Foto de portada: Lucía Ortiz Ramírez
Su nombre es María José Rangel pero la llaman Marijose, Majo y sobre todo Cerebro de Mono, apodo inspirado en una leyenda que circula en su familia, porque, según cuentan, su padre tomó hormonas de mono para concebirla. Y así salió la niña. Una criatura vivaz, inquieta y lista como un simio. ¿Gorila, orangutana, bonobo…? Después de conocer su historia yo la imagino como una ágil chimpancé que experimenta una singular metamorfosis hacia otras especies: tigre, serpiente, incluso ballena. Pero no adelantemos acontecimientos. Majo la llamaremos para ahorrar letras, y es la narradora y protagonista de Genética de los monos, un relato con cuya idea matriz María José Ramírez recibió el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada 2021. Ha sido editado este otoño en España por Almadía, un sello de origen mexicano que ha publicado también a otras ganadoras del citado premio, creado tras la muerte de la poeta que le da nombre, fallecida precozmente en trágicas circunstancias, en julio de 2017 tras ser devorada por una ola en una playa de Oaxaca.
El primer tercio del libro es un delicioso Bildungsroman o novela de crecimiento, de una niña mexicana que podría vivir en cualquier parte del mundo. Cuando llega a la edad adulta y nos presenta a sus parejas pierde un poco el ritmo, pero lo recupera con brío en la parte final en su búsqueda del parto natural ideal en albercas, tinas o playas alicantinas. Como constata Francisco Goldman en la contraportada, se trata de una obra «que transporta a una especie de profundo hechizo conmovedor y entretenido, es a la vez espectacularmente original y hermosamente modesta, y quizá por eso me recordó a una de mis novelas favoritas, Léxico familiar, de Natalia Ginzburg».
Francisco, el padre de Majo, la incitó a que contara esta crónica familiar, y ella cumplió con creces. Habla de los seres más íntimos y cercanos, de los conflictos a los que se enfrenta una mujer en sus circunstancias, una hija de familia de clase media en Ciudad de México sin mención explícita a la violencia, aunque presente en el trasfondo. Y empieza fuerte, hablando de sus abuelas: «Mi abuela Isidra, veinte años menor que mi abuelo, criando a sus ocho hijos. O de nuevo Candelaria: quince embarazos, nueve hijos, laborando todos los días de su vida y levantando del piso los calzones que mi abuelo Juan se quitaba por las noches cuando volvían juntos del trabajo. Siento furia por ellas. Soy la violencia de todas, más la mía propia».
Hay rabia en sus palabras, pero jamás amargura ni resentimiento. Cerebro de Mono camina hacia delante con la cabeza muy alta. Es la benjamina de cuatro hermanos, dos chicas bastante más mayores que ella y su hermano Manuel, del que la separan dos años y medio.
«Mi hermano me mostró su pene y me señaló el pubis.
—Tienes como una casita».
Compañeros de juegos y peleas por un tiempo. «Fue duro irlo perdiendo con el paso del tiempo, conforme se convirtió en un puberto y desarrolló una completa aversión a mi presencia». Puberto, changarro, teporochos, zape, jalón… son algunos vocablos que ponen un toque de picante mexicano al texto, o frases tan contundentes como: «Pero ese güey es súper malacopa, María José».
Cerebro de Mono nos habla de su idolatrado padre, un tipo con el corazón tan grande que tiene suficiente amor para colmar a dos familias, divorciado de la primera y con otro hijo de la segunda. De una madre multitareas capaz de atender su vida profesional y a sus cuatro hijos sin despeinarse, y más adelante desfilan sus primeros novietes, luego sus amantes, hasta que construye con el Arquitecto su propia familia, porque ella es muy de montar manada.
El cuerpo de Majo es también protagonista. Desde la curiosidad por los misterios de la reproducción, ese libro prohibido, De dónde vienen los bebés, a la primera sangre de la menstruación. «¡Felicidades! ¡Ya empezó a funcionar la fábrica!», le dice eufórico su padre. Majo se enfrenta a la perplejidad, el pasmo y el miedo a las mudanzas de su anatomía, un proceso que culmina con el embarazo y complicado parto de su primera hija, Luz, tan apegada al útero de su madre que hay sacarla a la fuerza por la vía rápida, como al César, y lo primero que hace es cagarle en la cara a la doula.
Mucha biología encierran estas páginas, en las que no podían faltar animales. De compañía como la tortuguita Casiopea, que sufre una muerte fulminante e inexplicada, y algún que otro perro que se regaló. Pero sobre todo animales metafóricos, como el mono que habita en su cerebro, la tigresa en la que desea convertirse o las serpientes que, al igual que los insectos, sufren una muda, ecdisis, que sirve no solo a la necesidad de crecer, sino también para limpiarse de parásitos y sanar heridas. Esta familiaridad de Ramírez con los irracionales se retroalimenta en su otra faceta creativa como ilustradora de historias para niños plagadas de criaturas maravillosamente irracionales.
Y por encima de todo, un brindis por los ausentes. «Hemos contado quince muertes en tres años», contabiliza su padre, incapaz de superar la pérdida de Carlos, el hijo de su segundo matrimonio. Así, la novela se alza como un altar a la memoria de todos los que tomaron la delantera para desaparecer por el fondo del túnel, dejando solo recuerdos y nostalgia.
María José Ramírez (Ciudad de México,1982) se mueve entre la literatura y la ilustración. Estudió la licenciatura en Letras Hispánicas y la maestría en Letras Mexicanas en la UNAM. En 2011, ganó el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada. En 2019, publicó Los nombres de Nellie (Alacraña / Libros de Mano) y ese mismo año ilustró la obra Cómo me convertí a la fe de las lechuzas, de Héctor Rojo (Malabar). Este año se publicó su libro Treinta especies en peligro de extinción, dos flamingos, una rata, un gato, un burro y dos caballos de colores (La Duplicadora).
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Autor: María José Ramírez. Título: Genética de los monos. Editorial: Almadía. Venta: Todostuslibros
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