No hay Feria del Libro de Madrid sin su correspondiente tormenta. Pero antes de descargar, el nubarrón, como la mafia, es paciente y sabe esperar. De momento, y en el rato que se hace la siguiente entrevista con Blas Ruiz Grau (Rafal, Alicante, 1984), el cielo respeta. No será así una hora más tarde, pues no tendrá piedad ni con los paseantes de El Retiro ni con los libreros. Esta precipitación es como la leyenda de El Quebrantahuesos (Ediciones B, 2023), que no mata por matar.
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—Cuentas que te costó mucho inventar la leyenda del Quebrantahuesos porque siempre te has movido con datos reales. Sin embargo, en esta ocasión te has liado la manta a la cabeza y ahora todo el mundo te pregunta si esta leyenda es real o no. Cuando algo que has fabulado con tanto trabajo suena tan factible, ¿quiere decir que todo esfuerzo tiene su recompensa?
—Desde luego. Soy una persona que se documenta en exceso. Cuando tengo una serie de datos y llega la hora de trasladados al libro sé dónde tienen que ir. Pero cuando tengo que inventar cambia mucho. Es como cuando estás pergeñando una trama, porque tienes que ver si una cosa casa con la otra, si engrana bien, si el hilo queda bien rematado… Con la leyenda del Quebrantahuesos ha sido así. Al final he juntado muchas leyendas que he oído a lo largo de mi vida y otras que he investigado, como la del Sacamantecas (Juan Díaz de Garayo). En mi pueblo hay una leyenda que dice que ahorcaron a un hombre en un árbol y que éste gritó que volvería. Siempre hay algún tipo de leyenda que asusta a los niños pero que al final acaba asustando a los mayores. Cerca de mi pueblo hay también otra leyenda de un tipo al que colgaron de una canasta con los brazos extendidos como un ángel. Le abrieron la barriga y le sacaron todas las tripas. Decían que había sido parte de un ritual satánico.
—¿En qué año fue?
—En 1989 o 1990. Lo que sucedió en realidad es que fue una pelea. A esa persona le dieron un navajazo en la barriga y cayó en el mismo sitio boca arriba y ya está. Fue una muerte trágica, pero nada de lo que se contó después. En ese pueblo no se habla de este suceso, a la gente le da verdadero miedo.
—¿Lo que asusta no es el acto en sí, sino la leyenda, sea cierta o no? Como el Quebrantahuesos, que regresa cada cuarenta años.
—Exactamente. Te centras más en ese miedo personal que tú tienes antes que lo que te pueda llegar a hacer de verdad el Quebrantahuesos. O incluso si es cierto o no lo que ha sucedido. Vivimos rodeados de miedos que nos infunden y que nos condicionan para el día a día en todo.
—¿Cuáles son tus miedos?
—Mis miedos siempre se basan en mi familia. Tengo mujer e hijo. Evidentemente, para mí son lo más importante que existe y mi miedo es que sufran o que les hagan algún daño que tampoco pueda evitar. Es una cosa que me quita el sueño.
—¿Aunque vaya creciendo tu hijo?
—Claro. Él tiene ahora mismo ocho años. Pero sobre todo me da miedo la sociedad en la que se está criando, una sociedad en la que damos por normal muchas cosas que no tienen fundamento ni explicación. Tenemos una guerra, pues ya es otra guerra. Mi hijo tiene que crecer en ese ambiente, viendo que esa es la normalidad. Me doy cuenta de que ellos se hacen preguntas que nosotros ni nos hacemos. Mi hijo me pregunta mucho por qué hay guerras, pero yo no me lo pregunto a día de hoy.
—¿Y qué le puedes responder?
—Ahí está la clave: ¿qué le puedo responder? Pues que hay personas que ansían el poder, que son egocentristas, que necesitan sentirse poderosas…
—¿La pregunta de un niño es inocente pero su respuesta resulta complicada?
—Sí. Y lo peor de todo, lo que hace que yo me preocupe, es que no me las haga yo en mi día a día. Otra de las cosas que me preguntó fue por qué se condenaba a los homosexuales en el Mundial de Qatar. ¡Con ocho años! Tienen acceso a YouTube, a todo… Los niños no son tontos. A mi hijo le gusta mucho el fútbol, y él veía eso y me preguntaba por qué los mataban o iban a la cárcel, si sólo se estaban amando. Pero lo que me preocupa es por qué nosotros no nos hacemos esas preguntas.
—En El Quebrantahuesos, Nicolás Valdés tiene un miedo, más que una preocupación, que le sigue todo el rato. Pongo de ejemplo el momento en el que le tocan por detrás y él no sabe si es un bolígrafo o una pistola. Y eso que Nicolás Valdés es un hombre con experiencia.
—Vivimos con tantas alertas… Mira, ayer leí una noticia de la OMS (Organización Mundial de la Salud) que decía que nos fuésemos preparando para una superpandemia. No digo ni que sí ni que no, pero entro a valorar que vivimos en el miedo. Estamos tan asustados que, cuando nos ponen una mano por detrás, pensamos que en vez de ser una mano amiga en realidad nos están atacando y tenemos entonces una reacción violenta. Eso es un poco lo que le pasa a Nicolás.
—«Los seres humanos eran animales de costumbres», escribes.
—Efectivamente. Estamos dentro, ya no sabemos salir de ese miedo ni de esa tensión constante. Vivimos angustiados todo el día.
—¿Cómo se desarrolló la escritura de El Quebrantahuesos? Tengo entendido que fue durante la pandemia y que resultó ser muy complicada.
—Creo que mucha gente comparte lo que me pasaba a mí. Vivimos tiempos de incertidumbre y aquella era una incertidumbre completamente real porque no sabíamos nada de lo que sucedería o de lo que no sucedería. A mí se me manifestó con una ansiedad absoluta. Nunca había vivido una ansiedad; siempre que estamos nerviosos creemos que tenemos ansiedad, pero es un error común, porque la ansiedad es otra cosa. No sabes gestionarla, no sabes muchas veces interpretar ni tus propias emociones, y es ahí cuando uno siente la verdadera angustia. En esas yo tenía que escribir un libro, porque hay una serie de contratos que tienes y que quieres cumplir. No tenía una pistola en la cabeza, vaya por delante. De hecho, me ofrecieron varias veces una prórroga, pero yo, en mi cabezonería, decía que no, que podía hacerlo. Experimenté todas esas cosas. Creo que se nota en algunos pasajes de la novela, en los cuales yo mismo estaba angustiado de verdad. Sin querer hacer spoiler, hay un momento en el cual Irene le cuenta algo muy grave a Nicolás y la reacción de él es mi reacción: la rabia, la ira… Tuve que cortar y salirme, porque había empatizado tanto con esa situación del libro que sentía que me faltaba el aire.
—En El cuento del lobo, tu anterior novela, el personaje de Mario Antón tiene ataques de ansiedad. Y en El Quebrantahuesos leemos lo siguiente: «Tanto tiempo pensando sobre qué hacer y cómo hacerlo ayudó mucho a saber lo que quería: calmarse, arrancarse el ansia de su interior, dejar de sentir eso que le comía por dentro. Nada más. No matar por matar. Él no mataba por matar».
—Es reflejo real al cien por cien de testimonios de psicópatas y de gente que ha estudiado muy a fondo a un psicópata. Nosotros, los escritores, ficcionamos mucho con cómo comete homicidios un asesino en serie: dejar una pista, que vayan detrás de él, que es más listo que nadie, que va a actuar dentro de tres días… Todas esas cosas. Pero no sucede así, porque en realidad esa persona siente una compulsión muy grande que no quiere. Lo comparo mucho con el drogadicto, que sabe que lo que está haciendo le mata pero lo necesita. Esa necesidad es comparable —sin querer blanquear en absoluto al asesino en serie— a la necesidad del psicópata, que cuando comete ese acto la sacia, pero después vuelve. Ese tiempo que pasa es el tiempo de enfriamiento. Entonces, cuanto menos tiempo de enfriamiento tenga, más peligrosa es esa persona, porque no puede dejar de matar.
—Además de los miedos y las leyendas, ¿en qué más te basaste para El Quebrantahuesos?
—Me apetecía mucho contar una historia que empatizara con la gente. Creo que muchas de las personas que lo han leído se sienten identificadas con su propia juventud, con ese sitio en el que quedabas con los colegas los sábados por la tarde para tomarte tus primeros cubatas, darte tus primeros besos… Creo que hay muchos factores que hacen que sea un libro muy empático. Siempre hay algo que engancha a una persona diferente. También es tocar muchos temas sociales, el tema del perdón y de la redención. Al final, en la trilogía, Nicolás a lo único que se dedica es a huir todo el rato, a meter la cabeza en el suelo cuando puede, pero en El Quebrantahuesos no se hace el héroe en ningún momento, simplemente se queda delante del problema, y dice: «Voy a afrontarlo».
—Y está Sara, que es su «paraguas».
—Efectivamente. Es verdad que tener un colchón ayuda mucho.
—Nicolás Valdés está en la «trilogía del No» y también en El Quebrantahuesos, aunque no pertenece a esa serie. Pero explicas al lector al abrir el libro que no hace falta haber leído alguno de tus otros títulos para entender El Quebrantahuesos.
—Te pongo un ejemplo: yo te acabo de conocer y estamos teniendo una charla que está fluyendo porque en el fondo somos dos personas afines. No nos conocemos, pero conectamos y podemos disfrutar de un rato de charla agradable. Pero yo no sé nada de ti anteriormente.
—Podría ser un asesino.
—Pero da igual. Este rato yo lo estoy disfrutando, y lo puedo traducir también a un libro: no sé nada de si hubo un asesino en serie en no sé dónde que hizo tal y que hizo cual, pero el libro que tengo en las manos lo estoy disfrutando. Pues eso es lo que quería dejar bien claro, que el libro se pudiera disfrutar, porque es una historia independiente. He intentado no hacerla continuista.
—¿Y esto no es tirarte piedras contra tu propio tejado?
—Por una parte sí. No te creas que no pensé bastante cómo hacerlo, pero al final lo que intento, de la manera que puedo, es romper el yugo que tengo con la anterior novela, aunque creo que nunca se llega a conseguir del todo. Sé que sacaré una próxima novela y El Quebrantahuesos seguirá arrastrándome de alguna manera, pero al menos, dentro lo que puedo, intento romper ese yugo y sigo continuando otras historias. Tengo bastantes que contar todavía.
—Para ser buen escritor de novela negra, ¿hay que leer sólo novela negra?
—Hay que leer mucho en general. Si lees solamente novela negra, lo más probable es que sin querer te salga un calco de lo que has leído. En mi caso, por suerte, leo de todo. Ahora es verdad que estoy leyendo novela negra (Eclipse, la última de Jo Nesbø), pero antes me había leído dos cómics de Marvel. Es lo que me apetezca en el momento. He leído histórica, voy a leerme uno de romántica dentro de poco… Me da igual.
—«Voy a leerme uno de romántica dentro de poco». ¿Programas tus lecturas?
—(Risas) Es que tengo una pila gigantesca en mi casa. Si sólo lees novela negra puedes cometer el grave error de escribir algo que ya se haya leído muchísimas veces. Creo que por suerte la novela negra se puede nutrir de muchos estilos; puede haber romántica, histórica, thriller puro, ciencia-ficción. Yo he leído ciencia-ficción hecha por César Pérez Gellida y es la hostia. Hay que leer de todo, porque te nutre, te curte y te ayuda a tener vocabulario: a ver cómo lo hacen otros, qué fórmulas funcionan y qué fórmulas no… Que te guste a ti al final.
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