“Somos supervivientes del sistema escolar español”. Un apretado auditorio de adolescentes graba con su móvil lo que dice Javier Ruescas, un prescriptor 2.0, alguien cuyos vídeos en Internet sobre libros pueden llegar a acumular más de diez mil visitantes en apenas un día. “Hemos conseguido leer a pesar de nuestros profesores”, agrega el booktuber con la lógica atronadora de las matemáticas y el estrellato. Quien lo escucha hablar se siente más de un siglo pasado de lo esperado. Nunca la levita de un pobrecito hablador pareció más jurásica, pensó quien ahora escribe.
Hace una semana, en la Feria del Libro de Madrid —sí, esa, la que invitó a Francia como país homenajeado en el V centenario de la muerte de Cervantes— tres jóvenes participaron en una mesa sobre los booktubers y su impacto en el mundo virtual y real. ¿Qué es tal cosa como un Booktuber? Pues básicamente adolescentes que, utilizando su canal de Youtube, recomiendan y hablan sobre libros. En muy poco tiempo, menos de cinco años, han cautivado a su abultadísima audiencia y a una industria editorial que ve en ellos la mejor arma para batirse a duelo con los números rojos de las pocas ventas. Han llegado los booktubers a salvar los muebles, piensan los fundamentalistas del Perogrullo. Ni tan tan, ni tan poco.
Estos jóvenes que recomiendan lecturas hablan desde Stevenson y literatura fantástica hasta clásicos. Una de las pioneras y más conocida Booktubers, la mexicana Fa Orozco, ha llegado a comentar el clásico medieval El Conde Lucanor, un vídeo que le ha reportado cientos de miles de visitas y es ya un imprescindible ala hora de explicar el fenómeno. El éxito, que nadie sabe exactamente a qué atribuir, tiene algunos rasgos. Que estos chicos no son un youtuber cualquiera ni se inscriben en la escuela del Rubius, una celebridad que igual saca a pasear una salchicha por un centro comercial como bebe leche por la nariz.
Los booktubers dejan claras varias cosas. No son críticos literarios, ni periodistas, ni siquiera siguen una agenda –piden a las editoriales que se abstengan de enviarles novedades, porque reseñarán lo que les interesa; toma ya-. Lo de ellos es algo así como una feligresía del libro impreso. Aquella tarde en la feria, de los cinco Booktubers más conocidos en España, tres ocupaban su sitio en la mesa: el ya aludido Javier Ruescas, May R. Ayamonte y Fly like a butterfly. Estas dos últimas son veinteañeras y cuentan sus seguidores por miles: más de sesenta mil la primera y más de cien mil la segunda. Incluso hasta se juntaron para escribir una novela.
Se dice que el origen de los booktubers está en los vídeos en los que chicas y chicos muestran sus últimas compras de ropa. Y si hay quienes muestran sus zapatillas y hacen de eso un alegato, pues están también los que enseñan los libros que se han comprado en el último mes, o en una semana. Sus comunidades de seguidores los devoran al instante. Miles de adolescentes buscan sus monólogos, rastrean sus preferencias y manías, qué portadas les gustan o cómo ordenan su biblioteca. Porque eso sí: la puesta en escena importa. Y mucho. Un Booktuber de verdad habla frente a su biblioteca, muestra su desorden u orden, toca los volúmenes, explica el año de esta o aquella edición. El libro como objeto físico es importante, fundamental, para ellos.
Según el Observatorio de la lectura de 2014, la actividad lectora entre los 15 y los 25 años tiende al crecimiento, mientras que esa misma curva se desploma a partir de los cincuenta. ¿Se llenan las estadísticas de supervivientes como la red de espontáneos? Difícil de precisar. Estos chicos ni son Bernard Pivot ni les interesa serlo. Y puede que, probablemente, a ellos los conozcan más personas que los que leen al pope francés.
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