Para muchos escritores escribir es confesarse. Plasman sobre las hojas en blanco sus pecados, esas palabras jamás pronunciadas. Purgan, en esas historias, las rencillas y malentendidos cotidianos. El acto de escribir se erige como la revelación de la esencia del ser humano. Para otros muchos escribir es sanar, es reconciliarse consigo mismo y con los demás.
Se publica en España (varios años después de su primera edición) la novela Para Helga, de Bergsveinn Birgisson, una novela que es esencia humana y también reconciliación.
La editorial Lumen desempolva una historia de amor epistolar, Para Helga, una larga conversación sobre el dolor y la infidelidad. Es esta novela el testimonio de un hombre que ama, que amó y que desea que esas palabras de amor se perpetúen. Para Helga se aferra a la tierra y a la poesía, para mostrarnos una historia de amor que trasciende más allá de su época.
La novela es una extensa carta de amor de Bjarni a Helga. Es la crónica de una infidelidad anunciada. Es una declaración de amor explícita en la que Bjarni revive recuerdos y sensaciones vividos con Helga. La novela vio la luz gracias a Karl Ove Knausgård, que quedó deslumbrado por la narrativa de Birgisson y la publicó en Pelikanen, su editorial. Ha sido traducida a ocho idiomas y de ella se prepara una adaptación teatral.
Birgisson se apoya en los mitos clásicos nórdicos para abonar el terreno fértil de su imaginario. El protagonista es un hombre de campo habituado a recitar poesía. Bjarni se sumerge con placer en los grandes relatos islandeses y alimenta ese amor por la literatura por medio de un club de lectura que coordina en el pueblo.
Llega puntual a la cita con Zenda el escritor Bergsveinn Birgisson. El autor islandés habla con nosotros sobre mitos locales e historias universales. Conversamos sobre el deseo y el amor baudelaireano, sobre el peso de la ficción y la confluencia entre dos mundos en apariencia distantes. La tarde fría de enero se vuelve cálida con su relato.
Comenzamos.
—¿De dónde procede esta historia?
—La historia surge de mí y del hecho de que me crié en dos ambientes: por un lado, en un entorno urbano y por otro, en el campo; mis padres, por un lado, en la ciudad, y mis abuelos, que eran del campo. Los veranos los pasaba en el campo, en una granja pequeña que tenían mis abuelos, pescando, cazando y trabajando la tierra. Esa es básicamente la cultura que viví y que quería transmitir en esta historia. Así que he sido pescador, y además empecé a salir con mi propio bote a los 16 años.
—¿Por qué cree usted que Bjarni se decide a contestar la carta de Helga?
—La respuesta a eso tiene que ser que ni siquiera está seguro de haber tomado en la vida la decisión correcta. No está convencido de haber elegido bien. Supongo que, de alguna manera, trata de reconciliarse con las decisiones que tomó a lo largo de su vida. Veo la carta como una reconciliación consigo mismo.
—En la novela se presupone el contenido de la primera carta, la de Helga a Bjarni. ¿Qué le escribe ella para despertar los recuerdos de toda una vida?
—Ya me han pedido más de una vez que escriba también la carta de ella. En realidad, de lo único que nos enteramos es de que ella quería invitarle a la ciudad de Reikiavik, a iniciar una nueva vida con ella, que también le amaba, que quería que estuviese con ella. Aunque Helga también llevaba la amargura de sus propias decisiones, de haberle dado tal vez la espalda. Creo que la carta de Helga le llega a Bjarni no muchos años después de que ella hubiese dejado el campo para irse a la ciudad. Él la deja sin responder, no contesta la carta hasta que está, por así decir, con un pie en la tumba. Para él, además el personaje lo dice: “Ha sido importante para mí saber que estabas allí, y que estabas dispuesta a aceptarme. Y con eso me basta: que me hayas querido, que me hayas deseado y que quisieras que estuviera contigo”. No sé si ahí nos estamos metiendo un poco con un amor baudelaireano clásico o no, no me atrevo a decirlo. Pero sí que hay algo muy irracional sobre éste, sobre todo esto, ¿no? Además creo que en algún momento el personaje lo dice: “Es rarísimo haber amado a alguien toda tu vida y no haber hecho prácticamente nada por acercarte a ella”. Con lo cual, de cierta manera, él también duda, incluso se sorprende a sí mismo con esto.
—En Para Helga tienen mucha importancia los rumores o las mentiras sobre la vida de Bjarni, su personaje. Quería preguntarle qué peso cree usted que podría tener un relato que es ficticio sobre la realidad.
—¡Menuda pregunta! ¡Muy interesante! Básicamente, ¿me estás preguntando, por ejemplo, lo que te puede hacer la literatura de ficción a ti como persona? ¿O a alguien?
—Sí.
—[Risas]. De acuerdo. La verdad, no sé si puedo plantearme responder una pregunta de tanto calado. Creo que es más una cuestión para un filósofo que para mí. Pero pensando en mi vida personal, hay libros que me han causado una impresión tan duradera, que me han hecho ver las cosas desde un ángulo completamente diferente. Por supuesto, éste ha sido siempre el significado de la novela. ¡Cervantes!, sé que lo sabes, y lo sabrás mejor que yo: lo que hizo fue darle la vuelta al mundo y ponerlo de cabeza. Grandes teóricos de la novela, como Mijail Bajtín, han dicho que ésa es precisamente la esencia de la novela. La novela existe precisamente para eso, para ver el mundo al revés, para verlo desde un ángulo diferente y volver a repensarlo todo. Esto nos lleva a Sklovski, a los viejos formalistas rusos que hablan de la expresión artística. Se supone que la novela te ayuda a ver algo desde una perspectiva nueva que jamás antes se te habría ocurrido. Para mí, en esta novelita (little novel) me gustaría que pasara algo que hiciera a la gente pensar en sus propias decisiones, las que han tomado en su vida. Hacerles pensar si podrían haber hecho las cosas de otra manera y cómo habrían sido las cosas si hubiesen decidido algo diferente.
—La vida de Bjarni pivota sobre el deseo no consumado por Helga. ¿Pueden los deseos gobernarnos?
—El deseo es una fuerza de la naturaleza que actúa a través de nosotros. No sé si te refieres al deseo en plan Baudelaire, porque a lo mejor uno puede desear, por ejemplo, ser un motor del socialismo, o uno puede desear una sociedad mejor, uno puede desear ayudar a los demás. No deja de ser deseo. Creo que el deseo romántico o el deseo erótico puede ser destructivo si lo llevas a cuestas durante toda la vida. Digamos que no es necesariamente la fuerza más constructiva que tenemos. Ni tiene por qué serlo. Ciertamente sí que veo que ahora la gente usa cosas como Tinder donde, semana sí, semana no, están buscando novio nuevo, novia nueva. No creo que por eso la gente sea más feliz. Creo que en nuestra mentalidad esta persona amada, y esta relación con el otro, se supone que tiene que dar sentido a nuestras vidas. La verdad es que da un poco de miedo, o bastante. De hecho, creo que puede ser la razón por la que muchas personas llegan a ser muy infelices.
—¿Amar es elegir?
—No del todo. Creo que el cuerpo elige por ti. Hay una cosa muy antigua que subyace a lo que deseamos. Es la elección que asignamos al intelecto. Pero además existe la elección que viene desde el corazón. Creo que todas estas historias —desde tiempos de Ovidio pasando por Shakespeare— provienen siempre de esa idea del imposible, de ese amor imposible que todos buscamos.
—Para Helga está plagada de referencias a cuentos, mitos islandeses como la saga de Nial, de Grettir o de Egil. Usted es filólogo en literatura nórdica. ¿Qué importancia tienen estos mitos, el folklore nórdico, en su literatura?
—Al menos en este libro (porque de alguna manera elijo una estética distinta para cada libro) quería mostrar a este granjero, que es un hombre que lee sagas, que lee poesía. Porque recordemos que el prototipo de granjero es gente que lee (al menos en Islandia es así). Muchos de ellos se saben de memoria pasajes enteros de las sagas antiguas. Estoy mostrando a esta persona, más que a un personaje, porque sabes que en cada área del país tienen su propia saga (si vives en un determinado paisaje, la saga no se te olvida, ¡lo tienes delante de los ojos!). El recuerdo de estas sagas persiste entre los que viven ante ese paisaje. Eso era lo que quería mostrar en el libro. Trato de mostrar el proceso mental de este granjero; de la misma manera trato de crear metáforas e historias orales que reflejen su manera de pensar, su mentalidad. Ése es un aspecto del oficio de escribir. Para mí, sin embargo, esta estética antigua de las sagas, me parece que esa generación (los que nacieron a principios del siglo XX, en 1910 o 1920) guardaba aún esa estética de contar grandes historias en pocas palabras. Cuando suceden grandes acontecimientos lo cuentan con pocas palabras. He tratado de respetar y honrar eso.
—¿Cree que es posible que la literatura contemporánea pueda reescribir esos mitos clásicos?
—La cuestión es que cuando dices reescribir… Creo que esos mitos que nos llegan de las épocas clásicas (esas historias de la tradición grecorromana, de la tradición nórdica) son cosas esencialmente humanas, o al menos relacionadas con la forma en que hemos definido a los humanos. Siempre nos estamos refiriendo a estas historias, estamos aludiéndolas. Y sí entiendo lo que dices cuando hablas de reescribir, y para ello, por supuesto, necesitaríamos nuevos entornos, pero en el fondo seguiría siendo el mismo mito, la misma historia. Creo que la literatura clásica nos puede ayudar a entender la esencia de lo que significa ser humano. Es muy importante leer los clásicos. Por supuesto, es igualmente importante crear nuevos mitos, nuevas historias. Ésa es en el fondo la esencia del arte, de ser artista. Si analizas la literatura moderna buena, lo que encuentras son las mismas historias de siempre, las mismas que encuentras en la literatura clásica. Es decir, hay poco nuevo bajo el sol [Risas].
—Su novela tiene una sexualidad primitiva y rural a la que en la literatura en castellano no estamos muy acostumbrados. Es ese uno de los motivos por los que su narrativa atrapa: es una mezcla entre un lenguaje muy sencillo junto con una lírica que camina pegada a la naturaleza. Gran parte de la sensualidad que emana de la obra viene por medio de esas descripciones de la naturaleza. ¿Por qué lo ha hecho así?
—Antes que nada quiero decir que estas metáforas un poco “viejunas” que te encuentras en la literatura antigua (en las que se compara el cuerpo de la mujer con la descripción de la naturaleza) vienen ya desde la literatura grecorromana clásica. No es nuevo. Lo que pasa es que en nuestra tradición tampoco estamos nada acostumbrados a esto, a pensar que un granjero de cierta edad sea tan abierto sobre su sexualidad en el papel. A nosotros también nos sorprende, pero es que cuando vas a trabajar con ellos en el campo, te das cuenta de que el lenguaje que usan es muy sensual, y las historias que cuentan también lo son. Decidí adoptar al granjero en ropas de faena, como si dijéramos, capturarlo en su mundo de trabajo, tal y como es. Más allá de eso, es que Bjarni está ya tan mayor que está casi senil, y se pierden muchas inhibiciones. ¡Sale todo tal como viene! La idea principal de esto es que no hace falta ir a Silicon Valley para encontrar vida erótica o imágenes eróticas. La erótica está y debería estar en todas partes, en todos los contextos, con todo tipo de formas corporales. Para mí es importante mostrar eso.
—En su novela el personaje principal vive dos vidas: la vida del campo (la manera de ser más rudimentaria) y la ensoñación poética o musical. ¿Cómo conviven ambas?
—Hay un escritor muy conocido de Islandia, que ganó el Nobel en 1955, Halldór Laxness, que lo describe muy bien al decir: “Si no vives en la Poesía, en la Poesía con mayúsculas, en el pensamiento poético, no puedes sobrevivir”. Cuando te pones a pensar en lo que eso significa, es muy interesante. Por ejemplo, mi abuela, que era una señora del campo, que se ocupaba de las ovejas, que ordeñaba las vacas… Ella no tenía muchos libros, pero sin embargo tenía muchos de poesía, y se los sabía de memoria y los recitaba constantemente. Eso para mí fue una escuela inmensa. Es decir, puedes vivir con la poesía en tu corazón y darle alas a la vida cotidiana con ella.
—Para Helga es una historia de dolor y de infidelidad. ¿Cómo se sobrevive a ambos? ¿Dónde encontramos analgésicos a los que agarrarnos?
—No estoy muy seguro de que tengamos calmantes para esto. No creo que haya analgésicos para esto, porque en el fondo es parte de lo que significa ser humano. Si fuésemos completamente racionales, habríamos encontrado algún analgésico hace ya años, sin duda. Sabes que en Oriente se dice que el camino a la felicidad es ancho y fácil, pero la gente prefiere los caminitos estrechos y con desvíos.
—Esta obra es un texto en el que vislumbramos una historia de amor solo desde el punto de vista del hombre. Conocemos la mitad. ¿Qué cree que habría respondido Helga a esta extensa carta?
—Me imagino que se habría cabreado muchísimo con este imbécil [risas]. Afortunadamente, la carta no le llega nunca. En todo caso la veo a ella como una persona más centrada que a Bjarni, es una mujer más práctica. Él vive más en el corazón, en su visión de lo que son las cosas, en su cabeza. Mientras que ella es una mujer moderna, pragmática, quiere hacer cosas, quiere arreglar cosas desde un punto de vista práctico, ella se desprende y va a la ciudad, y, sobre todo, trata de buscar su felicidad en esta nueva forma de vida. De alguna manera podemos decir que Helga es una feminista precoz, digamos, en estos primeros años del feminismo. Ahora, no me corresponde a mí decir qué es bueno y qué es malo, ni cómo distinguimos lo uno de lo otro. Mi proyecto aquí es formular preguntas. Creo que si Bjarni tiene algún punto fuerte (que lo tendrá), corresponde al lector decidir qué está bien y qué está mal en esta historia. Por eso siempre digo que Bjarni es un personaje abierto.
—¿Cree usted que las palabras pueden enmendar los errores de una vida?
—Sí. Por supuesto, la palabra (una para todo) es “reconciliación”. Lo llamo «aparato» en el sentido de que te ayuda a buscar coherencia y a sentir que no estás solo en el mundo. Básicamente, estoy convencido de que el escritor actual, si volvemos a la Edad de Piedra o al hombre primitivo que se sentaba junto al fuego, nos damos cuenta de que él es el que pone nombre a las cosas, el que nombra lo que ocurre, y los que se sientan en torno al fuego están ahí para decirle: “¡Claro que sí! Te entiendo. Entiendo esa sensación. Gracias por ponerle nombre”. Si el idioma, si las palabras no nos reconcilian o no nos unen, no se me ocurre otra herramienta que lo haga. ¿Qué sería? ¿Un masaje? ¡Yo qué sé! ¿Alguna forma de expresión curativa para enmendar, como decías, esos errores? Como escritor tengo que creer en la palabra, tengo que creer en el idioma, si no, no me dedicaría a escribir.
—Karl Ove Knausgård elogió esta novela y la publicó en su editorial. Para Helga ha sido nominada al Nordic Council Literary Prize, al Icelandic Literary Award y al Dublin Literary Award, y merecedora del Premio de los Libreros de Islandia, del Premio de los Lectores de Nantes y del Premio Amphi. ¿Qué tal lleva los elogios y los premios? ¿Le condicionan de alguna manera a la hora de afrontar otros proyectos?
—Trato de no pensar mucho en ello. Tengo la suerte de que además esto viene siempre después de escribir el libro. Yo soy muy crítico con todo lo que hago. Casi no me gusta nada de lo que escribo. Por eso estoy siempre tratando de hacer algo mejor.
—La novela es una confluencia entre dos mundos, el del progreso, la tecnología y la evolución, y otro que invoca a volver a los orígenes, a lo sencillo, a la naturaleza. El protagonista legitima el mundo rural como manera de formarse una individualidad al margen de la masa urbana. ¿Cree usted que la vida en la naturaleza nos puede ayudar a conocernos como seres humanos?
—Claro que sí. En el fondo es una contradicción lo que has mencionado, y es muy importante abordar esa contradicción. He sentido que en Islandia es importantísimo abordar esa confluencia, porque se está produciendo la evolución de una a la otra con mucha rapidez. La gente deja el campo y se va a la ciudad. Creo que es una de las grandes mentiras oficiales (esto de decir que la vida está sólo en la ciudad, ganar dinero, hacerse rico, ser famoso…). Veo que la gente se pierde en este tipo de sueño. Siento un enorme respeto por las personas que no han leído tantos libros, que no han tenido tanta formación académica pero que sin embargo son personas con un pensamiento muy profundo. Trabajar en la naturaleza, estar con la naturaleza, de alguna manera afecta a la mente positivamente. Tal vez podríamos decir que “puedes oírte pensar”. Más allá de eso, esto tiene un aspecto pragmático: al estar en contacto con la naturaleza aprendes a encontrar soluciones y aprendes a aplicar tu fantasía para resolver lo cotidiano. Al hablar con estos campesinos me he dado cuenta de que tienen esa inteligencia, pero sin embargo hay algo en la mentalidad de las nuevas generaciones que se está marchitando. Hay algo que tienen estos campesinos que la gente de la ciudad no tiene. Ten en cuenta que todo lo que te digo es muy banal, ¿eh? Pero no es mi culpa [se encoge de hombros], la vida es así.
—¿La vida entera es poesía?
—En realidad ahora muy poco de la vida es poesía. Todo es ficción. Toda esta creencia en las teorías modernas postcapitalistas de cómo debemos vivir no es más que una ficción, pero también una religión. Ahí es donde empieza el problema. Eso es lo que me preocupa: eliges una forma de vida, que se convierte en tu religión. No sólo religión, ¡te vuelves fundamentalista! Ahí es cuando empiezas a matar la poesía. Cuando te haces fundamentalista dejas de ver la poesía. Cuando adoptas una única forma de ver las cosas o de pensar.
—¿Podría contarnos quiénes son sus referentes literarios?
—Es muy variado, y además varía tras cada proyecto. Recientemente, como acabo de escribir una novela histórica del siglo XVIII, he estado leyendo a Leibniz y a filósofos de los siglos XVII y XVIII y autores de la época como Voltaire. En este libro estuve mirando la novela del campo, sobre granjeros. Por ejemplo La buena tierra, de Pearl S. Buck. Buck es una autora americana cuyos padres eran misioneros en China y se la llevaron allí. Escribió esta novela fantástica sobre pequeños agricultores chinos. También Knut Hamsun, un autor noruego que tiene una novela potente, La bendición de la tierra. Es un hombre revolucionario en Escandinavia en el ámbito literario. Su obra Hambre es la primera novela moderna de Escandinavia. En Islandia están Laxness y los independientes. Podría mencionar más referencias, pero lo normal es escribir en ellas en tercera persona (como si el narrador estuviera al lado del granjero). Pero mi intención era convertirme en él, hablar en primera persona, contar desde su cabeza su proceso mental. De alguna manera, creo que eso es lo más importante que recordar ahora, ese impacto que tiene la naturaleza sobre la mente humana, que a mí me parece interesantísimo porque siento que lo estamos perdiendo con esta industrialización a saco que estamos viviendo. Con este mundo tan calculado siento que estamos perdiendo eso.
—¿Por qué eligió el género epistolar para contarnos la historia de Helga y Bjarni? ¿Qué referencias tuvo en este sentido?
—Por la misma razón que te contaba antes: quería meterme en su mente, y como tenía que ser en primera persona, se me ocurrió que… ¡tenemos esta tradición tan bonita de escribir cartas de amor! Además es un género que tiene mucho tiempo, no es nuevo. Me pareció un buen momento para reivindicar el género epistolar y escribir una larga carta para contar esta historia.
—¿Cuáles son sus próximos proyectos literarios?
—Acabo de publicar, antes de Navidad, un libro en Islandia. Una novela histórica ambientada en 1785, época en que casi desapareció Islandia (se quedó en 38.000 habitantes) por una erupción volcánica que duró un año y medio. Ahora estoy escribiendo sobre un historiador olvidado del siglo XVII. Me encantan esas épocas que precedieron el pensamiento racional, antes de Descartes, antes de la forma empírica de ver el mundo, antes de que empezásemos a categorizarlo todo, antes de que empezásemos a medirlo todo, justo antes de convertirnos en amos y señores del planeta. Creo que en esas épocas hay muchas respuestas para que podamos vivir de otra manera. Tengo por ahí dos novelas en el horno, a la espera. Decía Horacio: “Escribes un poema, lo metes en sal ocho años, y después de ese tiempo lo sacas a ver si todavía es bueno. Si es bueno, entonces ya lo puedes entregar al mundo [risas]. No es una filosofía fácil de seguir hoy día, pero conviene recordarla.
***
Cierra así, con esta reflexión de vida pausada, la conversación el escritor islandés. Su editorial acertó con esta filosofía de la espera por la buena literatura. La novela salió de la sal, del norte de Europa y aterrizó tantos años después en las manos de sus lectores que solo conocen la sal por el Mediterráneo. Después de esta espera, la calidad de la novela sigue inmutable, sobrevive a este viaje nómada y literario. Sobrevive a la reflexión que parece asociada al mundo contemporáneo. ¿Es posible vivir sin prisa? ¿Es posible amar sin prisa?
Birgisson sonríe antes de irse, este hombre sabio que acaba de aflorar desde los mares profundos precartesianos. Sonríe antes de irse y sabes que él ya tiene las respuestas a las preguntas que la novela plantea, que muchas de ellas también se conservaron en ese saco de sal a esperar a sus lectores.
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