países con una cultura, una industria editorial, un grupo de escritores. En esa situación, España tiene como ventaja la posibilidad de ser el puente entre América y Europa, cultural y literariamente. España se puede permitir el lujo de buscar en cada país aquello que puede encajar en sus catálogos editoriales. Eso es un verdadero lujo, porque hay una industria editorial riquísima en Argentina, México, Colombia… Es una quintaesencia de la que podemos gozar.
—¿Qué necesita el tiempo actual de aquel en el que creó el Formentor de entonces, y viceversa?
—En el sesenta la convicción y la confianza en las propias fuerzas creativas, sabiendo que se estaba conformando una manera de entender la cultura, eran mucho más fuertes que ahora. Creo que aquella convicción tenía algo de aventura cultural en la que la noción de riesgo estaba muy acentuada y nuestro tiempo le podía prestar a aquella generación algo que era imposible que tuvieran, y que es justamente el ejemplo que tenemos de ellos. Por eso están Calasso, Gallimard y Herralde como parte del comité de honor. Es una reafirmación de la importancia que tuvieron como grandes referentes culturales, y sobre todo el papel imprescindible que han tenido y que deben seguir teniendo ellos y sus herederos en nuestra cultura. Tenemos que prescindir de las corrientes masivas, de los productos de la industria del entretenimiento y la cultura del vasallaje, que son tentaciones permanentemente puestas al alcance de la multitud. El Formentor es un espacio de resistencia cultural.
—Claudio López Lamadrid decía que todos los grandes grupos editoriales juntos no bastan para frenar el influjo de Amazon, Apple, Google… ¿Qué apreciación tiene al respecto?
—Claudio fue un excelente editor y aportó sensibilidad y compromiso literario desde un gran grupo editorial. Cuando hablamos de las editoriales independientes no queremos establecer una dicotomía agresiva con los grandes grupos, en los cuales yo he estado, por cierto. Yo he dirigido Seix Barral, he estado en Planeta y Prisa. Si tenemos que buscar un enemigo de la edición cultural, hay que decir que no son ni han sido los grandes grupos, porque contribuyen a la riqueza cultural. Si Random House no hubiese creado la biblioteca de autor de César Aira, hoy nos costaría mucho más encontrar las obras esenciales del autor al que se le ha concedido el Formentor. La dicotomía no es con los grandes grupos, en absoluto. La tecnología y ese conglomerado de GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon) ha gafado la cultura, porque son cuatro empresas norteamericanas que, desde Los Ángeles, han perturbado la cultura internacional. Esto demuestra hasta qué punto la hipnosis gobierna nuestra percepción: que un país tenga tanto peso en el consumo de los demás demuestra que existe un desequilibrio y un peligro.
—Francia ha sido muy directa, poniéndo límites a estos grupos.
—Y otros no. Por ejemplo, la digitalización de los fondos de las bibliotecas públicas que quería hacer Google en Francia, y el gobierno francés se negó. Eso demuestra conciencia de su singularidad cultural y la conciencia de que su patrimonio no podía estar encajonado en los servidores de otro país. Sin embargo, otros, y no quiero mencionar a nadie, no lo hicieron. De esto han pasado unos años y no sé cómo acabó, pero creo recordar que la Biblioteca Nacional de España sí les dio permiso. Y eso es una muestra de lo que ha ocurrido: se pasean con la bandera pegado gritos, pero cuando toca venden Iberia a los ingleses, la compañía eléctrica a los italianos o el grupo editorial español más importante a los finlandeses. Han desguazado España.
—¿Quiénes?
—Todos los gobiernos: Aznar vendió Iberia, Zapatero vendió la industria eléctrica y ahora el actual ha permitido que una empresa importantísima, como es Santillana, por determinados apuros, se la hayan dado a los finlandeses. Estamos hablando de la empresa de la educación. Unos hacen las cosas por acción, iniciativa de privatización, y otros por omisión, indolencia o ignorancia.
—Ante ese panorama, ¿por qué existe todavía Formentor? ¿Cómo explicar el premio a quienes no lo conocen o no están familiarizados?
—¿A cuál te refieres? ¿A la historia de los sesenta o a la de 2011?
—Me refiero al espíritu del premio a lo largo de su historia. A pesar de las interrupciones, continúa.
—Hay varios saltos en la historia del Formentor. El más radical es el del nuevo milenio, porque fue un salto inaugurado por la demolición de las Torres Gemelas. Esa demolición es una metáfora: se derrumbaron principios, convicciones, historias que quedaron en la ruina polvorienta de esa explosión. Lo importante con respecto a Formentor es que cuando renace interpela qué es lo que hay en Europa y en España. Por un lado, premios institucionales que hacen aportaciones estupendas: el Reina Sofía, el Cervantes, el Príncipe de Asturias. Por otro, aportaciones riquísimas a la cultura de los premios de editoriales: el Herralde, el Biblioteca breve del Seix Barral, que yo recuperé en 1999, y tantos otros. Cuando nos planteamos retomar el Formentor, quisimos dibujar un mapa de Europa preguntándonos qué era aquello que no existía, que no había. Pues Formentor. El premio ocupa lugar porque no rivaliza: se complementa con todos. Ellos hacen aportaciones estupendas y nosotros hacemos una aportación singular, con una filosofía y una mirada y con la conciencia de enriquecer Europa.
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