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Blancanieves (2025) intenta sobrevivir entre tanto veneno woke y antiwoke

Blancanieves (2025) intenta sobrevivir entre tanto veneno woke y antiwoke

Blancanieves llega envuelta en polémica. Entre la lista de pecados: que han quitado a los enanitos del título, que perpetúa estereotipos de body-shaming para enanos y mujeres, que el resultado visual de los enanos digitales es cuando menos inquietante, que han “racializado” a Blancanieves como una latina, que la reina es efectivamente más guapa que Blancanieves, así que ¿para qué todo esto?, que la primera es anti-Trump y la segunda pro-israelí, que se trata de un remake innecesario y, por último, que la iniciativa de crear películas live action a partir de clásicos animados es una idea reprochable para mantener vivas propiedades intelectuales.

En suma, que en el magma de opiniones actuales Blancanieves es, para muchos, un icono fascista al nivel de Raza o El nacimiento de una nación, en el que se obvia que la belleza es interior, y para otros el último reducto de libertad estropeado finalmente por la factoría Disney woke. Imaginamos que para la mayoría del público atrapado en este fuego cruzado de política e ideología, y en particular el infantil, es solo un cuento a disfrutar en la gran pantalla (o no).

"Resulta incuestionable que este cúmulo de polémicas previas al estreno ha dado lugar a una película un tanto insegura de sí misma"

Poco se ha hecho, en definitiva, para dar a las imágenes de esta Blancanieves, del competente Marc Webb (The amazing Spider-Man), la oportunidad de, al menos, reivindicarse a sí mismas de cara a las nuevas generaciones nacidas ya en el cine digital. La necesidad de una adaptación del material Disney original, hayan convertido o no al príncipe en una suerte de actor reconvertido en Robin Hood (otra a añadir a la lista del principio), era por otro lado evidente: la gestión del kitsch en términos puramente visuales era un factor innegociable, dada la existencia previa de cuentos paródicos como Shrek o versiones de “mujer aguerrida de tiempos actuales” de las dos películas que protagonizó Kristen Stewart para Universal. El resultado no es ni de lejos tan malo como se ha pintado… pero tampoco nos adelantemos.

Resulta incuestionable que este cúmulo de polémicas previas al estreno ha dado lugar a una película un tanto insegura de sí misma, aunque quizá más insegura todavía sea nuestra envenenada mirada tras enunciar todo lo anterior. Al final, el montaje presentado por Webb y sus productores apenas supera los cien minutos, lo que obliga a esta Blancanieves a perder más bien poco el tiempo bailando por el bosque. El ritmo es incesante, y el film pasa de repasar un momento icónico a otro mientras añade la consabida ración de nuevas canciones ideadas según el canon de la, por otro lado, excelente primera entrega de Frozen (el resultado es desigual, con alguna aportación notable y otra mediocre). Se agradece su brevedad y su apuesta por elementos absolutos, y eso es un rotundo “sí” de cara a concederle al film el beneficio de la existencia, sin que ceda a pervertir el material original de la factoría.

"Blancanieves, así, sin los siete enanitos, es un válido entretenimiento que intenta defenderse a sí mismo pero que quizá palidece ante la solidez de la reciente Wicked"

Si algunos remakes en imágenes reales como El Rey León, El libro de la selva o Cenicienta pudieron triunfar en distinta medida fue por el buen hacer de realizadores capaces de integrar visualmente la imagen digital con la verdadera, una transición que esta Blancanieves hace regular por culpa de, entre otras cosas, Gal Gadot, cuya intervención se reduce a una imitación sin vida de la expresividad de un dibujo animado (Zegler está mejor, y su chorro de voz es una virtud incuestionable)… y precisamente porque algunas de sus nuevas ideas para adaptar se ven obligadas a trabajar mientras tratan de no ofender a obtusos progresistas y conservadores dispuestos a politizar el show.

El resultado, en fin, es un film entretenido pero desacertado en algunas de sus apuestas, una película que combina algunos momentos esplendorosos con otros que delatan su naturaleza de obra de transición entre dos fenómenos culturales y sociales contrapuestos, lo woke, lo anti-woke… y los siete enanitos. Blancanieves, así, sin los siete enanitos, es un válido entretenimiento que intenta defenderse a sí mismo pero que quizá palidece ante la solidez de la reciente Wicked. Webb, en todo caso, sabe conducir a su público hacia algunas imágenes estupendas, como ese desenlace en el espejo donde las dos protagonistas resuelven sus rencillas.

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