Leo Reinas del abismo, editado recientemente por Impedimenta, con la sensación de conocer de algo a muchas de las autoras inglesas y norteamericanas de los siglos XIX y XX que ya por entonces escribieron relatos de lo extraño, lo terrorífico, lo siniestro. Imagino a esas mujeres como auténticas pioneras en el arte de derribar muros invisibles. Casi es como si tuviera delante a las primeras que decidieron hacer lo que nadie esperaba de ellas. Las veo colocando una horquilla más en sus aparatosos moños, ataviadas con pesados trajes victorianos y sentadas en la cocina frente a una página en blanco, iluminadas por el tibio resplandor de un quinqué, pluma en ristre, robando horas al sueño o a las ocupaciones diarias para cumplir ese sueño de escribir, cuando era algo tan difícil, mucho más incluso que ahora.
Qué maravilla leerlas y encontrar en ellas a tus hermanas, a tus semejantes. Es emocionante descubrir en su asombro y su temor ante la realidad y sus misterios tus propias inquietudes. Qué reconfortante saber que otras son tus antepasadas en ese necesitar las historias para librarse de un miedo o para deleitarse en el gusto por la fantasía y la narración. Qué necesarias todas ellas para elaborar la genealogía de las autoras de lo fantástico, que a veces sentimos que somos hijas del aire, nietas de nadie. Pienso que la antología donde aparece recogida esta corte de grandes reinas abismales salda una deuda. En el libro se les da voz, se reconoce que estuvieron, que fueron y escribieron, aunque de algunas de ellas no conociéramos ni sus nombres, mucho menos sus casi siempre intrincadas vidas personales o sus atribuladas trayectorias literarias. Este volumen las trae de vuelta, les concede el lugar que les pertenece, en tanto modelos para las creadoras posteriores, porque para imaginar o escribir necesitamos referentes próximos, espejos en los que encontrar un reflejo familiar, la certeza de que formamos parte de una larga cadena que no se romperá si todas somos capaces de encontrar un eslabón previo al que aferrarnos. Son muchas las virtudes que pueden destacarse, además, del repertorio de escritoras y textos seleccionados. Por una parte, al ir leyendo sus historias caemos en la cuenta de que estas mujeres eran grandes lectoras de la literatura fantástica del momento en que les tocó vivir y plasmaban, al igual que sus contemporáneos masculinos, los temas y motivos que triunfaban en él. Evidentemente, algunos textos caen en los efectismos tan del gusto decimonónico, usan y abusan de determinados elementos muy socorridos, como el sueño premonitorio o los finales tremebundos. Pero, cabría decir aquí, en ese sentido no se trata de un defecto, de una falta de habilidad narrativa de las autoras, sino más bien de un mal común, puesto que lo mismo nos ocurre al leer determinados cuentos firmados por escritores a veces muy célebres que simplemente seguían corrientes, tendencias de moda en su tiempo.
Es cierto que además en bastantes de los pertenecientes a la primera época se observa la aparición de arquetipos femeninos que tienden al maniqueísmo y que también responden a una corriente ideológica basada en la superioridad del varón que estaba muy en boga. El papel asignado a la mujer casi siempre se relaciona con rasgos como su delicadeza, su naturaleza frágil y su pasividad. Predominan las hijas inocentes, las esposas muertas, las estatuas. Casi nunca toman la iniciativa, casi nunca actúan como dinamizadoras de la trama y cuando esto sucede el motor que guía al personaje es un defecto moral, como la avaricia o la maldad que esconde su belleza fatal. En contrapartida, muchas de las autoras fueron capaces de ingeniárselas para encontrar los resortes necesarios que les permitían contar con agilidad. En varias piezas, por ejemplo, se parte de un diálogo inicial que sitúa al lector frente a dos personajes que conversan e informan de aspectos fundamentales de la trama, ahorrándose una descripción más prolija y seguramente menos eficaz. Resaltaría, además, la variedad de temas y enfoques de esta maravillosa caja de galletas surtidas en las que podemos encontrarnos casi cualquier elemento del mundo de lo fantástico sobrenatural, ya sea profano o religioso, del acervo gótico, pasando por incursiones en lo policiaco, lo terrorífico o la ciencia ficción en algunos de los textos más sobresalientes. Desfilan por las historias de estas damas oscuras no tan conocidas como merecieran vampiros, fantasmas admonitorios, estatuas que cobran vida, circes italianas, vampiras infantiles, dobles, pitonisas, amas de casa maravillosamente perturbadas… En muchos casos los cuentos ofrecen un fondo costumbrista, el retrato de un escenario real. Algunos nos muestran a las protagonistas recorriendo las calles de Londres en busca de un modesto apartamento o adentrándose en la Alabama profunda para censar a sus habitantes más recónditos, reflejando de este modo el afán de independencia de las propias autoras. Pero además, ese decorado basado en un mundo reconocible casa muy bien con la creación de atmósferas inquietantes, tan útiles en las piezas de narrativa breve, que no pueden desdeñar el efecto cómplice, la inquietud, que generan determinados espacios. El sombrío dormitorio en una casa ajena en el que pernocta el hombre que acude a la llamada de su esposa moribunda o el humilde piso londinense que resulta ser una casa con fantasma que aguarda a su próxima inquilina dan cuenta de lo bien utilizados que están sobre todo los interiores domésticos. No ha de extrañarnos: la mujer observa con ojos de creadora y reinventa en muchas ocasiones aquellos recintos en los que tradicionalmente transcurre su vida de esposa y madre.
Sé ya que un buen puñado de los cuentos recogidos en Reinas del abismo se quedan en la biblioteca mental de esta lectora para siempre. Destacaría sobre todo cinco, muy diferentes entre sí. El primero de ellos es “De entre los muertos”, de Edith Nesbit, fechado en 1893, que aborda el regreso del otro mundo de una mujer que acaba de morir y el rechazo que genera en su esposo ese retorno antinatural que ha transformado a su amada en un ser distinto, al que ya no puede acercarse sin experimentar una sensación de asco y extrañeza. Me gusta mucho cómo la autora concibe la muerte en forma de viaje sin billete de vuelta, y me ha recordado el argumento de “La resucitada”, de Emilia Pardo Bazán, que es algo posterior y se centra en la perspectiva de la propia muerta al enfrentarse al miedo y la repugnancia que causa en los que antes la querían. En el caso de ambas historias las autoras encuentran un cierre magistral y escalofriante, a la altura de la atmósfera claustrofóbica y el clima de desasosiego que van desarrollando a lo largo de las dos tramas.
Otro de los textos que me han sorprendido gratamente es el curioso experimento a medio camino entre el ensayo y la narración fantástica que despliega Frances Hodgson Burnett, creadora de la exitosa novela El jardín secreto, que se aprovecha de la propia peripecia vital y se inspira en uno de sus viajes en barco a Norteamérica para escribir “Una Navidad en la niebla”, que data de 1915. A través de un ingenioso mecanismo narrativo, el desdoblamiento de la propia autora en un alter ego soñador y tendente a lo novelesco, la Dama Romançiera, revive con intensidad algunas de sus experiencias, desde una perspectiva muy literaria. En este compendio ensayístico y narrativo a la vez, la pasajera de primera en un barco atrapado en la niebla del muelle en Liverpool en vísperas de Navidad observa cómo la manta amarilla y nebulosa se cierne sobre la cubierta y los otros viajeros, dotándolo todo de un aire de irrealidad. Reflexiona entonces sobre los niños que se hacinan en las dependencias de tercera clase y decide llevar a cabo un pequeño milagro navideño para que esos chiquillos emigrantes nunca olviden el trayecto que los lleva, supone esperanzada, a un nuevo mundo. El relato tiene mucho de lúcida crítica social, de señalamiento sutil de la penosa situación de tantos niños y niñas que malviven y sufren en el Londres implacable del siglo XIX, pero no pierde su esencia literaria ni cae en el mero informe gracias a ese ambiente fantasmal desde el que la narradora que aguarda a que comience su travesía relata sus pensamientos y su decisión de hacer algo para cambiar la vida de los más vulnerables.
Otro de los argumentos que más me ha interesado ha sido “A la luz de las velas”, que lady Eleanor Smith escribió en 1932. La autora, una aristócrata de espíritu inquieto y transgresor, muy aficionada al circo, relata la llegada de una gitana al jardín de la mansión en el que un grupo de damas y caballeros disfruta de una cena y juegan hipócritamente a mantener las apariencias, a pesar de las infidelidades que casi todos ellos ocultan. Es uno de los textos más brillantes por su estilo, sutil y malvado a la vez, con el que deja al descubierto los secretos de la alta sociedad, así como por lo sorprendente del desenlace, un auténtico canto a la libertad personal que representa la zíngara.
El cuarto cuento-abismo que destacaría es, sin duda el publicado en 1952 por Margaret St. Clair, “La isla de las manos”, que toma como punto de arranque el dolor inconsolable de un hombre que ha perdido a su esposa en un accidente aéreo. El hecho de no haber recuperado su cuerpo para completar el proceso de duelo es el detonante para que decida viajar al lugar donde se estrelló el avión y encontrar el cadáver y darle sepultura. Pero las cosas se complican cuando el viudo y los pilotos contratados para emprender la búsqueda llegan a una extraña isla. La autora juega con el simbolismo del espacio insular, muchas veces relacionado con lo desconocido y lo inexplicable, y retuerce de forma prodigiosa una trama en la que no falta el motivo clásico del doble pero en la que, además, se nos lleva a reflexionar sobre el peligro que entraña ese deseo eterno del ser humano de controlar los límites de la vida y la muerte. El desenlace es el que me ha resultado más inquietante, uno de esos falsos cierres que hacen que el lector piense a menudo en lo que pudo suceder mucho después de llegar al punto y final del relato.
Por último, mencionaré “Los indeseados”, de Mary Elizabeth Counselman y fechado en 1951. Cuenta la historia de una mujer que trabaja como visitadora del censo de población y debe adentrarse en un inhóspito paraje montañoso del sur de los Estados Unidos en el que conocerá a una extraña pareja, absolutamente antagónica entre sí. Él, manco y malcarado, recibe de forma hostil a la recién llegada, mientras que su esposa, mucho más joven y de carácter inocente y sociable, le da la bienvenida y le va presentando a su curiosa prole, una caterva de niños muy diversos que enseguida llaman la atención de la narradora. De forma muy hermosa se aborda el tema del amor maternal, esa necesidad de amar a otro ser humano que va más allá de las normas que rigen nuestro mundo.
En definitiva, una de las conclusiones a las que llega cualquiera que se acerque a esta excepcional antología es que la literatura no mimética, tantas veces considerada un vehículo perfecto para escapar de la realidad, es ciertamente un instrumento muy útil para expresar el temor a la muerte o el dolor que produce en el ser humano la ausencia de un ser amado, pero también las injusticias que sufren los más indefensos, la maternidad como obsesión o el deseo inalcanzable de romper los yugos que nos impone la sociedad. Temas, como se ve, nada alejados del territorio que las autoras recorrieron a lo largo de sus vidas y que sigue siendo el nuestro en la actualidad. No me cabe duda de que cada una de estas dieciséis mujeres se enfrentó a sus propios abismos sin perder el equilibrio. Vencer el miedo a escribir y las limitaciones impuestas por la sociedad de su época fue el primer precipicio al que se asomaron y quizás el que más vértigo les causó. El segundo les permitió descubrir en el fondo del alma humana una colección de sombras perturbadoras como el enigma de la muerte, la traición, la locura o el amor doloroso que inspiraron sus relatos.
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Autor: Varias. Título: Reinas del abismo. Editorial: Impedimenta. Venta: Todostuslibros y Amazon
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