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Ben Hecht, el periodista que puso a sus colegas en «Primera plana»

Ben Hecht, el periodista que puso a sus colegas en «Primera plana»

Pasó a la historia como el mejor guionista de todos los tiempos. Sin embargo, poco se ha dicho de su decisiva influencia en la creación de la imagen del periodista, del espejo en que muchos se miran desde entonces. Pese a su feroz caricatura, no hay periodista que no haya encontrado en su redacción personajes como Walter Burns o Hildy Johnson. El creador de este estereotipo fue Ben Hecht (1894-1964), reportero él mismo y autor, junto a su colega Charles MacArthur, de Primera plana, el retrato más descarnado, y aún hoy no superado, del periodista.

Descubrir más a fondo a Ben Hecht, más allá de sus películas, no es tarea fácil, especialmente en español. Esencial para conocer su personalidad es su autobiografía: A Child of the Century (1954), no publicada en España, y de la que algo se puede extraer en la película de Norman Jewison Los locos años de Chicago (1969). Esencial es su antología de artículos breves A Thousand and One Afternoons in Chicago. También la última biografía, Fighting Words, Moving Pictures, de la norteamericana afincada en Jerusalén Adina Hoffman, publicada el pasado año por Yale University Press, dentro de su colección Jewish Lives.

"Hecht acabó desencantándose de la causa al comprobar la fuerte división entre los grupos sionistas y, de hecho, nunca viajaría al Estado de la tierra prometida"

Estos datos son pistas suficientes para anticipar que la biografía de Adina Hoffman se centra principalmente en el Hecht activista judío. Cuando nadie en Estados Unidos se preocupaba por la tragedia que vivían los judíos en Europa, en plena Guerra Mundial, Hecht ya advertía del Holocausto, no solo en sus escritos, sino también como agitador capaz de llenar el Madison Square Garden para llamar la atención sobre el drama judío.

El mayor fracaso del periodismo

La temprana advertencia de Hecht nunca ha sido suficientemente valorada. Hay que tener en cuenta que no fue hasta noviembre de 1942 cuando el Departamento de Estado confirmó las informaciones que hablaban de dos millones de judíos asesinados y que la matanza no había hecho más que empezar. Para hacerse una idea del interés que provocó la noticia en Estados Unidos, basta decir que el Washington Post la escondió en la página 6 y el New York Times la relegó a la página 10. En 2001, un ex director de este último periódico, Max Frankel, definió la negligencia como «el mayor y más amargo fracaso periodístico del siglo XX».

"En su día fue conocido como reportero, dramaturgo, novelista, pero sobre todo por ser un provocador y por su ingenio chispeante"

Hecht continuó su lucha como propagandista de los grupos terroristas que en Palestina intentaban expulsar por las armas al ejército colonial británico para fundar el estado de Israel, lo que motivó que sus películas fueran prohibidas en Inglaterra. Hecht acabó desencantándose de la causa al comprobar la fuerte división entre los grupos sionistas y, de hecho, nunca viajaría al Estado de la Tierra Prometida. Con el tiempo, recibió el agradecimiento de notables personalidades, como el primer ministro israelí Menahen Begin, quien incluso acudió a su funeral, donde proclamó: «Hecht escribió historias e hizo historia».

Fue «el más grande guionista americano», según la influyente Pauline Kael. Fue «el genio que inventó el 80 por ciento de lo que vemos en el Hollywood actual», llegó a proclamar Jean-Luc Godard. Fue guionista, acreditado o sin acreditar, de Notorious, Primera Plana, Scarface, Lo que el viento se llevó, Cleopatra, Extraños en un tren, Enviado especial, El beso de la muerte, Duelo al sol, Gilda, La diligencia, El prisionero de Zenda… La lista resulta tan abrumadora que sería impensable entender el cine del siglo XX sin él. Pero aquí lo que nos interesa es el Hecht periodista.

El periodista convertido en mito

En su día fue conocido como reportero, dramaturgo, novelista, pero sobre todo por ser un provocador y por su ingenio chispeante. En un amplio perfil publicado el pasado año en The New Yorker, David Denby definía a Hecht como «una figura marginal de la literatura, pero una gran influencia en la cultura popular del siglo XX». Y esa influencia se encuentra en sus guiones y, muy especialmente, en su pieza teatral The Front Page (1928), origen de cuatro versiones cinematográficas.

Ese prototipo de periodista creado por Hecht está directamente inspirado por su propia experiencia. En sus memorias, describe de forma muy gráfica cómo le influyó esa tribu de la que formaba parte:

"La primera redacción que pisó Hecht, la del Chicago Daily Journal, se parece mucho a la de Primera plana, a juzgar por la descripción del pariente que le enchufó allí siendo aún un imberbe"

«Estoy seguro de que no había ni experiencia ni astucia suficiente entre todos nosotros para regentar con éxito una tienda de caramelos. Pero teníamos una posición ventajosa. No estábamos dentro de las rutinas de la codicia humana o las pretensiones sociales. Carecíamos de buenas maneras… Nosotros, que no sabíamos nada, hablábamos con un aparente conocimiento abrumador, costumbre de la que yo, por mi parte, nunca me he recuperado. Los políticos eran unos delincuentes. Los líderes de las causas eran unos sinvergüenzas. La moralidad era una farsa llena de asesinatos, violaciones y nidos de amor. Los estafadores dominaban el mundo y el diablo cantaba por todas partes. Estos descubrimientos me llenaron de una gran alegría».

¿Personajes de ficción o reales?

Cuando se le achacaba, cosa frecuente, haber inventado los personajes de Primera plana, por lo increíbles que parecían, Hecht replicaba explicando cómo actuaban «exactamente» los periodistas que conoció y cómo se veía a él mismo:

«Éramos una tribu de borrachos surtidos, poetas, ladrones, filósofos y pordioseros jactanciosos, Superhombres con los cuellos sucios y agujeros en los pantalones, siempre a la última pregunta. Y nos mostrábamos desdeñosos ante el mundo desde nuestras limusinas y nuestras casas sin hipoteca. Éramos cínicos sobre todas las cosas en la tierra, incluyendo el tiránico diario que nos ofrecía salarios de miseria y nos explotaba, y por el cual, tras una retahíla de maldiciones, estábamos dispuestos a morir».

Bien es cierto que todo lo que decía Hecht —y lo que dicen la mayoría de los periodistas— hay que tomarlo siempre con pinzas. Su poco respeto a los hechos ya lo advirtió otro periodista en 1973: «Hecht nunca fue un escritor que dijera la verdad cuando un brebaje podía darle alegría a su prosa». Claro que quien esto afirmaba era nada menos que Norman Mailer, todo un experto sobre la verdad, los brebajes y la literatura.

La primera redacción que pisó Hecht, la del Chicago Daily Journal, se parece mucho a la de Primera plana, a juzgar por la descripción del pariente que le enchufó allí siendo aún un imberbe: «Un lugar cavernoso, atiborrado de largas mesas, escritorios, máquinas de escribir y hombres en mangas de camisa, algunos gritando, algunos durmiendo con sus sombreros inclinados sobre sus ojos… Para él [Hecht] fue amor a primera vista.»

Nace el mito del periodista

En el perfil de The New Yorker, se recuerda que «en la prensa de Chicago de aquellos años había periodistas que realizaban trabajos serios, como investigadores de la corrupción o reporteros de guerra, pero lo que a Hecht le fascinaba era el submundo, tan viril, de los informadores de sucesos y política, con sus cigarros y escupideras, sus tabernas y burdeles, y sus puntos de vista sobre las mujeres. De sus experiencias dramáticas, pero divertidas, entre estos maleantes novelescos —todos exudaban literatura—, Hecht extrajo algo memorable, el mito del periodista».

"El periodismo, como a tantos colegas, acabó siendo demasiado limitado para alguien como él, con aspiraciones artísticas"

Hecht, trabajador infatigable, tras patear muchas calles inmundas y llevar a primera página los sucesos más truculentos, pronto se convirtió en una estrella del periodismo. El influyente Chicago Daily News se fijó en sus artículos y lo incorporó a sus grandes firmas. Allí escribió una innovadora columna diaria que tituló 1,001 Afternoons in Chicago (1.001 tardes, o sobremesas, en Chicago). Se dedicaba a deambular por la ciudad y provocaba encuentros con personas corrientes, a las que convertía en protagonistas de sus columnas.

Apenas tenía veintitantos años y ya había exprimido todo lo que el periodismo podía ofrecerle. Su etapa como reportero estaba a punto de acabar. El periodismo, como a tantos colegas, acabó siendo demasiado limitado para alguien como él, con aspiraciones artísticas. Se mudó a Nueva York, un lugar donde esperaba que sus dotes literarias serían más apreciadas que en la prosaica Chicago. Pronto llevó sus ansias literarias a los círculos culturales. Editó revistas especializadas y participó en tertulias con escritores tan notables como Theodore Dreiser (Una tragedia americana), Sherwood Anderson (Winesburg, Ohio) o Carl Sandburg (el gran biógrafo de Lincoln).

Luna nueva, de Howard Hawks (1940).

Pero, ¿por dónde empezar a escribir? Lo más lógico era aprovechar la propia experiencia para crear una historia de éxito que le diera de comer. Y así lo hizo. Junto a Charles MacArthur, otro desertor de las redacciones, escribió Primera plana. Esta farsa satírica fue estrenada en Broadway con tal éxito que fue calificada por escritores tan eminentes como Tennessee Williams o Tom Stoppard como un hito teatral. Llegaron a reconocer que la obra resultaba tan rompedora y provocativa que había abierto el camino a toda una generación de dramaturgos que revolucionarían la escena.

"Acostado en la cama a deshora y leyendo La decadencia y caída del Imperio Romano, recibió lo que su biógrafa Hoffman describe como el telegrama más legendario en la historia del cine estadounidense"

Ambientada en la sala de prensa de un juzgado, Primera plana cuenta la historia de unos periodistas de raza pendientes de la ejecución de un infeliz anarquista. Los reporteros son, en palabras de David Denby, «como cables eléctricos enredados que no cesan de proferir insultos, de calumniarse unos a otros y que hablan a gritos con sus redacciones». Denby llega a hablar de «una historia de amor» entre el reportero Hildy Johnson, que amenaza con dejar la profesión para casarse, y su director, Walter Burns, que acomete las tretas más inverosímiles para retener a su estrella. Es una historia de amor frecuente en la profesión, en la que se presume de estar «casado con el periodismo». En la adaptación de Luna nueva (Howard Hawks, 1940) incluso se cambió el sexo del reportero para construir una historia hetero, que fuera más asimilable por el público de la época.

A finales de 1936 se produciría otro hecho que iba a cambiar su destino. Acostado en la cama a deshora y leyendo La decadencia y caída del Imperio Romano, recibió lo que su biógrafa Hoffman describe como «el telegrama más legendario en la historia del cine estadounidense». El mensaje urgente era de su amigo y colega periodista Herman Mankiewicz, el futuro guionista de Citizen Kane, que había cambiado la redacción por el mundo de Hollywood a principios de ese año. La misiva no podía ser más tentadora:

«¿Aceptarías trescientos por semana por trabajar para la Paramount? Todos los gastos pagados. Los trescientos son cacahuetes [calderilla]. Millones esperan que alguien los recoja, y tu única competencia son idiotas. No lo dejes pasar».

Ben Hecht, experto en contar historias gracias al periodismo, hábil como dramaturgo para escribir diálogos afilados, era justo lo que Hollywood necesitaba entonces. Chicago perdió a su gran periodista y Broadway a un gran autor, pero el cine ganó a su mejor guionista, el hombre que creó el mito del periodista llevando a sus colegas a la primera página de la cultura popular del siglo XX.

(Sirva esta profusión de referencias como pista para editores españoles que se animen a acercarnos la figura de Ben Hecht, capital en la historia del cine y del periodismo).

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