Para lograr una definicion precisa acerca de lo que es un aforismo, habría que escribir muchos buenos, que asediaran su esencia desde diversos ángulos, o una larga y densa monografía. Es como decía Agustín de Hipona a propósito del tiempo: uno cree saber intuitivamente qué es un aforismo, pero la cosa se dificulta y enreda al querer explicarlo.
Es, de antiguo, uno de mis géneros favoritos. Leí de joven todos los clásicos, desde los fragmentos presocráticos hasta los moralistas franceses, de Nietzsche a Lec, de Lichtenberg a las greguerías de Ramón, de Canetti a Jules Renard, de Antonio Porchia a Cioran. Practiqué su escritura (también, claro, como casi todos, el oblicuo plagio), logrando, como cualquiera, algunos buenos.
Precisamente la práctica del género, ya como lector, ya como autor, me ha llevado a adoptar, entre tanto, una posición escéptica, por dos motivos:
Uno: En un buen momento, cualquier persona inteligente y culta puede escribir aforismos. Lo difícil, si acaso, es hacer de ello profesión.
El otro: Un buen aforismo pretende proporcionarnos una vislumbre inesperada y profunda sobre algún tema. Pero esa aprehensión es ilusoria y perecedera: no se puede comprender de refilón ningún aspecto de la realidad de manera profunda, y menos aún definitiva. El aforismo no ilumina verdaderamente ningún aspecto del ser, solo suscita, apenas y por un breve instante, la sensación de que así fuera.
Suspension of disbelief (suspensión de la incredulidad) llamó Coleridge a la sabia actitud del lector que interrumpe su actitud crítica para poder disfrutar de la literatura (se quedó corto: en realidad necesitamos esa virtud para poder vivir). Aplicada al proteico aforismo, esa máxima nos insta a entregarnos a sus fugaces seducciones, como si los afeites fueran el verdadero cutis.
A estas melancólicas cavilaciones me lleva la lectura de tres pequeños volúmenes de Ricardo Virtanen: Pompas y circunstancias (2008), El funambulista ciego y Bazar de esquirlas (ambos de 2019). Me concentraré en el último, que apareció hace unos meses en una colección dedicada, admirablemente, al género aforístico, y que incluye nombres tan impares como Vauvenargues, Tagore, Pessoa, Rafael Barrett, Khalil Gibran y Oscar Wilde.
Una forma de justicia es evaluar un libro por lo que el autor se ha propuesto hacer. Al comienzo de Bazar de esquirlas Virtanen ofrece, “a modo de introducción”, algunas reflexiones sobre el género que viene practicando:
Mi concepto de esquirla no quiere solo acercarse al tejido fragmentario, también se asemeja al aforismo que prefiero: breve, poético, ingenioso, contundente.
[…]
Mis aforismos actuales denotan cierta condición de desgajamiento, de meteorito deambulante, de porción irreal, de esquirla sin cuándo ni porqué.
[…]
Así mis esquirlas, pese a su brevísimo cuerpo, quieren indagar en aquello que la realidad no nos muestra en una primera impresión.
Algunas muestras, escogidas al azar, confirman esas convicciones:
El que desea emprende un camino sin retorno.
¿La realidad encoge cuando la pensamos?
Al dolor no le tiembla el pulso.
O esta, que parece proferida por algún inexistente dios, que abarcara los eones con su mirada:
La eternidad dura un instante. La vida, todavía menos.
A la entrada del Infierno, Dante esculpió esta lapidaria y amenazadora frase: Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate. Menos iracundo, más cortés, Virtanen cierra la introducción de su librito con la frase: “Pasen y vean, y después juzguen si les atañe.”
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Autor: Ricardo Virtanen. Título: Bazar de esquirlas. Editorial: Renacimiento. (Colección A la mínima). Venta: Amazon
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