Blas Cabrera y Felipe cumplió con creces con la doble tarea de contribuir de manera destacada al desarrollo de la física —en su caso, el magnetismo— de su tiempo, y de introducir o reforzar en su patria, España, modos e instituciones imbuidas del espíritu y modos de producir investigaciones originales, no intrascendentes ni librescas como venía sucediendo antes de él. Ahora bien, cuando se contempla la historia de la física española desde una perspectiva más general, menos asociada al protagonismo de individuos, es obligado preguntarse si los esfuerzos de Cabrera dejaron la suficiente semilla para que fructificasen con fuerza.
Por supuesto, la maldita guerra civil que comenzó en 1936, y de la que Cabrera pronto se extrañó (en persona, que no —esto habría sido imposible— emocional y materialmente), deforma cualquier evaluación que se pretenda realizar. No se puede dudar del efecto que el exilio de físicos tan notables como don Blas, Arturo Duperier, Miguel Catalán (víctima de un temporal exilio interior) y de no pocos otros perjudicó algo tan fundamental en cualquier disciplina como son, al menos, la continuidad y el ejemplo que muestran los mayores y las relaciones que estos pueden ayudar a establecer.
¿Qué más habrían logrado jóvenes como Salvador Velayos o su hijo, Nicolás Cabrera, si hubiesen podido desarrollar sus carreras con normalidad, en paz y con las facilidades que ofrecía el Instituto Nacional de Física y Química —centro rebautizado por los vencedores como “Instituto de Química Física Rocasolano”, en honor de Antonio de Gregorio Rocasolano, quien se distinguió criticando de manera infame a aquellos que habían participado del espíritu de la JAE—, cuyo acceso quedó vedado para todos aquellos sospechosos de haber intimado demasiado con los exiliados y los represaliados (incluso para Catalán, que terminó recuperando su cátedra, no pudo volver a él)? Es esta una pregunta imposible de contestar, salvo con el corazón, medio que no siempre constituye una buena guía.
Y también está la “contaminación ideológica” que el ambiente impuesto por los vencedores de la contienda impusieron en la “nueva España”; ambiente, ideología, que asimismo afectó a la ciencia, o mejor sería decir, a algunos científicos; no a todos de igual modo, justo es reconocerlo: pienso, por ejemplo, en José María Otero de Navascués, quien no dudó en admitir al Instituto de Óptica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que dirigió, al “sospechoso” Catalán.
Pero, con ser todo esto importante, no se deben pasar por alto otros elementos para entender el “panorama” de la física española posterior a 1939.
Carlos Sánchez del Río, catedrático de Física Atómica y Nuclear en la Facultad de Ciencias de la Universidad Complutense, que desempeñó puestos importantes en la organización de la física española, al igual que de otras ciencias (fue, por ejemplo, presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas), tanto durante el régimen presidido por el general Franco como en la subsiguiente democracia, señaló uno de esos elementos, al que había aludido mucho antes, como vimos, Charles Mendenhall cuando examinó, representando a la International Education Board, la situación de los científicos del Laboratorio de Investigaciones Físicas:
«Conviene señalar […] que los físicos españoles del primer tercio del [siglo XX] apenas desarrollaron métodos experimentales propios; lo más frecuente es que se dedicasen a medir muy bien pero con aparatos importados. Este hecho […] explica que nuestra investigación física no fuera capaz de seguir el ritmo de la física cuántica (átomos, moléculas, sólidos y núcleos) que se desarrolló durante los años treinta. En mi opinión no es correcta la afirmación de que la física española se detuvo en 1936. En realidad se había quedado atrás varios años antes».
Tal vez sea exagerado decir que “se había quedado atrás varios años antes”, pero no se trata de un juicio completamente desencaminado. Y si la física experimental tenía problemas, la física teórica simple y prácticamente no existía.
Por muy glorioso que haya sido el pasado —y el que correspondió a Blas Cabrera y Felipe lo fue—, este informa e interviene en el futuro pero no lo condiciona irremediablemente. Recordemos el ejemplo de don Blas, su esfuerzo y aportaciones a la física, que tanto amó; pero no nos limitemos a recordar.
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Artículo publicado en El Cultural.
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