La Asociación Soy de la Cuesta y Turismo de Irlanda en España organizan por primera vez el Bloomsday Madrid-Dublín, celebración gemela a la que desde 1954 inunda las calles de la capital irlandesa, cada 16 de junio, en conmemoración de la obra Ulises, de James Joyce, que cumple este 2022 el centenario de su publicación.
La iniciativa pretende recrear el ambiente festivo que cada año caracteriza el Bloomsday dublinés, por lo que animará a la ciudadanía a sumarse al recorrido también vestida al modo eduardiano como en la capital irlandesa. Para participar en la ruta Bloomsday Madrid-Dublín 2022 se requiere inscripción previa a través de este enlace.
Con motivo de esta celebración los organizadores presentan una edición conmemorativa con escritos inéditos de Eduardo Lago, Ian Gibson, Karina Sainz Borgo y Ernesto Pérez Zúñiga.
A continuación, Zenda reproduce el texto de Espido Freire.
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Sí
Ya media junio y las noches se vuelven cada vez más insoportables, con algún día suelto de calor y toda esta humedad, y la estufa que la abuela se empeña en mantener día y noche encendida. La paga de su propio bolsillo, de manera que mi padre no dice nada, pero yo me ahogo, y a veces me despierto a las dos o a las tres de la mañana, como si me hubieran arrojado una manta mojada sobre la cara y no pudiera respirar. Entonces abro la ventana y saco medio cuerpo fuera, me siento sobre el marco con los pies apoyados en el tejadillo, sobre todo las noches de luna clara, y observo el barrio, curioseo en las ventanas. Si alguien se ha dejado una luz encendida puedo sorprender escenas interesantes.
Nos conocemos todos y hay pocas sorpresas, los locos están locos y los raros seguirán siendo raros; hoy, de la ventana de los Bloom, como otras noches, sale un murmullo confuso. Al principio pensaba que Molly Bloom recibía a alguien en su cama, porque solía ocurrir cuando su marido no había regresado de alguna de sus borracheras, y la mujer tiene mala fama: mi madre no me deja que pregunte demasiado sobre ella, y prefiere que me junte con cualquiera de los hijos de Mina Purefoy antes que con Millie, la hija de los Bloom.
Molly Bloom es bonita de una manera en la que no lo son las otras madres, aunque a veces parezca tan mayor y gastada como ellas: tiene un cabello que parece hecho para las flores que se prende, y la tez oscura y reluciente, aunque la oculte bajo los polvos que usa, y una risa vibrante, siempre un poco escandalosa. Mi madre se lo achaca a su sangre sureña, porque la señora Bloom es medio española, y puede que tenga razón: pero Maria, la de mi clase, es también medio española y pobrecilla, qué criatura más descolorida y sosa.
La señora Bloom trabaja como artista, y eso tampoco le gusta a mi madre, aunque la salude tuteándola cuando viene a comprar a la tienda.
-Buenos días, Marion, ¿qué va a ser hoy?
-Buenos días, Deirdre.
Pero la sonrisa se le borra según Molly sale, con su rotundo trasero bien marcado bajo la falda ajustada, y se limpia la boca con el pañuelo en un gesto de asco.
– Dios nos libre de las que viven de provocar: menuda carga le ha caído con esta a su marido. ¿Quién se cree que es? No pudo ni darle un hijo varón.
Así me enteré de que los Bloom tuvieron hace años un hijo que murió; pero yo no veo ningún castigo divino en todo ello, como quieren los mayores, sino una explicación a la mirada triste que acompaña en ocasiones a la sonrisa pintada de Molly Bloom, una excusa para las borracheras de los dos en un barrio en el que todos nos emborrachamos sin necesidad de excusa.
Pero no, Molly Bloom está sola, esta noche como otras. Creo que habla en sueños, y por el tono de su voz, sueña con algo feliz. De vez en cuando dice “Sí”. Me da envidia, porque ella se escapa a menudo de este barrio, sale a cantar, huye en sueños: y me gustaría estar donde ella esté ahora, quizás en otras tierras más soleadas, con hombres morenos y guapos, con sol bajo un cielo azul, con libros y flores de penetrante aroma, de colores vivos. Ojalá me colara en ese sueño y pudiera olvidarme de Dublín y de su olor a coliflor hervida, ojalá fuera yo quien estuviera dormida y no despierta bajo esta luna fría, ojalá yo y no Molly dijera ahora muy bajito, casi inaudible, su feliz Sí, su alegre Sí.
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